Tinte polisémico | Indiferencia motorizada desbordada

17/01/2025.- Para todos los habitantes de la ciudad de Caracas, sea en nuestra condición de conductores o de caminantes, el transitar por sus vías se ha convertido en una sensación colectiva de incertidumbre, de acechante ataque, de amenaza inminente. Se presiente y anticipa que desde cualquier lugar o dirección aparecerá, sin anunciarse, una motocicleta con sus tripulantes a gran velocidad.

Las vías y lugares destinados tanto a los vehículos como para los peatones —trátese de autopistas, avenidas, calles, aceras, bulevares, escaleras, incluyendo áreas de disfrute como parques, plazas, redomas, estacionamientos u otros espacios— no escapan a la incursión o a la aproximación intrépida e imprudente de un gran número de pilotos inconscientes de motos.

Todos, sin excepción, tememos ser embestidos, atropellados, sufrir daños físicos, inclusive la muerte, por los artefactos mecánicos que de forma violenta son tripulados por una gran proporción de motociclistas. Por nuestra parte, con nuestros propios vehículos, también nos preocupa infligirles daño, sin ninguna intención, dado que quienes cabalgan a velocidades excesivas a bordo de las motocicletas resultan muy vulnerables al recibir en sus propias anatomías los impactos de los choques y accidentes que originan por su forma de manejo caótico.

La reacción inmediata de todo aquel que se percata de la aproximación de un motorizado es detenerse, buscar alejarse o evadirlo, si puede hacerlo. Hacen que impere una actitud defensiva, ya que se percibe una amenaza. Suponemos que no se logrará anticipar la dirección, orientación, sentido, velocidad o si se detendrá oportunamente la tripulación que viaja a bordo de las máquinas de dos ruedas.

Pocos se atreven a cruzar un rayado peatonal, aun cuando está autorizado por las luces de los semáforos. Los transeúntes se consideran indefensos al percatarse de que deambulan motorizados en las proximidades. Saben que la luz roja no los inhibirá. Son muy pocos los centauros que se detienen ante el paso peatonal, haciendo caso omiso de las señales y reglas de tránsito.

Adelantar los vehículos, por cualquier costado y sin precaución alguna, que esté detenido o que prosiga en movimiento, no prever ni respetar o ceder a los cruces o cambios de canal que señalan y advierten los conductores e irrespetar las preferencias de circulación normadas por la seguridad de quienes transitan, constituye la conducta habitual de un enorme número de motorizados. No atienden alto alguno en su siempre rauda marcha.

Para la gran mayoría de los motociclistas circular en contrasentido en las calles y avenidas es ahora la norma, conducir en sentido "contrario a la flecha" es de absoluta normalidad, así como realizar giros y cruces no permitidos, estacionar en lugares prohibidos y no acatar las instrucciones e indicaciones de los agentes y oficiales representantes de las autoridades de tránsito.

Así que cualquier conductor consciente, además de conducir atendiendo a la lógica del orden establecido, también tendrá que evitar colisionar con las motos en contrasentido, con las cuales se encontrará en cualquier momento y lugar.

Los peatones tampoco pueden contar con el respeto a su integridad física y derecho ciudadano, a la posibilidad de caminar seguros por las aceras, las que también se han convertido, de facto, en otra vía para la circulación y estacionamiento de los motorizados, quienes, sin la menor consideración, embisten y hostigan violentamente con sus máquinas a los transeúntes.

Vale la pena destacar, como agravante, que se ha convertido la motocicleta en un transporte familiar. Resulta frecuente que un vehículo confeccionado para solo dos pasajeros sea abordado por tres, cuatro y hasta cinco personas, incluyendo niños de cualquier edad. Además de transporte, también se utiliza como medio de carga de equipos y mercancías, incrementando las posibilidades de colisión con otros vehículos y pies andantes.

Si considera una exageración lo expuesto, se pueden apreciar, recurrentemente, maniobras como los famosos "caballitos", las piruetas de equilibrio practicadas en las vías, como una manifestación de pericia y dominio al desplazarse por largos trechos, apoyando el vehículo en una sola rueda.

No observar las reglamentaciones de portar accesorios de seguridad como cascos, lentes, chaquetas, protectores de rodillas, codos, guantes, botas, entre tantos otros, son la regla de comportamiento para un número considerable de conductores de motocicletas.

