Micromentarios | ¿Os habéis tocado?
19/11/2024.- Hay quienes pretendiendo reprimir algo que les parece moralmente reprochable se convierten en promotores de aquello que intentan evitar.
Este comentario proviene de un recuerdo, el de la forma como me enteré de que existía la masturbación. Puede sonar a realismo mágico, pero supe que tal acción existía y de qué trataba en un confesionario.
Entre los 11 y los 14 años tuve varias experiencias de sexo compartido con mujeres de más edad –a los once, con una maestra suplente llamada Rosa, que tenía 22, y luego con Marycarmen, una amiga de 19 que vivía en otra zona de Caracas, antes de saber que la autocomplacencia también formaba parte de la existencia humana.
Fui católico practicante, gracias a mi abuela. A los 11 años empecé a participar en asuntos de la iglesia y ayudé –como monaguillo– en varias misas. Entre los 15 y los 17 fui miembro de la Juventud Católica. Este un tiempo de dubitaciones, pues me hallaba medio confundido dado que, simultáneamente, militaba en la Juventud Comunista.
Cuando contaba 14, un domingo antes de comulgar, pasé a confesar los torpes e insulsos pecados en que había incurrido. Obviamente, escamoteaba las cabriolas amorosas con Marycarmen, habida cuenta de que mi vida privada no era de la incumbencia del cura y estaba seguro de que Dios sabía lo que había hecho.
Después de que el confesor escuchó mi relación, que se reducía a haber dicho groserías; a la preparación y ejecución de algunas maldades de poca monta contra uno de mis primos y un vecino; y varios episodios de desobediencia casera, entre los que destacaba haber botado dos platos de sopa de vegetales, al advertir que había sido cocida con trozos de carne de res y de pollo, pues era y sigo siendo vegetariano.
–¿Nada más? –preguntó el cura.
Recordé haber visto la ropa interior de una compañera de clases, cuando inadvertidamente abrió las piernas frente a mí, para salir de su asiento. La noción de pecado que tenía entonces era igual de acomodaticia que la de mis amigos: si yo no provocaba una acción, no la calificaba como falta moral. Puesto que fue ella quien me mostró lo que no debía mostrarme, creí que no era algo para confesar, aunque en ningún momento yo aparté la mirada.
Transcribo ahora el breve intercambio de murmullos que vino a continuación:
–Más nada –respondí.
–¿Os habéis tocado?
–¿Tocado? ¿Tocado dónde?
–Ahí abajo.
–¿Abajo?
–¡No os hagáis el zonzo!
–¡No me estoy haciendo! ¡No sé de qué me habla!
Cuando me explicó, comprendí que había una forma de experimentar una porción de lo vivido con Rosa y Marycarmen, sin Rosa ni Marycarmen.
Unos años después de este episodio, este sacerdote católico de nacionalidad española, perteneciente a la orden de los Carmelitas Descalzos, fue acusado por una joven feligresa de haber abusado de ella.
Durante la investigación, se supo que él había venido a Venezuela luego de un escándalo parecido en Guatemala, en una parroquia urbana. Según supe, allá había abusado de una muchacha, con el agravante de haberla embarazado.
Armando José Sequera