Letra fría | Arsenio y Harlow, dos músicos maravillosos
24/01/2025.- Uno era el Ciego Maravilloso y el otro el Judío Maravilloso. Cuentan los cronistas que Harlow viajó a La Habana a sus trece años por unas vacaciones de curso en 1952: "… se queda maravillado de lo que encontró, música en cada esquina: Benny Moré, la Aragón, Roberto Faz y todos esos exponentes de ritmos afrocubanos tocando gratuitamente y todos accesibles a su público". La maravilla fue tal que al año siguiente volvió y se quedó año y medio.
Vio y conoció a Arsenio en ambos viajes y desde entonces fue su admirador. De allí pudo venir su apodo, pero mi amigo Julio Mendoza Jazz es más categórico en un chat de Fania en Facebook. Según Julio, Harlow se puso el Judío Maravilloso en honor a Arsenio el Ciego Maravilloso. Miriam Tizano asegura en el mismo chat que se lo puso Junior González.
En resumidas cuentas, el cuento va porque a propósito de mi nota anterior sobre La cartera, que de paso no sabía, o no recordaba, que era de Arsenio, encontré en Max Salazar, uno de los investigadores y conocedores más importantes de la música afrolatina de todos los tiempos, curiosidades poco conocidas de Arsenio. Como, por ejemplo, que por allá por
1800, un hombre que pertenecía a las tribus congolesas fue transportado a Cuba. Por el resto de su vida impartió la tradición africana a su hijo. Su nieto, nacido Bonifacio, llegó a ser el padre de un hijo a quien el destino escogería para crear una música que llegaría a ser una de las favoritas del mundo. El elegido tenía siete años en 1918, cuando un caballo lo pateó en la cara, produciéndole un daño irreversible en los ojos. Durante los años siguientes, a todos los dieciocho nietos les impartieron las tradiciones ancestrales de los congoleses; su lenguaje, su cultura, su religión, tanto que recordaban constantemente que eran congoleses y nada más. El nieto ciego asimiló la cultura de su madre patria, hasta que su abuelo, un prudente y viejo sabio, falleció a la edad de ciento cuatro años.
El orgullo por sus raíces africanas se hizo evidente mientras estaba en la Casino. Tanto así, que le enseñó a Miguelito Valdés a cantar en los dialectos congo y pegó canciones como Bruca maniguá, un lamento afro que va hasta la profundidad del drama de los africanos que fueron esclavizados en el nuevo mundo. La canción combina el español con el dialecto africano y se percibe, entre sus líneas, que un negro carabalí (una tribu del Congo) exige su libertad porque sin ella no puede vivir:
Yo son carabalí
Negro de nación
Sin la libertad
No pue'o vivi'.
Mundele cabá
Con mi corazón
Tanto maltráta
Cuerpo ta' furí eh.
Mundele cumba fiote
Siempre ta' ngarua'cha
Queta' por mucho
Que yo lo ndinga
Seimpre ta' maltratá.
Ya ne me tabá
Labio de buirí
Ya ne me tabá
Labio de buirí.
Yenyere Bruca Maniguá
Abre cruita buirindingo
Bruca Maniguá Ae.
Yenyere Bruca Maniguá
Si ramento suaro suare
Bruca Maniguá Ae.
Ya sabía yo de Benny Moré, que tuvo una historia parecida sobre el tema. Quiero hacer mención de un detalle que descubrí en un libro con un perfil de Benny Moré, de Amin Nasser, que me regalara en Cuba, en uno de mis viajes, Radamés Corona, luminito de la orquesta Riverside, la del cabaret Havana Libre. Nasser aporta un relato que bien pudiera ser una de las claves en la historia del Benny y de la raigambre africana. Resulta ser que su tatarabuelo sería descendiente de un rey africano del Congo, quien fue capturado por un barco negrero, con su hermanita, siendo niños de unos nueve años, mientras se bañaban en la playa. Gundo se llamaba y fue el único nombre que le quedó. Uno puede imaginar que así le llamaba su hermanita, pero de Arsenio, ni pendiente. De Arsenio sí sabía que, al estilo de los trovadores y juglares de la Edad Media, componía sus canciones remedando sucesos cotidianos. Me imagino que lo de La cartera fue que se le perdió un día como a la fulana aquella, o el viejo truco a la hora de pagar en el bar, y de allí salió la "historia-canción".
En la página La Cola de Rata, Jorman S. Lugo reseña:
Fue de los primeros músicos que puso su foco en lo urbano y lo narró en sus composiciones. Cómo se goza en el barrio y Mi gente del Bronx son de las primeras canciones que nos muestran la alegría del latino en La capital del mundo.
El caso de Hay fuego en el 23 es emblemático. Cuenta Salazar:
Durante la mitad de los años cincuenta, Arsenio vivía en un apartamento del quinto piso del edificio 23 Este, de la calle 110, entre Madison y la Quinta Avenida. Un día ocurrió un incidente, el humo llenaba el pasillo y nadie podía detectar el lugar donde se producía el fuego. Alguien gritó: "Hay fuego en el 23 de la calle 110…". Wito (vocalista) condujo a Arsenio afuera del edificio, alejándolo así del peligro, y fue aquí donde nació su célebre canción.
Obviamente, esta historia continuará. Quedan cuentos de Arsenio y al Judío Maravilloso casi no lo hemos tocado. "¡Abre cuita buirindingo!". Ja, ja, ja.
Humberto Márquez