Letra fría | De burro bizco a patriarca y cierre

06/12/2024.- Las caracterizaciones presidenciales de Pedro Chacín tío son definitivamente de novela, Rómulo Betancourt no sale muy bien librado que digamos, y don Pedro enfatiza en el acné juvenil del guatireño que sucedería a Medina en la Presidencia. Lo más gracioso es la cura de los barros y espinillas mediante el preparado casero con “mojones de acure chiquito disueltos en agua de borrajón, solución espesada con calostro de burra negra, en su primer parto”.

Volviendo a la historia, lo resume en dos líneas: “Bueno, se fue Medina, golpe, arresto y exilio mediantes, y aparece un verdadero bateador emergente (sobresaliente y de sobresalto) el impetuoso, compreso y de cutis cacarañado Rómulo Betancourt”.

Al percance dermatológico a que hacemos alusión se atribuye, entre politólogos, pellejeros y curtidores, el consabido mal humor, mandonería y porfía invencible del adalid de Guatire (el freudismo tiene delegados hasta en los cónclaves) características que, reconozcámoslo, le fructificaron espléndidamente… Tenía verbo suelto y atiplado con el cual conmovía y hechizaba. Arcaísmos, neologismos, efectismos deliberados salpicaban sus discursos, los cuales siempre dispusieron de una audiencia plenamente gratificada, tan retribuida que hasta sus carraspeos en la tribuna fueron grabados y usados luego como reliquias de un iluminado. Si existen los jefes abastecidos por algún demonio, Rómulo era uno de ellos.

El pasaje entre los Rómulos, Betancourt y Gallegos, transcurre con su vida personal en la población de burro bizco, que si el Club de Leones, la iglesia con pormenores de la vida religiosa, reflexiones sobre el patio de bolas criollas, pero sobre todo un suceso que le hace muy feliz como ser “miembro de la junta electoral para aquellas primeras elecciones directas, secretas y universales, o mundiales, como decía el compadre Fucho Marcano, de Porlamar, de las cuales lo que más me impresionó fue que a allí votó todo bicho con ombligo: chatos, tarajallos, cornetos, orejas de parafangos, quebrados y macilentos”.

Mejor librado sale Rómulo Ángel del Monte Carmelo Gallegos Freire, con elogiosos comentarios y admiraciones compartidas. “La admiración que provocaba Rómulo Gallegos era unánime. Yo, por ejemplo (aunque no es el mejor), después de leer Doña Bárbara, Cantaclaro y Canaima, lo hice mi ídolo y a los ídolos se les conceden todas las gracias, todos los poderes y todas las armas.

Pero tampoco es que se le iba a ir liso: “Alguien dirá que para ejercer el poder se necesita, más que un creador de ficciones, más que un soñador, lo que se precisa, contrariamente, es uno que crea en prácticas facciones susceptibles de enardecerse, que no dejarán de tener sus ficciones, es cierto, pero siempre ancladas en las tres divinas (pero visibles) porciones: desayuno, almuerzo y cena”.

Regresemos a lo rigurosamente histórico, es decir, a los sellos, firmas, pergaminos, compulsas, protocolos, cedularios y actas, y digamos, con base en ello, que, precisamente, comprando unas alpargatas andaba yo por la calle Comercio de Villa de Cura un veinticuatro de noviembre, cuando acusé recibo del reporte sobre la caída del maestro Gallegos.

Tuve la noción, a esa misma hora, de que el coronel Carlos Delgado Chalbaud, su ministro de la Defensa y su amigo, convoyado con dos socios, le pidió, versallescamente, como era el usual proceder del afrancesado ministro, como si así disminuyera la imborrable mengua, que no volviera por Miraflores porque su cargo había sido repartido entre tres, a objeto, como podría decir la proclama posterior llegando a lo extravagante, de reducir el desempleo palaciego.

La saga presidencial sigue con Rafael Simón Urbina asesinando al coronel Delgado Chalbaud, faltsndole once días para cumplir dos años en el gobierno, luego el mandato de Pérez Jiménez, su caída, la transición con Larrazábal, “un galán, marino entalladito, con copete de paují, tocador de cuatro, con discurso simpático y que se encomendaba a Dios cada vez que estornudaba o, lo que es igual, nos llegó un presidente creyente, copetudito, cuatrista y complaciente…”.

El segundo gobierno de Betancourt: “Después de diez años de exilio, vuelve Rómulo y gana holgado en las tarjetas de todos los jueces. Recibe una banda presidencial del profesor Edgar Sanabria, a quien apodaban el Flaco porque geométricamente ocupaba el mismo espacio de frente que de perfil. Los guerrilleros en los 60, luego el período de Raúl Leoni con el asesinato del profesor Alberto Lovera, ‘cuyo cadáver fue lanzado al mar de Lecherías, con un pico atado al cuello con una gruesa cadena’".

“Recibe el mando un hombre que lo venía aspirando desde que se produjeron los primeros descontentos contra la Compañía Guipuzcoana: Rafael Caldera, académico, de hidalga facundia, pana espiritual de don Andrés Bello, cuyo nombre le puso a un hijo suyo”. Después el primer gobierno del gocho, “llegó Carlos Andrés Pérez batiendo los brazos como molino de viento azotado por un ventarrón”… hasta que “se topó con un barco, el Sierra Nevada, que casi lo arrolla”.

Y así siguió la historia con Jaime Lusinchi, el presidente enamorado; luego Luis Herrera, Pérez otra vez, Ramón "Jota" Velásquez, Caldera 2, y algo le tocó a Chávez, pero se los quedo debiendo porque este espacio se acabó.

Humberto Márquez 


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