Aquí les cuento | Máximo Guaita
07/12/2024.- Este sector del Valle donde vivimos se llama Bruzual. Y desde la casa puedo ver casi la mitad del mundo. ¡Exagero un poco, creo! Pero es que, lo que hace agradable nuestra existencia es, precisamente, saberse en un barrio. Y sentir que todos los que habitamos estamos tan emparentados que pareciera una sola familia. Poco a poco, los barrios van creciendo. Y hemos sido nosotros quienes lo han hecho crecer. Recuerdo los años setenta, cuando me dijo un compañero de la PM, que había tierra libre todavía, en este cerro donde hice el rancho. Lo primero que hizo el gobierno fue enviar al ejército. Todos aquellos muchachos con el coco raspao, que tumbaban a patadas los ranchos, aún con la gente adentro. Ellos no llevaban fusiles, algunos solamente unas peinillas y rolos, con los cuales nos mantenían a distancia. Pero eso de nada servía, miren que lo poco que teníamos se lo llevaban, algún radiecito, un martillo, un rollo de alambre. Primero se les veía bajando las láminas de zinc por ese cerro, pero no aguantaron mucho. Al día siguiente amanecían los ranchos de nuevo en pie. Los vecinos del otro sector, que ya estaba construido y que habían pasado por la experiencia, llegaban a ayudarnos. Unos cuantos de los fundadores de este barrio trabajaban en el mercado de Coche. En ese mercado, desde siempre ha habido comida, por demás, de la que desechan los camioneros y los comerciantes. Comida nunca nos faltó durante los meses y años que necesitamos para construir este barrio.
De la UCV venían algunos estudiantes, eran todos muchachos muy valientes que nos hablaban e improvisaban discursos y obras de teatro en aquellos terrenos. Y las muchachas usaban pantalones de bluyín y unos bolsos. Las recuerdo sin maquillaje y sus melenas amarradas con una colita solamente y una que otra con una maraña de cabellos y otras con la cabeza como un manirote, con aquellos peinados que llamaban afro. Ellos parecían que eran familiares de nosotros, nos daban la mano en la construcción de las casas, aquello era cosa que daba gusto ver a las muchachas bonitas con un pico y una pala fajadas, nivelando los terrenos donde haríamos las casas. Los jovencitos del barrio se enamoraban de ellas. La mayoría eran estudiantes de Trabajo Social, Sociología, Geografía. Letras y Filosofía, Economía, Educación y otras carreras similares. Hasta los curas subieron a este cerro a compartir con nosotros. Recuerdo que vino uno que era algo así como profesor de la universidad, que llamaban Vives Suriá. Y también nos visitó otro cura que venía de La Vega al que llamaban Guitaque, o algo así. Este último andaba en una moto, tenía barba y era muy ágil. Después nos enteramos que el gobierno de Caldera lo había expulsado del país. Claro cómo no lo iba a expulsar si era un cura de los que cantaba Alí Primera en sus canciones. Menos mal que de la expulsión no pasó, porque a muchos curas han matado aquí en estos países latinoamericanos, por ser buenos cristianos y ponerse al lado de los pobres de la Tierra. Los grandes jerarcas de la iglesia viven compartiendo banquetes con los ricos y los gobiernos que estos ponen para que les defiendan sus intereses. Yo trabajaba con el gobierno, era de la PM. Pero a mí nunca me trajeron a reprimir a mis propios vecinos. Al contrario varios policías movilizamos sacos de cemento, cabillas y bloques en las mismas camionetas de la metropolitana. Hasta allá abajo. De ahí en adelante nos fajábamos subiendo todos esos materiales hasta el pedacito de patria que nos correspondió en el cerro para hacer nuestro rancho. Y en mi caso, ahí empecé a formar mi familia. Todos los habitantes de ese barrio provenimos de algún lugar del interior de Venezuela: Yo nací en La Cubanera, Cerca de los Cantiles donde naciera Juan Esteban, el bandolista. De ahí vengo yo. Ahora, después de sesenta años aquí en Caracas, no logro desprenderme de este rancho en el que vi pasar mis mayores alegrías: mi esposa que se apagó muy joven, y me dejó ocho hijos e hijas, los que lograron crecer con todo el esfuerzo y el amor que les ofrecí.
Como puedes ver todo es pequeño en esta casa. Los cuartos, el baño, la cocina. Lo único grande es esa ventana que conseguí enterita en una construcción, de los bloques de Longaray, donde trabajé y que el ingeniero me regalara. Esa permanece abierta y se ve clarito Fuerte Tiuna y el Ávila que ahora recuperó su propio nombre: Waraira Repano. Nunca la cierro, porque si te pones a ver, dejando correr la vista por la cresta, por ahí te vas bajando hacia el naciente y de cerro en cerro, entre la neblina, llegarás hasta La Cubanera y más allá.
Mis hijos me dicen que ya está bueno de tanto cerro, porque estas viejito. Será mejor que regreses a tu lugar de origen. Que vuelvas al monte donde trabajabas la tierra, que tanto te gustaba de joven. Siempre les contesto que un día de estos volveré, pero de visita. Creo que pudiera ser después de que la gallina, que está echada, en la tina de aquella vieja chaca-chaca, saque los pollitos y le pueda dejar suficiente alimento y la llave a la vecina Yanitza, para que le ponga agua y no se mueran mientras visito el caserío que me vio nacer.
Aquiles Silva.