Aquí les cuento | El regreso de Samuel (I)
14/12/2024.- Las representaciones de los más importantes episodios de la historia se realizan cada día en la plaza Bolívar de la ciudad de Caracas. Es grato sumo ver a los actores que interpretan a Miranda, Bolívar, Roscio, la negra Hipólita, Emparan, Madariaga, algún juez, entre otros, recreando las escenas de los acontecimientos que, hace dos siglos, dieron un golpe al compás magnético de la historia de nuestra América. Los transeúntes se detienen a observar la magistral interpretación de los artistas, quienes cosechan aplausos a diario. Van a las escuelas y arengan a los jóvenes y niños para que el amor por la patria sea el pan cotidiano que lleven a sus bocas.
El día de hoy, 10 de diciembre de 2024, aconteció un evento extraordinario.
Otoniel fue quien se percató de la presencia del Maestro, quien, igual que los actores, vestía ropas de dos siglos ha.
El hombre se acercó a escuchar los parlamentos de los actores y sus lágrimas, cual cascadas de pasado, empezaron a resbalar y ocultarse en su encanecido mentón.
Los espectadores no atinaban a descifrar aquella imagen que, curiosamente, no estaba actuando frente a ellos.
Los actores lo miraban, pero no lo reconocían. Pensaban que sería una nueva travesura del director, quien había contactado a un nuevo intérprete para sumar otro personaje al espectáculo de la Ruta Histórica.
El hombre se retiró y fue a detenerse frente al rostro del bronce mayor de la plaza. Le miró durante largo tiempo, imperturbable. Sentía la energía del diálogo interrumpido en las marchas por Europa, en pos del juramento romano.
Otoniel Fernández no le quitaba la vista. Seguía cada uno de sus movimientos, sin descuidar su veterana actuación. El viajero del tiempo no parecía sorprendido de todo cuanto la bulliciosa escena le presentaba. Era el lugar de la plaza Mayor, patíbulo de los precursores, de los buenos soñadores que sembraron la semilla.
Al final de la tarde, las campanadas de la catedral advirtieron las seis. Otoniel acudió a sentarse a su lado y le habló:
—¡Maestro, sabía que llegarías, aunque no en qué momento!
—¡Así es, muchacho! ¡Salí furtivo de 1797 y hoy regreso a Caracas! ¡Algo viejo, pero intacto! ¡Sabía que me esperabas!
—¿Cuándo regresó, Maestro? ¡Mire que, en este momento, su nombre está en los labios de tanta gente, y sus enseñanzas hoy es cuando más se necesitan!
—¡Eso no importa, ni por dónde entré nuevamente a esta tierra! Ya, a mi edad, crucé la frontera sin ningún impedimento, trayendo mi juventud de 254 años y los deseos intactos de seguir sembrando… ¡Me acerqué a verles y descubrí entre ustedes algunos patriotas enamorados de la causa de Bolívar!
—¡Maestro, de todos los nuestros, pocos lograron sobrevivir! ¡No imagina usted cuántas peripecias hube de realizar para sobrevivir estos dos siglos! ¡Aquel cinco de julio de 1811 fue una ventana abierta para que muchos pudiéramos salir de las madrigueras y enrolarnos en nuestro propio ejército! ¡Usted también tendrá mucho que relatar!
—¡Ya tendremos tiempo, Otoniel querido, de contarnos los eventos pasados! ¡Ahora nos toca correr el telón de este nuevo escenario que el compromiso de redención nos despliega!
—¡Habrá usted de descansar unos días! ¡Mire que Caracas está bien bonita en esta Navidad!
—¿Descansar? ¡Nunca! ¿Acaso admite reposo el alma de un guerrero de la luz ante tanta tiniebla y amenaza?
—¡Ay, Otoniel! La primera letra de mi cartilla no comienza por "d" de descanso, desidia, derroche, duelo, etc., sino por "r" de resistencia, refundación y renovación. Y a eso he venido.
—¡Maestro, cuente conmigo! A propósito, ¿dónde piensa impartir sus lecciones?
—Aquí cerca está la casa donde viví. Ahí estuvo toda la traviesa presencia del niño Simón. Cuánto me gustaría tenerle de nuevo… ¡pero ya no será posible! Míralo ahí en el bronce, saludándome como amigo, ¡con deseos de desmontar para abrazarme! Todo ha cambiado, menos la necesidad de luces y virtudes. Por ello, ahora el parvulario lo constituirán los educadores.
Estos nuevos alumnos serán los maestros de las escuelas. Ya han leído mis consejos por más de dos siglos, ahora tendrán la oportunidad de conversar conmigo; y juntos responder las incógnitas del tiempo que les ha tocado vivir, en ejercicio de labor más enaltecedora que un ser humano pueda ejercer: la educación.
—¡Maestro! ¿Puedo gritarle a toda esta gente en la plaza que usted está de nuevo con nosotros?
—¡Ni se te ocurra, Otoniel! Seamos discretos. Ya todos tendrán noticias mías en los rostros alegres de los maestros que enseñan y en la sabia ternura de los niños que aprenden.
—Bueno, Maestro, pero al menos le voy a agradecer que vayamos al edificio del Cabildo, donde hay algunas personas que, estoy seguro, estarán felices de verle y saludarle…
El Maestro se levantó y junto a Otoniel caminaron a la vieja casona donde funciona el Consejo Municipal. Otoniel anunció a los uniformados vigilantes:
—¡Buenos días! ¡Vamos a la oficina del Cronista!
Aquiles Silva