Crónicas y delirios | Horóscopo de oro

31/01/2025.- Adalberto Quiñones, "hombre común, pero no del montón", como él mismo suele clasificarse, y además de signo Cáncer, amante del esoterismo y de los horóscopos cotidianos, se levantó aquella mañana lluviosa con un "nosequé" dándole vueltas en el cráneo de la cabeza: "¿Será un mareo en mi propio genoma humano y no me había dado cuenta? ¿Tendré, ¡madre querida!, el virus letal que nos conduce a la tumba fría? ¿Acaso me habré levantado hoy, día de mi cumpleaños, con el pie izquierdo de la horrenda suerte y el coronavirus mental?".

Aun, en medio de tales cavilaciones, escuchó la rutinaria voz de la esposa que estaba harta de conocerlo: "Adalberto, chico, déjate de pistoladas. Monta el café, hazte el desayuno y apúrate, porque te van a botar del trabajo". Sin embargo, Adalberto, fiel al principio de sus fines, no se atrevió a dar un paso más sin consultar el horóscopo por internet: "Día regido por tus astros para encarar con éxito los avatares de la existencia".

Como no se hallaba seguro de la palabra "avatares", encendió el televisor para que la Diosa Máxima del canal 4 le aclarase las significaciones ocultas; y ella expresó, en un idioma parecido al español: "Todo es tuyo. Hoy te sonreirá el mundo, pero cuídate de enano intrigante que pretende dañarte. Alegría romántica con la pareja después de peleas. Número sortario, el 9. Peligro ante un perro o un chimpancé rabioso".

Adalberto, aunque se animó por las advertencias y los buenos augurios, quiso añadirles las premoniciones adivinatorias de Carlos Fraga, Adriana Azzi y el Mensajero de los Arcanos, cada uno a su tiempo, como debe ser. Luego salió, muy cariorondo y nada cejijunto, a enfrentarse con la vivacidad de un día feliz.

El destino ("¡Oh, lo que sucede mientras planificamos otra cosa!", según la interpretación de John Lennon) empezó a mostrarle sus peludas garras: el ascensor dejó de funcionar entre los pisos 23 y 24, el carro tosió sin gasolina, había huelga de busetas, una manifestación opositora empeoró el tráfico, continuaba lloviendo y no tenía paraguas. ¡A caminar, a caminar!

En la puerta de la empresa estaba el propio jefe: "¡No friegues, Quiñones! Otra vez tarde. Esto es el colmo hecho abuso. Te me incorporas ahoritica al trabajo y luego me pasas por la caja, ¿o-ís-te?". El jefe no era enano, sino un gordinflón enorme y neurasténico de los nervios, pero Adalberto lo vio como el pequeño intrigante que le sugería su Diosa de los Astros. ¡No había equivocación posible!

Según lo previsto, Adalberto —en taima de últimas labores— acudió a las luces televisivas o escritas de los demás astrólogos de su confianza. Todos le presagiaron "una jornada sin igual, un día esperanzador, un rayo de abundantes satisfacciones". Con la fe puesta en el futuro y en el preciso número 9, Quiñones insultó al jefe ("¡De mejores sitios me han botado, megaimbécil!"), cobró los churupos de la quincena y se largó a comprar burda de terminales con el doble dígito que seguramente lo convertiría en miembro de la alta clase A. ¿Ah? ¿Ah?

El chubasco no cesaba, la huelga de busetas tampoco. "Ningún taxi y yo sin paraguas". Por fin, un colectivo ruin y ruinoso, y ahí estaba Adalberto como usuario de primera fila. "¡Tranquilos, pajaritos! Esto es un asalto. ¡Pongan billete sobre billete o los quemamos ya!", gritaron dos rabiosos hampones. Adalberto pensó en los terminales. "Considérenme, soy pobre y pureto", pero uno de los choros le metió nueve tremendos mordiscos en el lóbulo de la oreja izquierda. ¡Se cumplía otra predicción de sus veleidades astrales!

Limpio, desempleado, herido y descangallado, subió las escaleras hasta el hogar, dulce hogar. Doña Lola, por olvido o por costumbre, no le tenía la torta ni el flan por delivery para el cumpleaños. El diálogo feroz adquirió drama de tuteo: "¿Y tú? Irresponsable…", "¿Y tú? Mala esposa…", "¿Y tú?…", "¿Y tú?…".

Sin embargo, el pacífico beso arribó con la reposición del capítulo final de una antigua telenovela. "Quiñones, basta, déjame mirar mi broma…", y Adalberto constató un nuevo acierto de la divina dama adivinadora cuando dijo: "Alegría romántica después de peleas".

De inmediato acudió a la casa vecina para, en la radio, verificar pronósticos: "Terminaaal ganadoooor: el ooochoooochooo". "Estuve cerca", se dijo Quiñones, y sintonizó el canal de TV donde Winston Vallenilla hilaba su discurso: "Amigos, el secreto está en la autoestima y en el autocontrol. Montañas de autoestima, camiones de autocontrol… ¿Entienden?".

Adalberto Quiñones, a falta del "japiberdeituyú", sorbió una lágrima sola y se acostó temprano, porque en la mañana lo aguardaban los próximos vaticinios del horóscopo. ¡Suerte!

 

Igor Delgado Senior


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