Hablemos de eso | Los dos minutos de Bolsonaro

Es una lucha compleja la de estos tiempos

13/12/22.- Por sobre la tradición, el señor Jair Bolsonaro esperó dos días después de las elecciones brasileñas para dar un discurso público de dos minutos. Curiosamente no nombró al recién electo presidente Lula Da Silva. Apenas si dijo: “Siempre me han tachado de antidemocrático”... “Es un honor ser el líder de millones de brasileños que, como yo, defendemos la libertad económica, la libertad religiosa, la libertad de opinión, la honestidad y los colores verde-amarillo de nuestra bandera”.

Mientras sus partidarios bloqueaban carreteras, señaló que: “Nuestros métodos no pueden ser los de la izquierda, que siempre han perjudicado a la población, como la invasión de bienes, la destrucción del patrimonio y la restricción del derecho de ir y venir”, pero recalcó que las manifestaciones “son el resultado de la indignación y un sentimiento de injusticia por la forma en que se llevó a cabo el proceso electoral". Unas elecciones en que hubo varias muertes, amenazas y bloqueo de vías para que los partidarios de Lula no pudieran votar. Aunque a Biden le parecieron “transparentes y creíbles”, Bolsonaro mantiene sus dudas. No podía perder y, como lo hizo Trump en su momento, sostiene que las elecciones son dudosas si gana otro.

Bolsonaro agradeció a los 58 millones de personas que votaron por él, pero le tocó al ministro de la Presidencia, Ciro Nogueira, señalar que el mandatario lo autorizó para iniciar el proceso de transición de Gobierno. No nombra la derrota ni reconoce al adversario y abre las puertas a la movilización de sus partidarios: “Las manifestaciones pacíficas siempre serán bienvenidas”. Pacíficas, pero con letreros y consignas que exigen a los militares dar un golpe e impedir que Lula asuma en enero.

Que ganar las elecciones no basta lo sabe muy bien el maestro Castillo, actual presidente de Perú, a quien la gente apoyó en la calle durante varios días para que no le arrebataran el triunfo electoral, y que apenas la señora Keiko aceptó el resultado por recomendación de sus amigos extranjeros, le declaró también la guerra, para impedirle gobernar y solicitar su destitución, aún antes de su juramentación.

Lo sabe también el pueblo boliviano, a quien arrebataron el triunfo electoral de Evo Morales en 2019; que tuvo que padecer un golpe de Estado y una indignante represión radicalmente racista, hasta que logró una nueva convocatoria a elecciones donde el Movimiento al Socialismo y su candidato Luis Arce obtuvieron el 55% de los votos. Lo sigue sabiendo, pues ahora el señor Camacho, gobernador de Santa Cruz y líder comprometido hasta los huesos en el golpe de Estado, toma las calles con la excusa de la fecha de un censo y la intención de revitalizar la movilización de sus fuerzas para debilitar al gobierno de la revolución democrático-cultural, la de un pueblo a quien no le reconoce legitimidad alguna.

Por supuesto que celebramos el triunfo de Lula, con la gente concentrada en Sao Paulo, que la policía estimó en más de un millón de personas. Son otras oportunidades que se abren en nuestro continente y en nuestro país. Frente a nosotros, el desafío del despertar de esas fuerzas que, por brevedad, llamaremos de “extrema derecha”.

Bolsonaro, como el chileno Katz, la derecha argentina, el grupo de Camacho y otros tantos, tienen pocas dudas: se declaran sin ambages como enemigos de los derechos de las mujeres y la diversidad sexual, partidarios de la destrucción de la madre Tierra a manos de las empresas extractivistas, contra los pobres, las y los migrantes, las y los afrodescendientes, los pueblos indígenas… si les calza la democracia juegan entre las “cuatro paredes de la Constitución”, aunque no sin intentar estirar los límites para probar hasta dónde pueden llegar, pero esperan su momento. Sus declaraciones contra las mayorías tienen un olor a guerra, que solo espera el momento adecuado.

Como su padrino Trump y los similares de la ultraderecha europea son un signo de estos tiempos de crisis global, que amenaza con la destrucción de la vida vía la depredación del planeta, la concentración de riqueza, la depresión económica, la multiplicación de la pobreza y la guerra, que un día se crispa cerca del mar Negro y otro en el Pacífico, pero cuyas dimensiones se extienden hasta todos los territorios y todos los pueblos.

Ante el decidido discurso de las fuerzas de extrema derecha se oponen quienes no se arriesgan a cuestionar el capitalismo. En palabras de Boaventura de Sousa Santos: “Centran su creatividad en desarrollar un modus vivendi con el capitalismo que permita minimizar los costos sociales de la acumulación capitalista dominada por los principios del individualismo (versus comunidad), la competencia (versus la reciprocidad) y la tasa de ganancia (versus la complementariedad y solidaridad)”. Allí se suman los “progresistas” y las derechas.

La debilidad del discurso de esos grupos se agrieta y se delata en momentos de crisis profundas, a muchos cautiva el discurso del odio, sobre todo entre quienes han asumido que el orden capitalista es el único posible. En tales circunstancias, hay quienes prefieren la “firmeza” fascista a las blandengues e incumplidas promesas de los que están asociados al status quo. En momentos como ese, el gran capital decide abandonar las formas.

Es una lucha compleja la de estos tiempos, que exige claridad, movilización y decisión de quienes desafiamos el capitalismo para abrir paso a una sociedad de justicia, solidaridad y vida.

Humberto González Silva


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