Un mundo accesible | Oda a la humanidad
19/02/2025.- La iniciativa que me condujo a escribir este artículo nació de forma abrupta y fervorosa, buscando corresponder al prominente brío de los lectores que son partícipes del progreso de nuestra propia sociedad, esos que reflexionan de manera constante y encuentran una pequeña parte de su esencia en la palabra escrita. Hoy contemplo con admiración a aquellos que, aplicando sus principios y valores, se esfuerzan por lograr cometidos muy nobles. Gracias a ellos, las nuevas generaciones conservamos un modelo de virtud verdaderamente plausible, ya que, con todo su corazón, voluntad y empatía, consolidan el ejemplo de aquello que llamamos humanidad: una cualidad, un modo de vida y una elección que está por encima de cualquier frivolidad. El atributo que eleva el espíritu y que, en medio de un afán de superación personal y colectiva, demuestra día tras día que el mundo aún es un lugar en donde se trabaja a diario por la libertad de nuestros ideales, por la paz de la que somos merecedores y por la felicidad que emana de un bien común.
Existen pocas personas lo bastante observadoras y empáticas como para que contemplen, con el corazón abierto, las realidades universales de las que, en medio de nuestra condición como seres humanos, no estamos exentos. Por lo tanto, con este artículo quisiera inducir, querido lector, una mayor reflexión sobre nuestro entorno. La modestia y la empatía te ayudarán a comprender que no todos atravesamos los mismos caminos y que nuestro futuro depende en buena medida del azar. Un ejemplo es nuestra salud: al tenerla, es poco lo que sabemos apreciar sobre ella, pero al experimentar una dependencia física permanente, ya sea por causa de una enfermedad o de un accidente, irónicamente puede conducirnos al aislacionismo. Esto supone que, si no aceptamos nuestra propia vulnerabilidad y creemos que jamás padeceremos tales situaciones, una postura tan dicotómica y absoluta hace que nuestros ideales se estanquen, pues no son cuestionados, adaptables o perfectibles.
La propia realidad de cada persona nos resulta ajena, pero la estrecha relación existente entre el modo en que nos percibimos y el modo en que percibimos al mundo afecta la manera en la que nos comportamos. Como si estableciéramos una respuesta a esa percepción de nosotros mismos, en medio de esta letanía de ironías y contradicciones, se deja en claro cuánto podemos perjudicarnos entre nosotros mismos al carecer de una mayor comprensión sobre los fenómenos que nos rodean. De hecho, es muy probable que, al adoptar una postura de indiferencia, adoptemos conductas perjudiciales, no solo para los demás, sino también para nosotros mismos.
Con mucha frecuencia, en soledad, suelo reflexionar sobre este punto y cómo, al padecer una enfermedad de carácter neurodegenerativo, podía destruir ciertas barreras a mi paso mediante un buen ejemplo, pese a los prejuicios con los que a diario debo lidiar. En otras palabras, estoy convencida de que, cuando salimos (de forma voluntaria o involuntaria) del automatismo, ese futuro de ensueño al que solemos rendir culto puede desmoronarse por la única condición de ser nada más que humanos. Esta dura verdad no sabe de convicciones morales ni de esfuerzos o siquiera de religiones. En otras palabras, lo que propongo es que, solo al considerar con seriedad tales asuntos, incluso si no los padecemos en primera persona, empecemos a darnos cuenta de la importancia de la empatía y de la inclusión. Todos tenemos debilidades, pero de ellas puede emerger un conocimiento revelador para aquellos que saben observar y escuchar.
En definitiva, considero que somos incapaces de desgajar algún fenómeno del contexto en que se producen casi a diario fenómenos similares. Cuando limitamos nuestra perspectiva al transcurso de nuestra vida y no contemplamos otras realidades, bien sea de forma involuntaria o por estar sumidos en el egoísmo, la dicotomía, la indiferencia o simplemente el tedio, solo tendremos las referencias de un automatismo prácticamente autoinducido en respuesta al temor que puede generar el cambio o la simple incertidumbre de que nuestros cometidos no se consuman de acuerdo con lo planeado. Esta especie de coraza nos aleja de la realidad, pero una vez que tenemos que lidiar con ciertas verdades, nuestra capacidad de adaptación y nuestra lógica presentan notables deficiencias. Después de todo, decidimos en el pasado que solo recibiríamos una mínima aportación sensorial basada nada más en nuestras propias experiencias, sin contemplar siquiera una vez que las demás personas pueden tener algo importante que aportar y que, por el simple hecho de ser diferentes, no merecen el desdén o la desaprobación silente de una sociedad cada vez más fracturada a nivel global.
El problema que arrastra nuestra percepción está basado en hechos tangibles: nadie sabe con certeza qué clase de adversidades podrían sorprendernos abruptamente en un futuro próximo, y, sin lugar a dudas, pretender que no existen solo complica más unas expectativas cimentadas en la nada, una ramificación del llamado "efecto placebo". El problema de una percepción incuestionable es claro, pues, aunque varía de un grado a otro, surge habitualmente en función de nuestras propias tendencias, que se utilizan para aislar determinados aspectos particulares de un suceso irrefrenable o de una mala experiencia, además de que reflejan nuestro propio egoísmo y un sinnúmero de supersticiones.
La humanidad puede salvar vidas o bien puede optar por mirar hacia otro lado. Basta con intuir, tan solo con el título de este artículo, los demonios y los temores que podríamos exponer o desencadenar, pues su filosofía pone en evidencia el estrechamiento de una óptica que resulta perjudicial para nuestra voluntad de superación. Y una vez que la adversidad, tarde o temprano, se vuelve un foco que, sin darnos cuenta, podríamos estar encarnando en tan solo unos pocos días, y con la cual, finalmente, deberemos lidiar, se desvanece paso a paso una suma absurda de falsas expectativas. En pocas palabras, el cobrar conciencia de la complejidad que hemos estado ignorando dependerá entonces solo de nosotros y de nadie más.
Angélica Esther Ramírez Gómez