Micromentarios | Matar tigres

04/02/2025.- Cuando en Venezuela se habla de "matar un tigre", no se alude al crimen cometido por un cazador, presuntamente por deporte.

Este supuesto deporte es, en realidad, un crimen ecológico, dado que el tigre o, mejor dicho, el jaguar es un eslabón extraordinariamente importante de la cadena alimenticia natural.

El origen de la referida expresión tiene dos versiones.

Una tiene que ver con la canción estadounidense Tiger rag, que estuvo de moda en Estados Unidos en 1917 y en otros países del continente americano, posteriormente. La interpretaba la Original Dixieland Jazz Band, y debido a sus múltiples variaciones melódicas resultaba difícil de ejercutar.

Sin embargo, era frecuente que cuando se contrataba a un músico o a un grupo para tocar en una fiesta –bautizo, cumpleaños o boda–, se le pedía que la interpretara una o más veces por su carácter bailable. Dado el nombre de la pieza, al hablar de ese trabajo, dichos músicos comentaban: "Anoche maté un tigre" o "esta noche voy a matar un tigre".

Según la otra versión, en un tiempo inmemorial que pudo ser de inicios del siglo XX o de centurias anteriores, se cuenta que un hacendado le ordenó a un peón que le hiciera un trabajo extra muy sencillo y rápido: matar a un tigre que le diezmaba el ganado.

El peón, al parecer, era un gran cazador y, esa misma noche, dio muerte al tigre. A la mañana siguiente presentó el cadáver del animal a su patrón y este, en vista de su eficiencia, le pagó con generosidad. Horas después, el trabajador se pavoneaba ante sus compañeros refiriendo que había matado un tigre y que ese era el dinero más fácil que se había ganado en su vida.

Sea cual sea el origen de la expresión, lo cierto es que los venezolanos somos duchos en eso de matar tigres. Yo fui un matatigres durante gran parte de mi vida. Aunque siempre tuve un trabajo principal, tuve que apelar a labores adicionales para, como decimos, redondear el sueldo.

Entre los oficios que desempeñé –por fortuna, todos relacionados con mi profresión de periodista y mi oficio de escritor–, fui editor; corrector de libros, periódicos y revistas; escritor de textos publicitarios; articulista de prensa y periodista de emergencia, es decir, para cubrir un acto o un suceso por encargo; locutor; presentador de eventos y espectáculos; guionista suplente en programas de radio y redactor de cartas falsas de pseudo oyentes para colocar una canción en los primeros puestos del hit parade.

Además de tales quehaceres, también fui empaquetador en dos abastos, mandadero de 21 señoras mayores, todas solteronas, viudas, divorciadas y madres, cuyos hijos las habían dejado solas; transporte escolar pedestre de tres niños a los que buscaba en su colegio al salir de clases y cantante junto a un amigo para dar serenatas a 10 bolívares cada canción.

Hoy día, los trabajos fáciles y bien remunerados no abundan. Es más, están en vías de extinción. Por eso, una gran parte de mis compatriotas ya no mata tigres, sino cualquier animal que se presente, sea mamífero, ave, reptil, anfibio o pez.

Pero son tantos los que se disputan tales encargos que también la fauna abatible no felina está diezmada, y si no se hace algo pronto, no será extraño que se ponga de moda matar copépodos, pláncton animal, amebas, bacterias y virus.

La caza de estos dos últimos géneros será, al menos, provechosa, pues ayudará a muchas personas a recuperar la salud, dado el carácter de dichas cacerías. El problema vendrá después cuando empiecen a escasear los especímenes microscópicos.

Entonces será común toparse con cazadores de protones y neutrones y luego de partículas subatómicas, como neutrinos y muones.

Ahora bien –espero equivocarme–, de seguir las cosas en esa línea descendente, en cualquier momento se produce un rebote y, en vez de organismos diminutos, los por ahora matatigres podrían devenir en sicarios, esto es, en cazadores de personas y grupos humanos.

Ojalá no lleguemos tan lejos y los sueldos y salarios, así como la capacidad adquisitiva para obtener alimentos, pagar servicios y poder darnos un gustico con frecuencia y no en cada muerte de obispo, se recupere pronto.

Si eso ocurre, no hará falta más nunca matar tigres ni ninguna otra especie animal.

 

Armando José Sequera


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