Trinchera de ideas | Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho
Doscientos años
13/02/2025.- Las estirpes paterna y materna indicaban que la carrera de las armas debía ser en primer lugar la que abrazara Antonio José. Su propio padre llegó a ser general en jefe del ejército de Cumaná. Antes, la precipitada muerte de su madre y el nuevo matrimonio de don Vicente influyeron poderosamente en la vida del niño, que adoptó una personalidad introvertida y taciturna.
Inició sus estudios en la Escuela de Primeras Letras de Cumaná, pero pronto fue trasladado a Caracas, ciudad en la que, bajo protección, orientación e influjo de su padrino, el clérigo Antonio Patricio Alcalá, ingresó a la Escuela de Ingenieros, donde aprendió geometría, álgebra, trigonometría, agrimensura, fortificación y artillería.
Los sucesos del 19 de abril de 1810 le sorprenden en Caracas. El fulgor de los hechos va a tener notable influencia en el joven cumanés, que paraliza sus estudios y decide retornar a su ciudad natal, que había adherido a la revolución y creado su propia Junta de Gobierno.
Otro sacerdote, su tío José Manuel Sucre, le insufló a los quince años el fervor patriótico que a esa temprana edad habría de adquirir y perpetuar por el resto de su vida. No hubo más tiempo para el estudio; sintió que Venezuela requería de sus servicios y se entregó a la carrera militar, asumiendo la responsabilidad de una formación autodidacta.
Su vida en campaña comenzó en 1811 y no habría de cesar sino con su muerte. Tuvo su bautismo de fuego a los dieciséis años, durante la toma de Valencia, sangrienta batalla que se saldó con la victoria. En estas condiciones conoció a Francisco de Miranda, con quien tuvo un encuentro casi imperceptible. En ese contexto, también conoció al coronel Simón Bolívar, que servía a las órdenes de Miranda.
A partir de ahí, y tras el sufrimiento y el dolor por el exterminio de su familia en 1814 a manos del caudillo español José Tomás Boves, su tristeza se acentuó y su carácter solitario devino en un perfil que no abandonaría jamás.
Sucre se volcó a la carrera militar, acerado por el dolor de la pérdida familiar, el ímpetu de su juventud y el fervor patriótico que abrazaría por el resto de su vida. Ascendió muy pronto a teniente, en 1813 a capitán, bajo el mando de Mariño, y en 1815 a comandante, al dirigir la artillería en el sitio de Cartagena. En 1817, recibió el grado de coronel. Solo tenía veinticuatro años recién cumplidos cuando el vicepresidente Zea, en ausencia de Bolívar, lo hizo general de brigada y le encargó el mando de la Legión Británica de Apure.
Su aprendizaje es lento, difícil y sistemático. Siendo muy activo y sagaz, además de arrojado, su apocada personalidad pasa inadvertida, sobre todo cuando su primera formación se produce al lado de jefes ya hechos como Bermúdez, Piar, Mariño, Monagas y Cedeño. En este período, sus dotes militares se manifiestan más en la conformación del Estado Mayor, donde organiza el trabajo, da instrucciones y consejos, aprovechando su disciplinada conducta y su astuto sentido para percibir el futuro, todo lo cual rompe la lógica de sus jefes impulsivos y vehementes.
La verdad es que el acelerado encumbramiento de Sucre a los eslabones más altos de la jerarquía castrense se dio en el marco de la guerra, escuela superior de formación militar que precipita las promociones. Así, en el fragor de los combates —desde temprana edad—, comenzó a mostrar su extraordinario heroísmo, su gran capacidad táctica y su proverbial genio estratégico.
El sentimiento patriótico de Sucre se veía enfrentado a las manifiestas desavenencias entre sus jefes orientales —a quienes había estado subordinado— y Bolívar, pero, en el momento de tomar una decisión, junto a Urdaneta, no presentó duda alguna cuando en Cariaco se pretendía crear una caricatura de república que negaba el liderazgo del Libertador.
