Palabr(ar)ota | Pedro Páramo en Netflix
20/11/2024.- ¿Cuál es el rostro verdadero de la Doña Bárbara de Rómulo Gallegos? Quien se haga esa pregunta con certeza buscará la respuesta en ese remedo de la omnisciencia divina que es Google; y Google le responderá trayendo a su pantalla el impecable rostro de María Felix, o tal vez el de Edith González, o el de Marina Baura.
Gallegos no se detiene a describir en detalle los rasgos físicos de la Doña, deja claro, en cambio, al hablar de Barbarita, que era el “fruto engendrado por la violencia del blanco aventurero en la sombría sensualidad de la india”.
Cuando se trata de adaptaciones al cine, directores y productores tienen poco empacho en elegir, tanto a diva como a galán, de entre los actores y actrices que más fidedignamente encarnen el estereotipo de belleza eurocéntrico, o sea, puros barbies y kents.
Sucedió también, en otros tiempos, con Pedro Páramo de Juan Rulfo. En dos versiones distintas de la novela se llegó incluso a eligir a un blanquísimo gringo y a una italiana que se caía de rubia para encarnar los roles principales. Seguían de ese modo la detestable costumbre del cine y la televisión mexicana de elegir actores de entre su escaso cinco por ciento de población blanca, salvo que le tocara el rol de sirvientes, claro está.
Rulfo no era de los que abundan en descripciones en sus relatos, pero ni falta que le hacía. De los personajes de la novela, tal vez solo el propio Pedro Páramo y Susana San Juan podrían representar al estamento blanco terrateniente. Se entiende sin mucho afán que las demás figuras que deambulan por ese repositorio de almas en penas que es Comala pertenecen a la mayoría mestiza o indígena que puebla México.
A la adaptación de Pedro Páramo que acaba de lanzar Netflix, dirigida por Rodrigo Prieto, hay que reconocerle de entrada el haber evadido la chocante tentación de blanquear a todos sus personajes.
Habrá que reconocerle también el haber hecho un talentoso esfuerzo por conservar en el lenguaje cinematográfico el tono de penumbra interior, de oscuridad anímica, que es sin duda lo que hace de Pedro Páramo la irrepetible novela que es.
Le decía yo a un amigo que quienes vean la adaptación de Rodrigo Prieto sin haber leído aún la novela serán sin duda quienes puedan hacerle más justicia a la película.
Quienes estamos condenados a verla al trasluz de la página impresa no podremos perdonarle ni al director ni a los guionistas el no haber alcanzado la magia nocturna y fantasmal que campea por el libro.
Pero no es culpa de Rodrigo Prieto, es culpa de Juan Rulfo; al fin y al cabo, es suya la irrepetible tristeza que emana de cada palabra estampada en las pocas páginas de Pedro Páramo.
Cósimo Mandrillo