Sin embargo, es de hacer notar que el grado de entropía del "sistema y proceso del tránsito" no es el resultado del accionar exclusivo de los motorizados. Contribuyen con el desorden, simultáneamente y complicando el problema, muchos de los conductores de transporte colectivo, un gran número de taxistas improvisados e inescrupulosos, así como peatones y comerciantes informales, que tampoco observan comportamiento ciudadano en cuanto al uso de los espacios y vías públicas, transgrediendo constantemente las normas de tránsito.

En ocasiones, el tiempo atmosférico contribuye a generar mayor embotellamiento de las vías. Debido a la lluvia, los tripulantes de las motocicletas se ven obligados a guarecerse debajo de los puentes, así como para evitar los derrapes, pero obstaculizan, con su gran número, los canales de circulación de las calles y avenidas para el resto de los vehículos y pasajeros.

El escenario de desborde con orientación a la anomia, en cuanto al proceder de quienes utilizan las motos como medio de locomoción, nos impulsa a formular las siguientes interrogantes:

-¿Cómo podríamos explicar este fenómeno, que nos impacta como ciudadanos?

-¿Tiene esta conducta colectiva una explicación socio-antropológica, organizativa o política?

-¿Se trata de debilidades institucionales, impunidad o carencia de la legislación adecuada?

-¿El comportamiento en las vías públicas de los motorizados es el mismo en todos los municipios y jurisdicciones administrativas de toda la ciudad?

-¿Cómo se norma y regula el tránsito de motociclistas en otros países? 

-¿Es un asunto de salud pública (psicología colectiva) que afecta a quienes conducen motos?

-¿Qué medidas inmediatas deben ser adoptadas con el objeto de retornar a un tráfico más ordenado y seguro?

-¿Participan otros actores y tienen responsabilidades en el tránsito citadino?

-¿Existen deficiencias de infraestructura y de servicios que atentan contra el normal desenvolvimiento del tráfico y que impactan el proceder en las vías por parte de los motorizados?

-¿Hay que resignarse y asumir la perspectiva y la lógica de una selva, en la que rige la máxima del sálvese quien pueda, que impere la dinámica del más abusador y que cada quien se defienda a su modo?

-¿Se trata acaso de un tema de seguridad ciudadana?

Una vez más, se verifica la complejidad de la vida en las grandes urbes, y exige su abordaje desde un enfoque multi, inter y transdisciplinario. Como ciudadanos nos encontramos en el deber de ejercer contraloría social, practicar la democracia protagónica e involucrarnos en la realidad que nos afecta e impacta.

Como primera aproximación, responder a las interrogantes planteadas apunta a que debemos hacernos conscientes como comunidad corresponsable de que tenemos entre nuestras manos una realidad incontrovertible y verificable. Se convive con cierto estado de anarquía en el "tráfico" capitalino que atenta contra la seguridad y la sana convivencia de todos.

Abordar la solución del asunto se enmarca, sin lugar a dudas, en un tema de política pública de ámbito municipal, que podría demandar coordinación y apoyo de otros niveles gubernamentales, la participación de los medios de comunicación públicos y privados y del sistema educativo con campañas de concientización ciudadana.

Por otro lado, la vida de la ciudad no se detiene, prosigue su curso, y la búsqueda de grados de bienestar, del buen vivir, demanda respuestas efectivas por parte de las autoridades para con los habitantes, quienes para tales efectos los eligieron como gobierno.

La puesta en práctica de penalidades pecuniarias e inclusive medidas y sanciones de orden administrativo y penal tendrán que necesariamente ser consideradas para lograr restablecer parámetros de seguridad que garanticen los niveles de armonía y orden interno.

Mis estimados, damas y caballeros, que por multiplicidad de razones deben conducir en sus caballos mecánicos de dos neumáticos, internalicemos la máxima de convivencia, el respeto y la empatía por todos los conductores y peatones. Consideremos a nuestros ancianos, discapacitados, embarazadas, niñas y niños, autoridades, comerciantes informales, nuestros trabajadores que asean y recolectan desechos sólidos. Todos como ciudadanos tienen derecho al uso seguro y armónico de las calles, avenidas, aceras y otros espacios de disfrute público. No es una jungla para imponerse el más rápido y audaz en su vehículo. Se trata de hacer más humana nuestra siempre hermosa, a pesar de sus carencias, cuna del Libertador de América.

 

Héctor Eduardo Aponte Díaz

tintepolisemicohead@gmail.com


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