Contra su voluntad, se vio obligado a asumir pública posición frente a la interminable pequeñez política de los caudillos orientales que combatían a España para lograr la libertad e independencia de su pequeño feudo en las regiones orientales de Venezuela. Cuando la rivalidad alcanzaba niveles peligrosos para la unidad de los republicanos en su lucha contra el Imperio español, Bolívar le encomendó mediar ante Mariño, para buscar la unidad de los venezolanos. Sucre cumplió a cabalidad la misión: se reunió con su antiguo jefe. Discutieron y, en algún momento, entre tonos acalorados, intentó convencerlo en términos políticos, exponiendo una virtud que Mariño no poseía. Logró su objetivo: el general oriental decidió subordinarse al Libertador, poniéndose a las órdenes de Arismendi.
En dos ocasiones más, se vio obligado a asumir la responsabilidad de mediar en las luchas intestinas entre Mariño y Bermúdez, y en ambas contiendas —tal vez mucho más complicadas que el propio enfrentamiento bélico contra el ejército español—, salió airoso. Así, iba mostrando sus dotes políticas y diplomáticas, que se fueron agregando a las indudables capacidades militares que ponía en evidencia en los combates.
En estas lides, Sucre hizo gala de una gran capacidad para mantener el equilibrio, entendiendo y asumiendo en todo momento posiciones alejadas de cualquier rencilla, rechazando pugnas y conspiraciones al mismo tiempo que propiciaba la atenuación de las disputas y desavenencias en el campo patriota.
Sucre no tenía dudas de dónde debía estar. En una carta fechada en Maturín el 17 de octubre de 1817, en la que informaba de una de esas tratativas que se vio obligado a asumir con desagrado, al tener que dialogar, negociar y convencer a Mariño por orden del Libertador, le manifestaba total y absoluta lealtad.
Después de cumplir con eficacia y eficiencia una misión encomendada por Bolívar a fin de obtener armas en Saint Thomas, las cuales son entregadas al propio Libertador en Cúcuta, Sucre comienza a actuar directamente bajo sus órdenes. En el momento de su arribo a esta ciudad neogranadina, Bolívar no se encontraba en ella, pero, unos días después, el 11 de julio de 1820, cuando arribó a esa urbe, una comitiva formada por altos oficiales, entre los que estaba Sucre, salió a recibirlo. O´Leary, que no lo conocía, le preguntó a Bolívar quién era ese "mal jinete" que se aproximaba, a lo que el Libertador respondió, ya oteando el futuro:
Es uno de los mejores oficiales del ejército; reúne los conocimientos profesionales de Soublette, el bondadoso carácter de Briceño, el talento de Santander y la actividad de Salom; por extraño que parezca, no se le conoce ni se sospechan sus aptitudes. Estoy resuelto a sacarle a la luz, persuadido de que algún día me rivalizará.
Nadie suponía que Bolívar lo "sacaría a la luz" tan pronto. En primera instancia, lo incorporó de inmediato al Estado Mayor General y, a continuación, lo nombró ministro interino de Guerra. En esa circunstancia, en la lucha independentista se abría un nuevo escenario.
Además de la arremetida frontal en los campos de batalla, se va tejiendo la posibilidad de buscar una salida pactada al conflicto. Ambas partes se comienzan a preparar para este inédito enfrentamiento en la mesa de negociaciones. En el bando patriota, Bolívar no tiene dudas: sería Antonio José de Sucre quien, en calidad de representante plenipotenciario, dirigirá la delegación colombiana. Pondrá a prueba sus dotes diplomáticas en el evento más complejo que la República había tenido que asumir en su corta historia.
Fue su primera misión como diplomático y la transitó exitosamente. Para que desatara toda su creatividad y autonomía no solo de pensamiento, sino también de acción, durante las negociaciones, el Libertador optó por retirarse a Sabana Larga, distante unos kilómetros de Trujillo, donde se desarrollaba el cónclave. Sucre brilló en los debates que condujeron a la firma de los tratados, exponiendo sus dotes como político y estadista, más allá de las militares, cuando solo tenía veinticinco años.
El 11 de enero de 1821, en Bogotá, Bolívar designa a Sucre como comandante del Ejército del Sur que operaba en Popayán y Pasto, pero posteriormente tal decisión es anulada cuando el Libertador, entendiendo la capacidad demostrada por el joven cumanés, considera la conveniencia de ordenarle misiones superiores. Así, es enviado a Guayaquil con cometidos de mayor envergadura al recibir el encargo de incorporar a Colombia, esa provincia que se había liberado del dominio español en octubre del año anterior.
