Aquí les cuento | El regreso de Samuel (II)
11/01/2025.- Al ingresar los dos a la oficina del cronista de la ciudad, encontraron la mesa servida con los espacios destinados al escritorio de cada uno de los concurrentes a la primera cita. Los necesarios detalles habían sido considerados: hojas de papel, lápices, borradores, una jarra con agua, la cafetera, etc. Omar había dispuesto todo para la primera sesión de trabajo, anunciada mucho antes de la aparición del maestro en la plaza Bolívar. Otoniel fue el sorprendido cuando observó al maestro saludar a los presentes. Estaban ahí, además de Omar, José Gregorio, Alí Ramón y una dama siempre sonriente, a quien le brotaba la poesía detrás de sus anteojos. Además, era la rectora de la universidad cuyo epónimo hace honor al recién llegado: Alejandrina Reyes.
Todos se pusieron de pie al entrar el maestro. Samuel ocupó un asiento al lado de Omar, el cronista de la ciudad. De inmediato, habló a los presentes.
La atmósfera del salón fue tomada por un tenue perfume de mastranto florido, mientras el maestro se aprestaba a iniciar su discurso.
—Primero debo agradecer a nuestro Otoniel el haber preparado esta primera asamblea con ustedes —dijo, esbozando una leve sonrisa—. ¡Quién iba a creer que en esta casa, que fue asiento del gobierno colonial, nos estaríamos reuniendo precisamente para conspirar contra la opresión!
—Es placentero regresar a Caracas y sentir que, a diferencia del tiempo en el cual hube de partir, hoy siento que puedo reiniciar mi ministerio sin los sobresaltos inquisitorios del gobierno colonial que tanto esfuerzo y vidas costó.
Hemos de abrir la discusión en torno a cómo habremos de obrar para asumir, en la realidad práctica de estos años, los postulados y acciones concretas en cuanto a la educación necesaria y suficiente, para lograr transformar las escuelas, de todos los niveles y modalidades, en espacios para la creación y la liberación de los humanos que hoy acuden a sus aulas.
¡No crean que existen fórmulas mágicas ni que en mi baúl traiga los recetarios para curar los males de la sociedad! Por ello es que, a partir de ahora, comenzamos a sesionar en los espacios donde ya tenemos las voluntades y el compromiso necesarios. Para comenzar, a pie firme, está la edificación del proyecto educativo, que habrá de contribuir a voltear el rostro maquillado en que se ha convertido la escuela en el mundo. También, develar las implicaciones principistas, morales, filosóficas, populares y humanas, para que la escuela se transforme en el fogón donde se cueza el maíz que habrá de alimentarnos.
Los presentes todos permanecían atentos y, sin dejar de mirar el rostro del maestro, tomaban apuntes en las hojas dispuestas en cada espacio. Otros activaban la función de grabación en sus teléfonos.
—Todo cuanto os digo ha de constituirse en el estímulo incesante para la acción, para la elaboración, planificación consciente de cada paso que habremos de dar en la senda hasta alcanzar el objetivo, ¡que no es otro que la redención material y espiritual de nuestro pueblo!
Lo dicho por el maestro era el poema que, dentro del corazón de los presentes, hacía eco. Cada uno de los congregados sentía que, en sus labios, estaba el verbo que ellos querían compartir. El sentimiento preterido por la institucionalidad neocolonial que se erige, en la práctica, como muro de contención de las ideas innovadoras, necesarias para hacer de la escuela el territorio de la alegría y el conocimiento útil para la humanidad.
El maestro había viajado mucho, había practicado sus métodos en otras latitudes, en otros espacios. Quería entregarle a su patria, como manifestó ante su público, los últimos logros de su pensamiento indetenible, curioso, acucioso, irreverente, que fue capaz de inspirar al más grande de los hombres de esta tierra nuestra americana.
—¡Imagínense, ustedes, los alcances que puede tener este movimiento liberador!, porque de nada vale la independencia política, la fortaleza militar que podamos alcanzar, si no logramos la reedificación de nuestro espíritu libertario; si no hacemos del trabajo una acción liberadora que nos separe del salario oprobioso y nos haga partícipes del producto social de cuyo esfuerzo se derive.
¡De ahí que, a partir de ahora, sea obligante iniciar la captación de las voluntades de todos los maestros y educadores en cualquiera de las artes humanas! Obreros, padres, madres, campesinos, pescadores, artesanos, artistas, todo aquel que tenga un oficio que sea capaz de modificar amorosamente su entorno, a que concurran a nuestras reuniones, para de allí comenzar. Eso sí, en orden y con una dirección bien definida y autorreguladora de su propio proceso, de todas las acciones educativas, de cuyos resultados, en el corto plazo, habremos de sentirnos satisfechos.
La asamblea se detuvo unos minutos para que los asistentes tomaran un café.
Otoniel, quien había aprovechado ese receso, salió un momento del salón y, a escasos diez minutos, regresó a la sala, seguido de todos los actores que le acompañaban en las representaciones teatrales de la ruta histórica. Faltaba uno: el actor que encarnaba al general Juan Vicente Gómez, quien, por ser diecisiete de diciembre, decidió morir en esa fecha.
Aquiles Silva