Historia viva | Amor y paz historiadas
12/02/2025.- La historiografía tradicional academicista acostumbró a sus discípulos, "mandatarios", colegas, estudiantes y a cierto público lector que le gusta la historia, a "observarla" desde el balcón anecdótico, contemplativo, desde el recuerdo, incluso desde el "chisme histórico" que entretiene, pero no recrea. Busca vender libros, hacer negocios editoriales, programas de radio, televisión y ahora en redes sociales para obtener provecho mercantil del relato histórico o historicista, generalmente banal y superficial.
En la otra acera, está la historia insurrecta, insurgente, subversiva, que se sustenta en la aproximación a la verdad y la interpretación ética del hecho histórico para revelar lo que los academicistas han escondido con lo banal y donde se recupera un relato histórico del protagonismo popular. Se muestra al sujeto histórico, motor de las transformaciones sociales pasadas y futuras, eso sin demeritar la heroicidad y la épica de los jefes, comandantes o mandatarios, que ya conocemos.
Estamos de acuerdo con que el trabajo intelectual debe ser remunerado o justamente recompensado como producto de las investigaciones, las horas de lectura, indagando fuentes, planificando el trabajo, redactando y, en fin, generando conocimientos. Es fuerza de trabajo intelectual que el historiador realiza para divulgar sus hallazgos y que con justicia debe ser compensada por cuanto esa información es trascendente para los fines políticos y estratégicos de una república o de un pueblo.
Muchos no lo contemplan así y piensan que el genio de quien escribe deriva de la divina Providencia, que no cuesta nada, cuando en realidad se trata de un esfuerzo físico e intelectual tan agotador como el de un trabajo manual.
Recuperar información histórica es consustancial con la de formar y entregar conocimientos para dar luz a la gente que transita y vive en el túnel del tiempo, donde nos encandilan con informaciones falsas, indiciarias, medias mentiras o mentiras, que nos llevan a engaños y desencantos, ante la contundencia de la verdad cuando nos aproximamos a ella, usando la linterna metodológica de la investigación científica social, pero sobre todo el relato que se convierte en historia cuando se escribe.
Muchas de las luces que alumbran los destinos de la humanidad las apuntan los movimientos sociales o populares y la gran mayoría de los dirigentes lo que hacen es montarse en esas olas de la historia.
En 1958, a un militante pacifista inglés de nombre Gerald Holtom, diseñador gráfico de profesión, se le ocurrió elaborar un gráfico que identificara la categoría "paz", basándose en el lenguaje de banderas, en la que dos brazos levantados señalan la letra "d" (un brazo levantado sobre la cabeza) y dos brazos abiertos apuntando hacia abajo en un ángulo de 45 grados representan la letra "n". Ambas letras eran las iniciales de la demanda principal: "desarme nuclear". Esa fue la consigna que en ese momento los movimientos sociales europeos usaron para oponerse a la peligrosa carrera armamentista.
Luego, esta consigna y logo fueron llevados a Estados Unidos. Algunos señalan que lo hizo el activista estadounidense de los derechos civiles Bayard Rustin, quien había participado en la marcha de Aldermaston a Londres el 4 de abril de 1958, donde por primera vez se mostró aquel logo de la paz.
Desde entonces, ese símbolo y su consigna prendieron en el pueblo norteamericano y en el mundo, tanto que a principios de los años sesenta del siglo XX lo tuvieron de bandera contra la guerra de Vietnam, a la que se sumaron productores discográficos, cantantes y artistas de cine que seguían los llamados a la paz mundial. Muchos de ellos escribieron canciones con metáforas para evitar la persecución anticomunista y el veto de las transnacionales del disco y del gobierno de Estados Unidos.
A esa consigna de paz se le sumó la palabra amor, "amor y paz", que el movimiento hippie popularizó en los sesenta. Este movimiento de protesta fue analizado en el Departamento de Estado y sus funcionarios estratégicos lo penetraron y contaminaron con estupefacientes y narcóticos para neutralizarlo y evitar que se convirtiera en una “amenaza”. Así, quemaron su aliento entre el humo de la marihuana, el LSD y la cocaína. También fueron eliminados sus exponentes musicales más importantes, desde Bob Marley hasta Lennon (Imagine, 1971), a quien asesinaron en la década de los ochenta.
Ese movimiento caminó junto a las protestas por los derechos civiles de negros, chicanos e indígenas norteamericanos, pero el Pentágono dijo que ponía en peligro la "seguridad" de la nación, es decir, era una "amenaza inusual y extraordinaria". Así, los principales líderes del movimiento fueron asesinados: Martin Luther King y Malcolm X, entre otros.
El tema del amor y la paz recorrió los pasillos de las disqueras emergentes con artistas como Bob Dylan, que escribió decenas de canciones metafóricas de inspiración popular como Blowin' in the Wind (1963). Además, motivó a otros artistas, como John Lennon, Bruce Springsteen y Sting, a escribir canciones de orden social como Imagine y otras, en vez de las canciones frívolas y neutrales.
Los historiadores e historiadoras que hoy se forman en Venezuela bajo la visión metodológica crítica son la vanguardia a la que le temen no solo los "tradicionales", sino los que siempre han abogado por la guerra, por la negación a la patria, los enemigos de la identidad y de la paz. No se trata de algo nuevo, porque la historia radical, popular o insurgente, como se le conoce en Venezuela, es "mayor de edad", pero no está en los planes de estudios de otros países nuestroamericanos y caribeños.
Ahora nos toca seguir abriendo posibilidades para historiar la política. Chávez lo hizo, pero nos toca profundizarla para encontrar caminos prospectivos para la justicia, la seguridad, la felicidad social y la paz posible que Simón Bolívar pronosticó en el célebre Discurso de Angostura de 1819.
Aldemaro Barrios Romero