Vitrina de nimiedades | Nuestra ignorancia digital

30/11/2024.- Frente a la sobreabundancia informativa la reacción suele ser la misma que al ver el mar desde una colina: perdemos la mirada en el infinito. Sólo vemos la vastedad, lo inagotable que llegan a ser los datos a los que accedemos hoy. El conocimiento, un concepto que se ha vuelto discutible, pareciera no tener fin. A esa sensación la acompaña la compulsión de compartir lo que vamos descubriendo. Primero viralizo, luego confirmo: ese parece ser el mantra hoy, que ya genera alarmas. Una de ellas viene de la UNESCO y su estudio sobre comportamientos y prácticas de influenciadores: 62% de ellos no verifica lo que comparte.

De acuerdo con el análisis, que abordó a 500 creadores de contenidos de 45 países, comprobar cualquier dato no parece ser la prioridad. La verdad viene mediada por otros usuarios y por el alcance de las publicaciones: 41% de los influencers se fía de aquellos posts que tienen una gran cantidad de “Me gusta” y visitas. Parece que los comentarios de los usuarios, donde podría haber algún alerta sobre la falsedad de la información, no generan la curiosidad que provocan en otras circunstancias.

Otra forma de validación de datos es el contenido compartido por amigos y expertos de confianza: 20,6% de los influenciadores cree sin dudar en lo que les llega por esta vía. Si estos creadores de contenidos, a su vez, son los “referentes creíbles” de otros usuarios, podemos entender un poco por qué la verdad sigue siendo tan esquiva.

Según el estudio, quienes buscan evidencias antes de creer y difundir apenas abarca el 17%. Se supone que esa es la actitud natural de quienes comprenden la responsabilidad de comunicar públicamente, pero no es la práctica extendida. Puede atribuirse a varias razones, entre ellas la falta de formación profesional, las políticas en redes sociales y el afán por viralizar contenidos para ganar seguidores.

Estos factores se suman a otro elemento clave: 19% de los entrevistados realmente considera que ejerce una ascendencia sistemática. Aunque no puede extenderse este resultado al universo de los influenciadores, urge revisar cómo perciben realmente su papel, qué los mueve a buscar incidencia y cómo perciben las responsabilidades que entraña ser una figura pública.

Todas esas necesidades se inscriben en la transformación que vive el panorama comunicativo, con límites casi difuminados, cambios en los roles y poco espacio para la reflexión y la calma. Es la autopista perfecta para confundir, manipular y aislar a las audiencias. Los esfuerzos de gobiernos y sectores sociales parecen aislados, enfocados en tomar medidas ajustadas a las realidades locales. Apenas comienza el camino para entender, organizar y actuar ante un panorama que solo confirma nuestra ignorancia digital.

 

Rosa E. Pellegrino 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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