Letra invitada | Alí Primera: un viaje de amor en el recuerdo
23/02/2025.- Ocho décadas de tu luz. Era muy joven cuando se marchó en esos momentos estelares de su vida. Recuerdo esa mañana en que llegué a Últimas Noticias, presto a cumplir mi guardia, en compañía de mi comadre Desirée Santos, cuando, llorando, me dijo: "Frasso, acaba de fallecer Alí". Nos abrazamos sin encontrar consuelo alguno. Luego, nuestro jefe, un viejo periodista cubano de apellido Galán, nos dijo: "Oye, tú, mira, vayan a cubrir la información de su muerto…".
Llegamos al aula magna de la UCV y en ese momento entraba el féretro con el cuerpo de Alí. Las lágrimas me cubrían el visor de la cámara y se escuchó al unísono la voz de los estudiantes, profesores y el pueblo que allí estaban reunidos cantando: "Los que mueren por la vida / no pueden llamarse muertos / y a partir de este momento / está prohibido llorarlos…".
Hoy en casa decidí escuchar tus canciones, a mirarte en la pantalla del televisor al tiempo que me sumergía en aquellos momentos cuando te conocí. Yo era un joven de diecisiete años y vine con mi hermano Maximiliano Suquet y el gordo Elio a buscarte a Caracas, allí donde vivías, en El Valle, edificio El Araguaney 3. Tenía que llamarse así, por lo amante que fuiste de la naturaleza.
Nos fuimos para el pueblo acompañando tus sueños y orgullosos de tu presencia. Estuviste una semana con nosotros en Santa Ana, Anzoátegui. Te presentamos varias veces en el grupo escolar Pedro Emilio Coll, lo que sirvió para recolectar el dinero para terminar de fundar el ateneo y la biblioteca.
Me fui a dormir temprano a mi casa y en la madrugada, cuando disfrutaba de mi chinchorro en la sala, escuché una canción que le había dicho a Alí que me gustaba mucho, Yo no sé filosofar, y creí que soñaba. Al abrir la puerta que da hacia la plaza Bolívar, estaba él con Maximiliano y otro grupo de amigos ofreciéndome la única serenata que he recibido en toda mi vida. Fue tal la emoción que arranqué a llorar de alegría por el regalo del poeta y amigo a quien he amado por siempre.
Una vez lo visité en su apartamento y estaba cargado de tristeza porque había partido La Pinche, su hija con la sueca, su compañera de entonces. Me contó una historia llena de recuerdos y fue así como creció la confianza que nos convirtió en hermanos de la vida.
Luego hablamos del arroz con pollo que preparaba mi mamá y que a él le gustaba mucho. Le comenté que por mi casa habían pasado José Vicente Rangel, Pedro Ortega Díaz, Guillermo García Ponce, Pompeyo Márquez y Teodoro Petkoff; los tres últimos, como bien decía Alí, le abrieron un hueco a la represión en el cuartel San Carlos.
David Nieves, quien era familia de los Souquet por su esposa Vilma, también compartió momentos en esa plaza de mi pueblo con las exquisiteces gastronómicas de mi madre, Lilia Rosa.
En una oportunidad, vine a Caracas a resolver problemas de los estudiantes y el liceo. Me quedé en su apartamento, entre cuadros y mecedoras traídas de Falcón, en esos espacios llenos de poesía y amor.
Al día siguiente era el acto del MAS en el Nuevo Circo. Alí cantó y la furia de su canto era increíble. Luego se puso a hablar y poetizar cuando Teodoro, con la irreverencia acostumbrada, se acercó y le dijo: "O cantas o das discurso".
Alí se sintió irrespetado, tomó su guitarra y se marchó.
Ese era Alí, que hoy recuerdo con la misma intensidad del primer día que nos encontramos.
Ochenta y dos años hubieras cumplido el 16 de febrero. No tengo diecisiete años, pero sí la memoria suficiente para estar contigo y para que tú estés conmigo…
Salí de Caracas con Alí rumbo a Carúpano, estado Sucre, para llevarle una canción a un poeta llamado Luis Mariano Rivera. No sabía quién era; confieso que no conocía nada de él. Cuando llegamos a Marigüitar, ya había escuchado muchas veces la canción que ensayaba y le dije: "Alí, por Dios, ¿no te sabrás otras?", y entonces me preguntó: "¿Tú manejas?". "Sí", le respondí.
Me entregó su carro, agarró su cuatro y escuché el concierto más hermoso disfrutando sus canciones.
Cuando llegamos a Carúpano, como a la una de la mañana, fuimos al Conuco y nos esperaba ese hombre parado debajo de un rancho de caratas, vestido con una guayabera blanca, unos blue jeans, unas alpargatas y un sombrero de cogollo. Detrás, con el fogón prendido, cocinando las arepas y el pescado frito, estaba la Negra Marsella, fiel compañera de Luis Mariano.
Alí se bajó, cuatro en mano, cantándole: "Con brillo de poma rosa / y con olor de guayaba, / la canción de Luis Mariano / es canción entre dos aguas, / entre el agua de su mar / y el cocotal de su playa…".
Quince días me quedé con Alí en el Conuco, y por allí pasaron Gualberto Ibarreto, Sofía Ímber, Perucho Aguirre y Enrique Hidalgo.
Sigo viajando a Carúpano y cada vez que llego a Marigüitar, veo la cabina telefónica al lado de una bomba vieja, donde aquella vez nos paramos a llamar para decir a qué hora estaríamos llegando al Conuco.
¡Qué cosas, Alí! Me casé con una carupanera Norbelys o Norvida, y tengo a Sebastián Francisco, al que le gusta más Carúpano que París y Madrid. También recuerdo que, viajando con Chávez a Caracas, le dije que era tu amigo y en pleno vuelo empezó a cantar tus canciones con José Montecano, tu hermano. Se sabía todas tus canciones y algunas fueron inspiración de su programa de gobierno: "las casas de cartón" eran la Misión Vivienda; "te canto, Mamá Pancha", la Misión Barrio Adentro; "la guerra del petróleo", nuestras relaciones colombo-venezolanas. Muchas veces me dijiste: "La inocencia no mata al pueblo, pero tampoco lo salva"…
Hoy, con mis sentimientos encontrados, considero que lo que estoy viviendo tal vez no es lo que yo quería, pero sí se aproxima a lo que tanto he soñado, parafraseando a Milanés…
Con la esperanza y la lucha en el combate,
¡Frasso, siempre Frasso!
Francisco "Frasso" Solórzano