Psicosoma | Del triángulo de la tristeza al triángulo amoroso (I)
La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas.
Karl Marx
04/03/2025.- Pude conectar con la película El triángulo de la tristeza durante casi dos horas y media. Tiene una trama absurda, irónica, de humor negro, sardónica; es una comedia ridícula sobre la condición humana, que se metamorfosea en situaciones crípticas y al límite, pero me atrapó. Me llevó a repensar una sentencia del filósofo Nietzsche: "El hombre es una cuerda estirada entre la bestia y el superhombre, una cuerda a través de un abismo", intentando superar lo casi imposible de la "fuerza normativa de lo posible".
El ojo crítico del director sueco Ruben Östlund nos aguijonea con escenas, diálogos y encuadres que retratan una sociedad materialista, un sistema capitalista depredador que fagocita y rumia al ser humano. Mientras tanto, casi nadie se atreve a lanzar la primera piedra o, quizás, disfruta las imágenes de ricos vomitando caviar y pobres oprimidos repitiendo las maneras de sus amos o patrones. Es cierto que somos individuos sociales con un profundo deseo de cambiar el mundo, aunque muchos prefieran permanecer en su nicho de confort sin complicaciones políticas. Sin embargo, el instinto, la naturaleza salvaje, aflora en "sueños de libertad", en acciones colectivas, con más marchas, pancartas, canciones y memorias del Mayo Francés.
Me hace recordar a mi padre, sus huainos carnavalescos de humor y burla al poder, a Zitarrosa, Atahualpa Yupanqui, Pastorita Huarasina, el Jilguero del Huascarán, Mercedes Sosa, Violeta Parra, y a las luchas de resistencia campesina y obrera contra los gamonales y latifundistas. Vienen a mi mente canciones como El pueblo unido jamás será vencido y Bella ciao… Demasiada agua ha corrido bajo el puente, y, sin embargo, "seguimos cantando y bailando" en abierta provocación al poder imperial, que se mimetiza en la cultura instalada por los capos y sus secuaces camaleónicos.
Los mundos paralelos se intersecan, se infiltran con sus porosidades y gestan embarazos de alto riesgo. Parir ideas, esperanzas, vidas, nunca ha sido fácil. Amar duele y repara.
En este mundo formal, digital, líquido, instantáneo, las manipulaciones actúan de inmediato: con miedo, culpa o felicidad normada, con un "yo" dividido, alienado, con ansias de conseguir "las píldoras de la felicidad".
La politiquería, la burocracia y la corrupción han devaluado la esencia de la política, como lo han hecho con el amor. Sin embargo, todavía podemos percibirnos en la autoconciencia. La existencia consciente es un acto de amor pleno al ser naturaleza sin escisión: somos plantas, gusanos, aire, lluvias estelares, rocío, escarcha; somos piel que siente, voces, presencia en el otro, con el otro en cada célula, molécula, neurona y en la tierra amante, la Pacha que nos hermana.
Somos países colonizados, percibidos por los imperialistas colonialistas como de "sangre impura", del "eje del mal" y otras sandeces "fríamente calculadas", porque en la política y la guerra nada es al azar. Y sí, hasta el amor es un aprendizaje de sufrimiento y gozo. «El amor es un sufrimiento que debería ser intentado», señalaba Nietzsche. Al ser vida, las luces y las sombras nos revolucionan, nos revitalizan con la fuerza existencial del poder vívido, y ya nada es imposible.
Siento las marchas como encuentros festivos, como puentes de atracción, como la pasión instintiva de amar nuestra libertad.
Lo mismo ocurre con la supervivencia de los náufragos tras la explosión del crucero de 250 millones de dólares: en el bote salvavidas, dirigido por la capitana filipina Abigaíl, una exjefa de aseo del barco, las jerarquías se invierten. Ella, pequeña, poco atractiva, de cuarenta años, pero con habilidades esenciales para sobrevivir —saber hacer una fogata, pescar, cocinar…—, logra que los supermillonarios inútiles se sometan a ella. En su bote hay algunos alimentos, agua, golosinas, pretzels y Nutella. Ese espacio se convierte en el Bote del amor. Primero invita a la supermodelo Yaya y luego se queda con su novio Carl, quien se adapta rápidamente a su amante y le dice: "Te amo: me das pescado". En ese contexto, ambos gozan del otro, mientras su novia Yaya estalla de celos.
En este momento, no puedo reprimir una frase venezolana que viene a cuento cuando alguien se pone cansón con las cantaletas: "¿Vas a seguir, Abigaíl?"… Parecería una escena de lectura lineal, pero el director es un cirujano de la conducta, un observador minucioso de las broncas eróticas que no se curan. La lente repite escenas obsesivas; da pistas. No sé si con ello se fragua el desenlace del rollo triangular, porque, en este sistema patriarcal, es un cisma de sexo y género. No se avizora un matriarcado ni una veta de sororidad. En otros tiempos, la historia sería distinta. Quizás estamos mutando y no nos damos cuenta. Recordemos nuestro pasado erótico-sexual con diferentes tipos de relaciones libres, sin temor al cuerpo y con pócimas sagradas. Solo tenemos nuestra única "nave espacial corporal", con alma o desalmada, con instintos supremos o "bajos instintos". Siempre seremos animales instintivos en primera instancia.
Cada espectador le dará su propio cierre, su propia interpretación. ¿Por qué tendría que haber un final o una moraleja? Me cautiva la plasticidad irreverente de la película, sus arañazos y mordiscos, incluso en situaciones aparentemente ilógicas, descarnadas, obscenas, que provocan hilaridad. Nos enfrenta a la supina imbecilidad que nos conforma, pero también a la capacidad de revertirla. Siempre he creído que hay reinicios para todo, incluso para la muerte. Seríamos diferentes si evocáramos y mostráramos más sentimientos y emociones al recordar el viaje sin retorno de los seres amados. Tardes de café en noches de garúa y neblina, con té o chocolate, en conversaciones que se extienden hasta nuevos amaneceres. Me trae a la memoria los Martes de Café, del escritor Nómar Oporte, amante del cine, con ciclos espectaculares y referencias documentadas en la página CineArte.
(Continuará).
Rosa Anca