Caraqueñidad | ¿Diciembres sin ánimos de fiestas…?
La pugna por el poder ha sido decisiva en el estado de ánimo, en el cual, sin dudas, influye de manera determinante, la tenencia o no de un nuevo protagonista, de lujo en nuestra cotidianidad, el bendito dólar.
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Encerrados, en días de pandemia, nos topamos con una interesante obra de Juan Ernesto Montenegro, Crónicas de Santiago de León, en la que, entre otros temas, habla acerca de cómo los políticos que han pretendido o que han gobernado este país, desde días coloniales, no se sabe por qué ni por cuál extraña razón, han escogido diciembre, o fechas cercanas, para dirimir fuerzas –no siempre por vía electoral– que los hagan acceder al poder.
Diciembres electoreros o no. Qué buena vaina. Cuando que diciembre, por su esencia cargada de energía de renovación espiritual por el advenimiento de Jesús, el redentor, se nos antoja diametralmente opuesto a esos caprichos electorales. Lo que debe ser una fecha festiva se ha transformado en días de competencias o imposiciones, que resultan en bandos ganadores y perdedores. Así las cosas, nadie con etiqueta de derrotado estaría cargado de ánimos para fiestear. De allí el título de esta crónica, que originalmente escribimos en esos aciagos días del coronavirus, pero que hemos editado y reescrito en este 2024, en el que estamos libres de elecciones porque ya fueron en julio, aunque los ánimos de celebración dependen, en gran medida, del ritmo inestable y criminal del dólar. Rumba y valor de divisas son inversamente proporcionales, a menos que usted sea afortunado con muchos billetes verdes. ¡Muy difícil!
Todos tendríamos derecho y ánimo de celebrar, aunque sea los “miaos” por ese nuevo ser nacido cada 24 de diciembre, pero…
Dicen los filósofos de calle –que son los que saben– que diciembre es para dejar atrás lo malo y abrirse a lo positivo que pudiera ofrecer el año entrante…
Acá te brindamos este breve paseo anecdótico, que señala cómo el país, a pesar del sentido festivo intrínseco de la fecha, a partir del sagrado derecho de elegir autoridades, registra varios diciembres tristes para algunos, aunque siempre hay quien, a pesar de las carencias y la merma de verdaderas tradiciones, celebra y disfruta una y parte de la otra… ¡Viva por ellos!
Qué extrañamos
En esta cosmopolita capital, rumbera por naturaleza, se añora el olor y el sabor de la hallaca y del bollo, por supuesto; de ensalada de gallina, dulce de lechosa, pesebres, arbolitos y las cartas al Niño Jesús.
Qué sabroso era abrir la nevera bien enratonao el 25D o el 1°E y servirse una cola negra bien fría –cuyo nombre no podemos mencionar por derechos publicitarios–, acompañada con una ración de pan de jamón.
De aquellos días fluyen los recuerdos –por lecturas, por cuentos de los abuelos y por vivencias– del estruendo y las chispas producidas en la fricción con el asfalto que anunciaba no solo los "saltapericos" sino la caravana de patines de hierro Winchester o los Middón –cuyas ruedas en pocos años fueron sustituidas por goma maciza, más placenteras al oído–, protagonistas de las misas de aguinaldo a las que se acudía en cambotes, que mutaron en pandillas y más tarde en malandreo puro, que terminó por imponer su ley y acabar con tan sabrosa tradición.
Nadie estaba pendiente del malvado dólar ni sus consecuencias. Para la gran mayoría –digan lo que digan–, con dignos salarios mínimos, eran tiempos mejores, de estrenos, de juguetes pa’ los carajitos, en los que la fiesta y los aguinaldos se fundían entre cohetones, triquitraques, tumbarranchos, fosforitos y bastante aguardiente, carajo… así se solapaba el tedioso ambiente electorero.
¿Cómo era la cosa antes?
Desde el siglo XVI, cuando se instauraban los poderes por mandato del Imperio español, con marcada influencia cristiana a través de los ritos eclesiásticos con misas y procesiones al ritmo de los campanarios, los cambios de autoridades eran en diciembre, lo que supone que esos días serían festivos para unos --los nuevos gobernantes-- y de tristeza y desánimo para quienes cesaban sus gestiones en las máximas instancias. El poder es sabroso, ¿no? Ello delata el inexorable egoísmo del hombre. Y desde entonces ha habido un empeño en cambiar autoridades en fecha cercana al fin de año.
