Letra veguera | ¿Quién es Nelson Montiel?

05/02/2025.- Hay escritores que guardan consigo biografías secretas. Desde Bolívar hasta Pessoa, desde Kafka hasta Chaplin (se decía que era público y escandaloso el secreto de su vida no-muda); autobiografías que en muchos casos pasaban revista a episodios semirreales o a historias de otras vidas de amigos íntimos o enemigos sin rasgos y sin gestos.

Cuando se hacen públicas es porque la escritura abre otras puertas, delirantes o estratégicas.

La oralidad es un modo también parturiento, naciente, consanguíneo de esta metamorfosis de origen vital, porque sus principales síntomas son como algunos embarazos de esos que preceden a la escritura.

Para muchos escritores, sean historiadores o investigadores, arqueólogos o pintores, poetas, filósofos solitarios y callejeros, la oralidad es como un doble de la voz que escribe la psicología del ser de carne y hueso, de los que no pueden morir nunca porque nunca jamás cesan de (re)inventarse para que los otros vivan con él un viaje de infinita duración.

En términos tangibles, es imposible pensar en escritores que no la cultiven como disciplina o como destino.

Adriano González León leía Pedro Páramo de memoria, sin el libro en la mano y con la misma entonación triste de Rulfo.

Hay otros que escriben, pero con la oralidad. "Inventan" otra obra y se convierten en actores de sí mismos, en poetas rupestres, en cultivadores de fábulas, como Gino González, por citar a uno de ellos.

Otro ejemplo es Chávez, quien inventó, cantó y exclamó de memoria poemas de Andrés Eloy Blanco y Alberto Arvelo.

La Filven-Barinas, que se realizó a finales de enero de este año, no fue un evento exclusivo de libreros ni de mirones de libros y estatuas de quincallas y orfebrerías, sino que fue —incluidos algunos como Amílcar Figueroa— un episodio de encuentro de muchas "autobiografías" que han guardado en la espesura de sus vidas y quehaceres, que caminando se escondían en otras personalidades tatuadas, con chanclas y pulseras, vociferando algunos temas políticos, literarios y estéticos. Unos susurraban sobre Chávez, sobre el Palacio del Marqués del Pumar, sobre sus otros "yo", sobre las ediciones de autores viejos, jóvenes, transgéneros, periodistas, teatreros y cantantes.

La historia de Barinas y su origen, su naturaleza guerrera, su adequismo, su condición de cuna de gente ilustre, de no tan ilustre, de ríos, de cimarrones, de intelectuales alcoholizados, de muchachas bonitas y cantantes recios.

Nelson Montiel iba de un lado a otro con cada una de sus biografías y fue el escogido como "escritor homenajeado".

Risas, llantos, canciones, explosiones de Adán y Elías Jaua, Erazzo, profesoras…

Al final, Beatriz Rondón y yo hablamos de Río quemado, el libro de Jorge Rodríguez y de Víspera, el mío: dos padres, dos libros, dos metáforas.

Montiel cargaba varias carpetas y en cada una guardaba una biografía con sus añadidos ruizguevarianos.

Mientras el gringo enviado por Trump y Jorge Rodríguez reía a carcajadas del encuentro "diplomático", Nelson Montiel hablaba y yo, copiándome de un Montiel que no veía desde los tiempos de la última guerra, pensaba a quién decirle que el Teatro Ruiz Guevara se está cayendo a pedazos y parece que no cupo en la agenda Venezuela Bella, dedicada a la restauración de cuanta iglesia hay en Barinas y sus confines.

Raúl Ruiz Jurado y su equipo, mientras tanto, estaban cargando cajas de libros. Gracias a ellos se celebró esa fiesta necesaria.

 

Federico Ruiz Tirado


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