El 6 de abril llega a Guayaquil y el 15, en representación de Colombia, firma un tratado con esa provincia, que mantiene su autonomía, pero queda bajo protección colombiana. Sucre es facultado para iniciar operaciones después que la provincia le concede los recursos con que contaba. El 19 de agosto obtiene una importante victoria en Yaguachi contra las fuerzas del mariscal Melchor Aymerich.
En esa situación, Sucre solicita a la Junta de Gobierno que decida definitivamente la incorporación de la provincia a Colombia, pero subsistían dudas en algunos de los miembros de esa instancia, que no permitieron que se llevara a efecto, lo que era un clamor de la mayoría. Sin perder tiempo, ante la indecisión, emprende nuevas operaciones, pero es derrotado en Huacho el 12 de septiembre, por lo que es obligado a retirarse a Guayaquil a reestructurar su ejército mientras esperaba el envío de nuevos refuerzos desde Colombia.
Sin embargo, una nueva amenaza viene a oscurecer el panorama de la nueva provincia: fuerzas enviadas desde Perú llegaron a Guayaquil con la intención de apropiarse de ella para ponerla bajo soberanía peruana. El escenario era sombrío: la posibilidad del enfrentamiento entre fuerzas patriotas se había puesto sobre el tapete. Tres corrientes pugnaban por el control del importante puerto: las que favorecían a Colombia, las que planeaban ser independientes y las que empujaban a Guayaquil hacia el Perú. Comenzaron manifestaciones e incluso se tomaron decisiones a favor y en contra de cada una de las propuestas.
Una vez más, Sucre tuvo que hacer uso de sus mejores dotes diplomáticas para convencer a los partidos en pugna de que había un enemigo común contra el cual se debían unir las fuerzas y, una vez que este fuera derrotado, dirimir las diferencias que hubiera respecto del futuro político de la provincia. Sucre, a través del general Tomás de Heres, negoció en forma directa con las autoridades peruanas y obtuvo de estas el apoyo con tropas bajo el mando del coronel Andrés de Santa Cruz. Todos estos hechos, que emergieron de la capacidad política, diplomática y militar de Sucre, permitieron que la opinión pública se volcara a favor de Colombia, permitiéndole reiniciar las operaciones bélicas contra el enemigo español y consolidando además su liderazgo y el reconocimiento de Guayaquil.
El diseño de las operaciones militares se hizo a partir de la creación del Ejército Unido, con soldados de varias repúblicas. Las acciones comenzaron al finalizar el primer mes de 1822. El 21 de abril tomó Riobamba, el 29 continuó la marcha y el 2 de mayo ocupó Latacunga para esperar un refuerzo procedente de Panamá. El 13 de mayo reanudó las operaciones dirigiéndose a Quito, al mismo tiempo que enviaba un contingente para evitar que las tropas españolas procedentes de Pasto (último bastión español en Colombia) pudieran reforzar la agrupación realista. En esas condiciones, presentó batalla a los realistas a los pies del volcán Pichincha, causándoles una contundente derrota el 24 de mayo, liberando a Guayaquil y a todo el territorio que hoy conforma la República del Ecuador, creando de esta manera óptimas condiciones para su ingreso a Colombia.
En reconocimiento a sus méritos, el 18 de junio, Bolívar lo asciende a general de división y lo nombra intendente del Departamento de Quito, uno de los tres que junto a Venezuela y Cundinamarca constituían la República de Colombia. Abocado a las labores de gobierno, desarrolló una intensa actividad política y de gestión pública, que redundó en beneficios importantes para los pueblos de Ecuador.
Ante el llamado del Perú a Bolívar para que hiciera frente a la situación de anarquía del país. Imposibilitado el Libertador por el Congreso de Colombia para acudir de inmediato, designa a Sucre para que se dirija a Lima y negocie un tratado de alianza con Colombia. De igual manera, Sucre debía pactar con el gobierno de ese país un plan de operaciones que condujera a la derrota total de los españoles en la América meridional. En la práctica, actuó como enviado diplomático plenipotenciario de Colombia ante Perú. El 10 de mayo de 1823, arriba a Lima y hasta el 1.º de septiembre del mismo año, cuando llega Bolívar, actúa como máximo representante político, diplomático y militar de Colombia en Perú.
