Aquí les cuento | Cipreses: José Gregorio de pie (II)

28/02/2025.- El hombre llegó ante el mural del Doctor de los Pobres. Se detuvo un instante para persignarse de rodillas. Luego le tocó la mano izquierda al santo, la que está cerquita del turpial, y se hizo una nueva cruz sobre la frente. Después palpó la palma derecha del santo y nuevamente se crucificó la frente. Sorprendió mirarle saltar hasta tocar las alas del guacamayo, casi a la altura del sombrero. El animal inmóvil recibió la caricia. El hombre saltó una vez más, se retiró seis pasos hacia la acera recorrida y extendió sus brazos intentando aletear. Corrió con una inusitada energía hacia la pared. Se arrodilló para tocar los zapatos recién lustrados del santo; apenas había caminado cuatro cuadras y el polvo aún no disimulaba su brillo. Nuevamente de pie, empezó a hacer la oración, en el idioma de los humildes. Caminó hasta la pintura y chocó sus manos, como en un saludo escolar, con el científico trujillano, luego frotó su cabeza con la invisible unción, recorrió por cinco veces su rostro con ambas manos, desde los parietales hasta la barbilla, terminando unidas al frente. Aplaudió dos veces y respiró del cuenco de sus manos, conteniendo la quijada con sus dos pulgares extendidos, que llegaban a la garganta, y profirió solamente dos sílabas: "¡Amén!".

—¡Usted no me está preguntando, amigo, pero se ve que lo que acabo de hacer le llamó la atención! ¡Sepa que no lo hice para usted, sino para mí!

—¡Bueno, tiene razón! —le dije—, pero, mire, estoy estos días por aquí en la capital y me llama la atención lo que veo, lo que la gente hace. Entienda que vivo en un pueblo muy pequeño de oriente, y no escondo para nada mi origen campesino. Cuando la gente me escucha hablar, de inmediato nota que llegué esta mañana.

—¡Igual me pasa a mí! Mire que llevo cincuenta y un años aquí, en Caracas, desde que me vine de mi pueblo del Táchira.

—Bueno, mi amigo, vea que yo escribo algunas cosas sobre la gente y los pueblos, y hasta he tenido la suerte de que me publiquen en un periódico… ¿Me concedería usted una breve entrevista?

—Bueno… ¡Hablemos!

Eso contestó aquel hombre de mediana estatura y la innegable apariencia del campesino andino que, con su paz, ha tributado sus años a la ciudad grande.

—Soy Julio Amaya. Nací en Delicias, estado Táchira. Jovencito, me salí de mi lugar y llegué a San Cristóbal. Ahí estuve unos años y después me vine a Barquisimeto, donde empecé a cortar cabello y dejé dos hijos, que son grandes ya, y me han dado un poco de nietos. Después me vine a Caracas… te estoy hablando del año setenta y tres…

Aquí gobernaba Carlos Andrés, que era del Táchira, de Rubio precisamente. Muchos andinos nos vinimos a ver si mejorábamos la situación aquí, en la capital, y le diré que no me ha ido mal. Mire, yo llegué y un paisano me llevó hasta una casa de La Pastora, donde alquilaban un cuartito y, desde entonces, vivo ahí. Ya soy hasta parte de la familia, porque muchos muchachos que han nacido en esa casa me llaman el tío Julio. Les he cortado el cabello. Hasta a la señora de la casa, que en paz descanse, le hacía su corte…

La barbería donde trabajo queda aquí cerquita, de Velázquez a Santa Rosalía. Se llama El Fígaro, que quiere decir "el barbero". Ahí trabajo con el dueño, que es también un hombre adulto, aunque con menos años que yo, que me trata tan bien que parecemos hermanos.

Yo bajo de La Pastora todos los días desde la casa al trabajo y regreso por la misma vía. De aquí bajo por la Lecuna (que creo que le cambiaron el nombre) y ahí llego al trabajo…

Sin embargo, todos los días me detengo a conversar con José Gregorio. Él fue un apóstol de Trujillo, devoto de la Virgen. Hoy es el rey de Venezuela. Le hice una petición de que me diera salud y fuerza.

Sí, tiene razón, en estos tiempos hay muchos muchachos que afeitan, que hacen caminos y dibujos en la cabeza de los otros, porque eso es lo que está de moda, pero no crea: yo llevo muchos años en la barbería y le puedo asegurar que todavía hay muchos varones a los que les gusta afeitarse como hombres.

—¿Me permite que le haga una foto?

—¡Claro, mi amigo! Así me verá cuando quiera y recordará que de Velázquez a Santa Rosalía estará este andino, Julio Amaya, esperando para afeitarlo, si Dios quiere y si José Gregorio me asiste en mis peticiones…

 

Aquiles Silva


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