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La conciencia de clase como instrumento de defensa

28/01/2025.- No hay que llamarse a engaño. Las ideologías ultras viven una etapa de apogeo. Para quienes tenemos más de treinta años, cuesta creer que los sustentos del nazismo o el fascismo sean asumidos con tanta naturalidad hoy, sin que nadie se escandalice. Trabajando por debajo, los adeptos de la ultraderecha en sus distintas "vertientes" encontraron la manera de camuflarse y evolucionar, hasta que llegara el momento adecuado para reemerger. Ese momento llegó. En algunos países, como Ucrania, ya no es motivo de vergüenza declararse admirador del nacionalsocialismo alemán. Esto aplica para buena parte de Europa, donde existe una juventud convencida de que los males del mundo actual son los mismos de hace ochenta años y, por tanto, también las "soluciones" propuestas por los líderes "incomprendidos" de la primera mitad del siglo XX.

La sociedad de la información, con su caudal de data disponible para casi cualquier persona, y la internet como red global, otorgan un anonimato online que escuda y permite a miles decir prácticamente cualquier cosa sin temor a represalias. Para las generaciones nacidas dentro de esta sociedad, eso es, directamente, lo normal. Las razones de vergüenza provienen de no encajar con los estándares actuales de lo bello o lo cool. Así las cosas, la maquinaria ideológica ultra del tecnocapitalismo ha puesto a la gente a mirar su propio ombligo, a refugiarse en pequeñas tribus y a temerle a todo aquello que no es conocido ni similar. Es la vieja táctica del miedo al otro, de la amenaza constante, esa que ha sostenido la doctrina política de naciones como los Estados Unidos de América. Solo hay un camino, y fuera de esa senda, enemigos que hay que aniquilar, real o figurativamente hablando.

El lenguaje de odio, la intimidación y la violencia no solo es permitido, sino alentado. La clase política dirigente de varias de las naciones más poderosas del mundo habla sin empacho y hasta a sonrisa batiente de "eliminar", "aniquilar", "erradicar", "desaparecer", "destruir" y "acabar", bien sea a migrantes, palestinos, mujeres, musulmanes, infieles, traidores y en general a cualquiera que le obstaculice los planes de dominación mundial. Suena a teoría conspirativa, pero es una realidad visible. En la toma de posesión del nuevo presidente gringo, lo flanquearon los magnates de las comunicaciones, cuatro personas que juntas concentran más riqueza que el tercio más pobre de esa nación. Uno de ellos incluso realizó la tradicional salutación nazi, no sabemos si a modo de mofa o de distracción. El cinismo es una característica de esa clase a la que los jóvenes ven con admiración. Todos quieren ser empresarios, millonarios, influencers. El cielo es el límite, si te lo propones: esto es lo que han hecho creer a la gente para que no culpe al sistema, ni se organice para buscar soluciones colectivas a los problemas de todos.

El corazón de la derecha actual —si es que puede hablarse de corazón— es aislar. Aislarnos en burbujas, en realidades virtuales sustentadas en redes que nos dan conexión tecnológica, pero nos quitan la conexión humana; un aislamiento que solo permite la conexión entre "iguales", entre tribus, que solo se unen para atacar o agredir a quien no forma parte de ellos. El odio como móvil y justificación; atacar como la mejor defensa, aunque no exista ninguna amenaza real.

El otro es malo, el otro debe ser eliminado: una vieja doctrina que reemerge después de décadas condenada al ostracismo, poderosa, cínica y convencida de que llegó su tiempo de ganar. Ahora, ese "otro" es menos que digno de ser considerado oponente. Además, hay que tener cuidado de no confundirse en la identidad, porque no se es lo que se pretende en redes; y lo que sí somos no forma parte de lo que esa minoría delirante considera que debe ser salvado. Conciencia de clase y conciencia identitaria para no defender, ni por omisión, a aquellos que nos consideran basura.

 

Mariel Carrillo García


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