Aquí les cuento | Cipreses: José Gregorio de pie (I)
21/02/2025.- En todas las imágenes que conocemos de José Gregorio Hernández, observamos que permanece de pie con su impecable traje negro y el sombrero de ala corta del mismo color. Uno nunca sabe qué sostienen sus manos detrás de la zona lumbar. Bueno, eso no es de interés…
En años recientes, ha sido recurrente la puja entre los promotores del médico venezolano y el Estado católico, dirigido por una corte purpurina de (coloque usted aquí el adjetivo que mejor le parezca), quienes deciden quién es santo y quién no. Pero, al fin, recientemente ha sido "reconocido" digno de veneración por el Estado Vaticano.
Haciendo un ejercicio de soberanía, en los pueblos reconocemos la impoluta existencia de las comadronas y curiosos, quienes garantizaban el nacimiento y la salud con sus oraciones secretas y pócimas ancestrales. La gente común, descendiente de aquellos que no tenían acceso a los templos católicos, por carecer de mantos y apellidos, ha decidido legitimar la santidad de sus benefactores espirituales durante tantos años, sin esperar la decisión política de los representantes del Estado. Un Estado que repartió el mundo a las potencias coloniales y bendijo el genocidio realizado por la conquista y la expoliación de las riquezas de nuestro continente, además del secuestro de millones de hermanos africanos, reducidos a la esclavitud por mandato divino.
En mi pueblo, el viejo Eusebio Gamboa, oriundo de Cumanacoa, quien se desempeñaba como juez en las peleas de gallo y sembraba maní a orillas del río, era un verdadero santo. Miren que desde los esguinces que sufríamos los chamos en el campo de futbol hasta colocar en su lugar el húmero en la articulación del hombro "espaletado", Eusebio lo hacía sin dolor y sin cobrarte ni medio. Bueno, en eso coincidía con el doctor de Isnotú…
Ahí, en la esquina de Cipreses, frente al teatro Nacional, en una fachada lateral de un edificio donde funciona una venta de toda suerte de cosas, está un mural con la figura del médico de los pobres.
Bástese con que usted "se deje chorrear" desde la esquina de Camejo, cruce la plaza Diego Ibarra y pase entre la manga que estableciera la iglesia Santa Teresa con una cortina de barrotes y la fachada de los comercios, donde lo roban al venderle y lo hacen sospechoso del pillaje al revisarle el bolso a la salida.
Bueno, camine y se encontrará frente al Cine Cipreses único (antes eran Cipreses Uno y Cipreses Dos, donde vimos bastantes películas). En esa fachada del cine están unas pinturas que versionan a Alí Primera; seguido de una especie de neandertal que, según creo, pudiera ser Juan el Bautista; un diablo de Yare; un Niño Jesús vestidito con la piernita izquierda levantada, como si marchara o pateara una pelota de plástico; y, finalmente, la colorida fachada de un sanpedrero guatireño con su pañuelo y su pumpá.
Pero de frente te vas a encontrar con el santo venezolano, ahí, a pat'e mingo. En tamaño natural.
Hace de fondo a esta tarde caraqueña un cielo azul tropical con algunas nubes que evocan la provincia, tal vez el pueblo trujillano que le diera vida al sabio.
Está de pie sobre una grama bien cuidada. Se le ve un poco flaco. Viste camisa blanca, un chaleco azul con cinco botones de hueso, corbata negra, cinturón delgado de discreta hebilla, zapatos negros, pulidos recientemente por uno de los tradicionales limpiabotas que están ubicados en la acera de la torre norte del Centro Simón Bolívar y el único traje negro con que se nos presenta el doctor en cada imagen y visita de sanación. De la grama emergen dos vistosas plantas que exhiben relucientes margaritas. Todas nos miran. Cuatro a la derecha del santo y cinco a su izquierda. A la altura de su rostro, proveniente del Waraira Repano, está un colorido guacamayo, como queriendo pedirle posada en su sombrero para anidar libre de maldades. Al fondo, un florido araguaney (lo que hace suponer que la imagen se ubica posiblemente en mayo). Su mano izquierda parece acariciar un canto del turpial que tiene de lienzo un par de coníferas. A la izquierda se yergue, tan vertical como su vida, el nombre en mayúsculas del profesor universitario, del científico, del médico solidario…
Esta imagen de José Gregorio es curiosa. Miren que no posó con las manos atrás, como de costumbre. Por ningún lado vemos el maletín donde siempre lleva su estetoscopio y algunas monedas que ofrecerles a los pacientes pobres, para que acudan a la Botica de Velázquez a comprar la receta de preparados que ordenara. El maletín lo tomó el operador del daguerrotipo de manga que le hiciera el retrato, diciéndole:
—¡Yo se lo sostengo, doctor!
El médico colocó sus manos atrás, pero el fotógrafo le preguntó:
—Doctor, ¿y si suelta sus manos y las deja de lado?
De ahí la expresión de José Gregorio, de realizar el gesto con su rostro, al extender sus codos y dejarnos a la luz las palmas de sus manos de hacer el bien.
Aquiles Silva