En aquellos días de 1590 se estableció, por ley, celebrar la Pascua de la Navidad cargada de carácter religioso, que fue evolucionando para justificar los excesos en comilonas y bebederas muy normalmente asociados a la época, aunque filosóficamente no tengan nada que ver con el verdadero sentido, que no es otro que la renovación de fe gracias al nacimiento del Mesías. Hipócritamente hablando...
En aquellos días la Navidad imponía a las autoridades reconocidas por el rey de España, a manera de oficialización, organizar en las plazas centrales de las ciudades colonizadas una especie de procesión; primero, de corte político porque esa clase marchaba con lujosos atuendos especiales desde las casas de gobierno hasta la catedral. Allí le daban sentido religioso al asunto. Promesas, confesiones y quién sabe qué más. Culminados los ritos venía lo mejor, lo pagano y lo mundano. Se olvidaban las promesas previas, las de las campañas, y ¡zuas!, las guaraperías y sus alrededores eran los sitios más concurridos. ¡Qué vaina tan buena!
Así sucedió hasta 1820, ocasión de la última Navidad Realista en Caracas y en Venezuela. Ese diciembre no hubo celebración. Por un lado, los realistas preocupados ante el huracán que sabían se les avecinaba; por el otro, los patriotas en alerta por su responsabilidad de consumar la libertad. Seis meses después se daría la batalla definitiva, la de Carabobo aquel 24 de junio. El rumbón de los libertadores sería posterior. Aunque a más de 200 años y 200 diciembres de aquella gesta aún no se ha consolidado el objetivo.
Nuevos órdenes recurrentes
Ese término del Nuevo Orden no es un invento de sociólogos ni historiadores contemporáneos. La cosa viene de más atrás. Primero por mandato europeo; por requerimiento interno luego, por dinámica histórica en algunos casos y por ley después, diciembre –o fechas previas muy cercanas– han servido para la consolidación de nuevos órdenes políticos en el país, sea por sucesión, por golpes de Estado o por elecciones, lo que reiteramos, deja bandos ganadores y perdedores …y nadie que pierde desea celebrar…
Llegamos al siglo XX y Juan Vicente Gómez, como para seguir la tradición, le da un zarpazo a su compadre El Cabito Cipriano Castro y le quita el coroto en diciembre de 1908. Gomecistas celebraron sus navidades. Castristas perseguidos, asustados y tristes. Imposible fiestear.
Tres días antes de diciembre de 1945 se instala la Junta de Gobierno presidida por Rómulo Betancourt y decide expulsar a los mandatarios precedentes López Contreras y Medina Angarita, en compañía de Úslar Pietri y otros más, cuyas familias y su entorno no tuvieron felices pascuas.
Justo un año más tarde se apagan las llamas de un intento de golpe. Entre sus cabecillas cae capturado Jóvito Villalba y una gran comitiva. Tampoco tuvieron una feliz navidad.
El 5 de diciembre de 1948, sale desterrado Rómulo Gallegos quien luego de nueve meses de un incipiente gobiernito recibe un golpe de Estado. Él y los suyos sin celebración.
Peor para la gente del TCnel Carlos Delgado Chalbaud, quien, en condición de Presidente de esa nueva Junta de Gobierno, fue asesinado en noviembre del 50. Diciembre sin navidades para sus seguidores ni para los de sus sicarios, entre quienes Rafael Simón Urbina resultó ultimado y una veintena arrestados. Aunque se supo de cobardes y solapadas celebraciones privadas.
La tradición de elegir en diciembre se afianzó: el 15 de 1957 es el plebiscito de Pérez Jiménez para afianzarse en el poder. Fue derrocado. El 7 del 58 gana Rómulo Betancourt. El 1° del 63 lo hace su copartidario adeco Raúl Leoni. Justo cinco años después gana por vez primera Rafael Caldera, quien repetiría triunfo electoral el 5D de 1993. El 9D de 1973 obtiene primer triunfo Carlos Andrés Pérez quien repite el 4D de 1988. El 3D de 1978 ganó Luis Herrera Campíns y el 4D del 83 lo hizo Jaime Lusinchi. Y el 6D de 1998 ganó Hugo Chávez, quien repitió siempre en diciembre a excepción de octubre de 2012.
Por ello, hace rato diciembre tiene celebraciones chucutas: felices navidades y próspero año para los ganadores y frustración para los disconformes vencidos. ¿Qué nos depara la actual polarización tan azuzada por las desmedidas redes sociales en esta época? Este frío de diciembre genera remembranzas de los días de la Sampablera debido al 28 de julio pasado. ¿Habrá amigo secreto o acaso Espíritu de Navidad? Veremos.
Luis Carlucho Martín