Retina | Propaganda
18/11/2024.- Uno debe agradecer que hechos o datos de realidad irrumpan como impacto profundo y te rompan una convicción, una idea, una noción que creías era conocimiento.
Me pasó eso en La Habana. Tenía yo 19 años cuando me ocurrió ser testigo de una riña callejera. Dos tipos se dedicaron a darse golpes mientras el público aupaba, condenaba o se burlaba. Un policía les decía, en tono cercano, que ya estaba bueno. Cuando cesó la pelea, el policía se acercó y les dijo: “Caballeros acompáñenme”. Los tres se fueron caminando a la estación de la policía.
El hecho rompió la noción que tenía yo de Cuba como un país con fuerte dominio militar y policial. Si bien yo no era partidario de un socialismo así, la verdad es que la propaganda anticomunista me había calado. Casi que me habría parecido normal que la policía interrumpiera de manera violenta esa pelea.
En esos primeros meses en La Habana, cada vez que veía a un policía, mi reflejo automático era revisar si cargaba mi cédula de identidad. Nunca me pidieron documentos ni vi que se los solicitaran a nadie. En cambio, en mi vida cotidiana de Mérida era normal que, una o dos veces por día, los jóvenes fuéramos obligados a colocar nuestras manos en una pared, con las piernas abiertas, a tolerar una requisa y luego presentar la cédula y demostrar que nos sabíamos el número de manera normal y de manera inversa. No sé por qué la propaganda me había hecho creer, a pesar de mi militancia comunista, que en Cuba la vigilancia sería más fuerte.
Me pasó también en Irán. Fui a una tienda a comprar unos bolsos tejidos para traerlos de regalo a las mujeres de mi familia y el traductor me preguntó para quiénes eran. Cuando mencioné que uno era para mi suegra, él sonrió y en tono cómplice me dijo: “El de la suegra es el más importante”, rompiendo así con un golpe de humor mis prejuicios sobre el papel de la mujer en Irán. Por si faltara un detalle, el administrador o dueño de la tienda me habló mal de su gobierno y hasta se atrevió a decir que riquezas de su país eran desviadas hacia Venezuela. Es decir, era un opositor tan libre como un opositor venezolano.
Otro momento así me ocurrió en el barrio El Limón, al lado de la autopista Caracas- La Guaira. A algún familiar se le ocurrió tomar un vuelo en la noche en la época en que estaba roto el viaducto. Como no tenía tiempo para hacer la cola de la trocha, decidí temerariamente —creía yo— hacer la ruta por El Limón.
Eran ya casi las ocho de la noche cuando muy asustado entré al barrio con mi carro. Uno minutos después el miedo se me convirtió en vergüenza y me dediqué a insultarme. El barrio era tan barrio como mi barrio. Allí estaba la gente sentada en las puertas de sus casas con sus niños jugando en las calles. La belleza de destino conjunto de quienes nos hemos criado allí, nos conocemos y nos queremos o al menos nos respetamos. Yo sé como es el barrio, pero había permitido que la estupidez de cierta clase media me lo hubiera desdibujado.
Freddy Fernández
@filoyborde