En esos días se preparaban operaciones a desarrollar en el sur, en particular las dirigidas a los puertos intermedios. Ante la contingencia y sin poder opinar sobre lo acertado o no de los planes diseñados, Sucre se vio obligado a marchar junto a las tropas peruanas hacia Arequipa. Además, propuso una alternativa al plan peruano, recomendando al presidente Riva-Agüero que, si se decidía a enviar la totalidad del ejército al sur, se deberían tomar simultáneamente medidas necesarias para crear un nuevo ejército, formado por tres mil soldados, bajo el mando de un jefe capacitado, a fin de prepararse para desarrollar operaciones en una nueva campaña a futuro. Sucre, con su gran capacidad militar y su visión de largo plazo, estaba previendo dar continuidad a la guerra en caso de que se produjera una situación —tal como lamentablemente ocurrió— que significara la derrota y desorganización del ejército en el sur.
El 30 de mayo, Sucre fue designado por el Congreso del Perú como comandante del Ejército Unido y posteriormente jefe supremo militar. Al aceptar tal nombramiento, puso como condición que ese nombramiento solo tuviera jurisdicción sobre el territorio de la guerra. La campaña del sur fue un fracaso; estuvo mal planificada, los patriotas fueron derrotados y debieron regresar a Lima, después de una brillante retirada diseñada por Sucre, que evitó el colapso de las fuerzas independentistas.
Con la llegada del Libertador a Perú, Sucre se incorpora de inmediato a su Estado Mayor, participando en la batalla de Junín y en la posterior ocupación del vasto territorio que hasta ese momento había estado bajo ocupación española. En esa situación, Bolívar decide regresar a la costa para atender responsabilidades del Estado. En esa situación y ante la orden del Congreso de Colombia de retirarle al Libertador la potestad de mando del ejército colombiano y la anulación de las facultades extraordinarias que le habían sido conferidas para desarrollar la guerra, Bolívar lo designa para conducir las operaciones finales de la campaña libertadora del Perú. Si bien lo había decidido mucho tiempo atrás, ahora tal disposición se formalizaba institucionalmente. Concluyó el tiempo de Simón Bolívar, el Libertador, como jefe del ejército colombiano en Perú. Había llegado el tiempo de Antonio José de Sucre, de veintinueve años. Lo ocurrido después es historia: la victoria en Ayacucho se debió en gran medida a su visión estratégica, su sagacidad táctica y su manejo operativo.
El 10 de febrero de 1825, al cumplirse el primer aniversario de la dictadura de Bolívar en el Perú, el Congreso Constituyente se reunió en medio de la mayor solemnidad. El Libertador reiteró que le parecía peligroso que se le concediera a cualquier hombre una "autoridad monstruosa". A continuación, invocó la victoria de Ayacucho, que "había curado las heridas en el corazón del Perú y había roto las cadenas que había puesto Pizarro a los hijos de Manco Cápac".
Finalizó dejando instalado formalmente el Congreso de la República, pero no sin antes informar que sus responsabilidades ahora estaban en rendir el Callao y contribuir a la libertad del Alto Perú, después de lo cual regresaría a Colombia a informar a los representantes del pueblo acerca del cumplimiento de su misión en el Perú, su independencia y la gloria del Ejército Libertador.
Ese mismo día, 10 de febrero de 1825, el Congreso Constituyente del Perú, en reconocimiento al general en jefe del Ejército Unido, Antonio José de Sucre, le concedió el título de "Gran Mariscal de Ayacucho" por la memorable victoria obtenida en los campos de ese nombre.
A doscientos años de esa memorable fecha, la patria debe volver a la historia para exaltar a Sucre, uno de sus hijos más notables y portentosos, que en los campos de batalla y en la diplomacia, en la guerra y en la paz, transmitió valores de dignidad y honor, que hoy configuran el cimiento y el orgullo de la nueva Venezuela.
Sergio Rodríguez Gelfenstein