Historia viva | José Antonio Anzoátegui
La conciencia histórica juvenil
13/11/2024.- Cualquier reto, por más pequeño que sea, siempre tiene en su costado la carga de un desafío mayor. Así pudo haberle ocurrido a José Antonio Anzoátegui Hernández, quien todavía descansa convertido en polvos olvidados, quizás con algunos huesos o muelas transformados en piedras en algún patio cercano "en la Ciudad de Pamplona, en la Parroquia de Nuestra Señora de las Nieves" cuando,
… a dieciséis de noviembre de este año de mil ochocientos diecinueve, el Padre Capellán del Ejército, Fray N. Guarín, con… licencia, dio sepultura eclesiástica en esta Santa Iglesia al Sr. General de División del Ejército del Norte en la Nueva Granada, C. Joseph Anzoátegui. Recibió la Penitencia y Extremaunción y no la Sagrada Eucaristía, por no haber dado más lugar la enfermedad.
Así documentaron en su papel final.
Aunque recientes biógrafos de Anzoátegui —veladamente antibolivarianos— escriban la premisa de pendular dudas de si el héroe de Barcelona se convierte en mito-culto o en personaje histórico, con las categorías que le confieren su estatura ética, no hacen falta conjeturas para, por fin, llevar a José Antonio Anzoátegui al Panteón Nacional y que los jóvenes de nuestra América y, sobre todo, de Venezuela y Colombia, reconozcan a un ser que entregó su vida y pasión por las ideas de soberanía e independencia de la patria.
Se ha dicho que sus méritos eran estrictamente militares. Las muestras documentales así lo confirman con más triunfos que derrotas en las batallas en las que participó. Sin embargo, más allá del genio militar brillaba un patriota con un fundamento doctrinario e ideológico que lo guiaba. También cuenta el reconocimiento que Bolívar le confió como un líder entre los mejores, quienes, como la mayoría de los jóvenes militares que seguían al Libertador, eran cultos y capaces de la comprensión política del momento.
Muestras de su personalidad política y militar las recogemos como un legajo de memorias, que vienen desde la pasión patriota al cálculo de la ingeniería militar, es decir, pasión y amor por su tierra y su gente, combinados con las trigonométricas bélicas en el campo de batalla. En sus experiencias con Manuel Piar, cuando los orientales le movieron el piso a la monarquía española, al integrar al Ejército Libertador con un pueblo de procedencias disímiles, hizo que las luchas fraccionales adquirieran la categoría de guerra popular. Anzoátegui era apenas un joven de 27 y 28 años en las batallas de El Juncal (1816) y la de San Félix (1817).
Boyacá (1819) fue su graduación superior; de allí que hay autores que confirman las postulaciones que tendría Bolívar en mente para la empresa colosal de liberar el sur de Suramérica con José Antonio Anzoátegui como uno de los elegidos para tan formidable cometido, junto a otro oriental, Antonio José de Sucre, quien la culminó con glorias. Este último también fue asesinado por los enemigos de las ideas de Bolívar, enemigos que aún hoy intentan desaparecer de la memoria popular colectiva.
Para José Antonio Anzoátegui, ayer como hoy la traición pulula entre los grandes, da vueltas, se acerca y se aleja, gira sus pócimas venenosas escondidas en dulces coloridos que a veces son palabras, cuando aquel día, 15 de noviembre de 1819, celebró la alegría del cumpleaños número treinta (nació el 14 de noviembre de 1789). El joven militar daba glorias al Ejército Libertador por coronar la victoria sobre el Virreinato de Santafé con la batalla de Boyacá y había sido nombrado por el Libertador como comandante del Ejército Unido del Norte; doble celebración para quien se decía tenía un carácter amargamente sobrio y férreo en la disciplina.
Ese día, en su homenaje, se organizó un banquete, al que accedió para no desairar al vicepresidente Francisco de Paula Santander, quien ocupó la silla al lado de Anzoátegui, muy cerca de Diego Ibarra, asistente del joven general de División barcelonés como su oficial de confianza.
La fortaleza y la alegría del joven militar se desvanecieron en malestar súbito después de ingerir una ración de lechosa. A las horas, ya José Antonio Anzoátegui era declarado muerto por una "fiebre". Sería uno de los primeros generales —de una seguidilla de altos oficiales leales al Libertador y que constituían su reserva ética— que, como piezas del tablero de la independencia, fueron eliminados desde la traición, la enemistad y el odio de quienes no comulgaban con las ideas bolivarianas. Sin embargo, hubo solo indicios de un envenenamiento.
Bolívar le había advertido:
Cuide mucho de la Guardia y recuerde que en ella tengo puesta toda mi confianza. Con ella, después de haber cumplido nuestro deber con la Patria, marcharemos a libertar a Quito; y quién sabe si el Cuzco recibirá el beneficio de nuestras armas; y quizás el argentino Potosí sea el término de nuestras conquistas.
Premonitorio aviso de quien le guardó la memoria más entrañable. Sin embargo, nos quedó la experiencia amarga de la duda o la traición, pero más que la memoria luctuosa, la deuda permanente sigue siendo exaltar a José Antonio Anzoátegui al sitio más sagrado de la conciencia histórica juvenil.
Aldemaro Barrios Romero