Letra veguera | Nostalgia y Revolución

Zona de compresión

A Rosa Elena

 

09/11/22.- Un amigo de los más antiguos de Barquisimeto ha venido trazando en el face el camino inverso hacia una época que vivimos varios en esa ciudad, que ya no sé si aún sea crepuscular, a mediados de los años 70.

La historia de este país es la suma de ciertos y epocales episodios que llamábamos "estelares". Frases de la izquierda, o tomando lo esencial de un recién ensayo de Reinaldo Iturriza, también de la derecha, siempre para voltear semánticamente la tortilla de la pugnacidad de las clases sociales cada vez más mediatizadas.

Mariano Picón Salas, y ofrezco disculpas si la sentencia del historiador venezolano está o no de brújula a un análisis de la historiografía e historia de Venezuela, contenido en ese extraordinario libro de Jackeline Clarac de Briceño, El lenguaje al revés, dijo que cada generación no debía jactarse de lo que conquistó o cristalizó en determinado período, sino vislumbrar en ese hecho una especie de quiebre que abría nuevas arterias del llamado ser nacional, de las señales de humo del "destino" de la nación.

Ciertamente esa década es el asomo, apenas eso, de una Venezuela calificada por Alfredo Maneiro como la era de la apoteosis de la riqueza petrolera: son determinantes las caracterizaciones que hizo Maneiro de esa época y, sobre todo sus pronósticos, si no se atendía con voluntad nacionalista lo que estaba muriendo y naciendo al mismo tiempo en un país donde comenzó a sentirse con una euforia incomprensible la existencia de más semáforos que carros, de más porteros que puertas, de una jungla poblada por los "resplandores" de la riqueza que emergía del subsuelo patrio directamente a las alcancías de una clase política perversa y antinacional.

El 70 es la década de la Venezuela saudita, la del "excremento del diablo", como acuñaron Pérez Alfonso, Uslar y Domingo Alberto Rangel, entre otros venezolanos que advirtieron la enfermedad.

Yo viví en Barquisimeto y allí, después de conocer a Maneiro, comenzamos a sacar una hoja en multígrafo llamada la Ruta R, a la que hace referencia Nelson Villacinda, mi viejo amigo, destinada a levantar opinión sobre el tema petrolero y la distribuíamos en la ciudad, pero, particularmente, en el oeste y en el portón de la Siderúrgica del Río Turbio, Sidetur, donde se concentraban los trabajadores y ellos eran muestro norte.

Tambien en esa época la Liga Socialista, fundada nacionalmente por Jorge Rodríguez; un sector del viejo PRV de Douglas Bravo; otro sector del GAR; otro de la OR; el PCV,  sus voceros editaban hojas en toda la ciudad y seguramente en poblaciones como Carora y los Humocaros o en el Tocuyo, que era un hervidero de ideas y canciones, y que Alí Primera frecuentaba.

No nombro al MAS porque era percibido como un partido insulso en las colectividades populares; no así en los pedagógicos y sus publicaciones las hacían en Caracas y solo se agitaba cuando había una actividad política pública con dirigentes nacionales alrededor de la figura de José Vicente Rangel. En esas ocasiones sacaban sus perchas de domingo y miraban al resto como si los diferentes no fueran ellos, sino los demás.

En la Barquisimeto de esa época vivimos también un intenso y prolijo signo alrededor de la unión cultural de los barrios y de un intelectual y sabio hombre llamado Juan Arcadio Rodríguez, fundador y promotor del cine club Chaplin, y extraordinario expositor de temas relacionados con el arte, la literatura y el cine, como lo fueron el poeta Álvaro Montero, Frank López, Orlando Pichardo; la Galería VEA fue un referente fundamental.

Por esa hoguera pasamos también de la mano de Rosa Montanez, editora y aguzada analista; Wladimir Ruiz Tirado; Pedro y Leonardo; Yeo Cruz; Vangó Caripá; Omar Villegas; Freddy Castillo Castellano; Sadia Yordi, Kloriamel Yépez;poetas, dramaturgos, historiadores; y no habían tantos camaleones como el que pinta Monterroso.

Una vez, esa burguesía criolla que está en todas partes queriendo ser siempre la misma, e hizo de la ciudad un crucigrama fatídico, despoblando y ocupando espacios de vida, se encontró con la voz y la acción de Fruto Vivas y de quienes nos juntamos con él para conjurar lo que Fruto llamó la Zona de compresión, esa especie de juego macabro que aún se juega con dados y fichas llamado Monopolio: un ricachón aquí, un bolsa pata en el suelo en la esquina, una colina allá llena de quintas, desde donde se divisaban los cerritos blancos.

Y aunque no pudimos detener el plan: el nombre de Fruto quedó allí en Barquisimeto como una Flor Invicta.

Federico Ruiz Tirado


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