Micromentarios | Sin espacios para construir recuerdos

La mayoría de los lugares que uno transitó en la infancia y la adolescencia ya no existen

08/11/22.- Las transformaciones en las ciudades, los cambios en los espacios urbanos, no solo modifican positiva o negativamente la historia urbana, sino también nuestra memoria personal.

De hecho, hacen que esta se torne cada vez más nebulosa, al transformar o deformar muchas de nuestras referencias espaciales.
Donde antes había un cine que testimonió varias de nuestras anécdotas juveniles, ahora se alza un edifico impersonal, como un dardo de falso platino, en el que cientos de cristales suplantan las paredes. Donde antes hubo un pequeño parque o una plaza en los que era posible ver el cielo, admirar el vuelo y el canto de los pájaros, caminar con alguien querido tomados de las manos, un empresario montó un centro comercial, en el cual se vende todo cuanto está a la vista.

Venezuela debe tener un récord mundial en esta materia. Por mandato del dinero o por capricho de algún funcionario, se han reemplazado o falseado espacios históricos con construcciones que en la mayoróa de los casos afean el ambiente. La casa natal de Francisco de Miranda, en la esquina de Padre Sierra, es ejemplo de esto: hace décadas, la casona que allí hubo dio paso a uno de los edificios más antiestéticos de Caracas.

La ubicación del Campo de Carabobo fue adulterada en 1921 y, en el verdadero lugar donde ocurrió la célebre batalla cien años antes, hoy encontramos cientos de viviendas, uno que otro galpón para depósito, un pequeño campo de béisbol e incluso un cementerio contemporáneo. La batalla se produjo a cientos de metros a la izquierda del monumento que la recuerda –si se va desde Valencia–, o a la derecha, si se viene desde Tinaquillo.

La mayoría de los lugares que uno transitó en la infancia y la adolescencia ya no existen y, si aún no han sido demolidos o suplantados, son apenas espectros sombríos o pintarrajeados de lo que fueron.

Como apunté antes, eso afecta la memoria. Si naturalmente los recuerdos van perdiendo consistencia y transformándose en una masa informe, oscura en los bordes como un papel mal quemado, estos cambios contribuyen a la pérdida definitiva de lo que uno supo que fue y nunca más será.

Tal destrucción se torna vandálica cuando no solo se cierne sobre los espacios importantes para nuestra vida, sino también sobre cualquier elemento citadino o edificación que recuerde el pasado.

Entiendo que en la vida, igual que en la naturaleza, nada permanece y todo se transforma. Pero me gustaría pedirles a los entes transformadores públicos y privados que, al menos, cuando se dispongan a hacer un cambio, evalúen antes si lo que van a colocar es mejor que lo que piensan sustituir.

Quitar algo agradable a la vista para colocar un mamotreto, donde difícilmente se pueden fabricar buenos recuerdos, debería estar tipificado en las leyes como delito.

De todos modos, no me hago ilusiones por ahora. Sé que lo que verdaderamente importa son los beneficios económicos que producirá la sustitución. A lo demás, como carece de precio, no se le da valor.

Armando José Sequera

 


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