Letra veguera | Chávez: la artillería de su pensamiento
11/12/2024.- Dijo en su luminoso Diario el filósofo y anarquista norteamericano H. D. Thoreau —quien se graduó en Harvard, pero por voluntad propia decidió vivir y trabajar haciendo mondadientes decorosos y otros utensilios de madera en la montaña, hasta morir vestido de dignidad y sin rituales— que el olfato es una especie de brújula íntima, "más oracular", que subyace al resto de los demás sentidos humanos.
En mi modo de imaginarme al Hugo Chávez que conocí tempranamente, esa facultad él siempre la cultivó y quizás fue el principio de lo que creó como líder y conductor de esta revolución y de otras corrientes anticapitalistas en el mundo: creó una cultura de la comunicación, del habla, un modo en la era de la enajenación mediática global. Sacudió el templo desde sus zócalos. No dejó nada intacto en la jerga de la dominación.
Chávez transformó la parafernalia tecnomediática en aula libre, en tierra de sentimientos, pasiones, golpes de timón, táctica y estrategia.
Inició una escuela audaz al enunciar el "por ahora", convertido luego en refundación, en constitución, en este ahora que hoy somos y seguiremos siendo, pese a las sacudidas geopolíticas, del lado de las causas y anhelos populares.
El principal legado de Hugo Chávez es su entrega total, su amor hacia la gente; hombres y mujeres nacidos en campos, pueblos, megalópolis o islas de cualquier lugar del mundo, iguales en todo a nosotros, los nacidos en estas tierras bolivarianas.
Combatió a los enemigos de la vida comunitaria, pacífica, socialmente productiva, culturalmente rica y políticamente igualitaria. Esgrimió una arma invencible, poética: compartir alegrías y tristezas, saberes y conocimientos. Vivimos con él la luz del día y la oscuridad de la noche, el dolor y el alivio, la crítica y la autocrítica.
Reconoció sus desaciertos, los enmendaba y obviaba sus aciertos, a tal punto que se le hizo fácil a la canalla burguesa desplegar su mezquindad genética, su envidia de clase, su incapacidad para amar.
Una vez me dijo al teléfono: "La burocracia no nos deja hablar. Es que no saben hacerlo. Ni escuchan".
En estos días decembrinos, tan bombardeados por el odio y la barbarie, se extraña su voz y su presencia surcando la convulsión que reina en el planeta.
Federico Ruiz Tirado