Micromentarios | ¡Mira dónde vine a encontrar al Anticristo!

04/03/2025.- Desde mediados de los años ochenta del siglo XX hasta, aproximadamente, 2008, las placas vehiculares que identificaban a los automóviles que circulaban en Venezuela contaron con tres letras y tres números.

La letra inicial estaba asociada a una entidad federal, bien fuera el Distrito Federal —hoy, Distrito Capital—, los estados o los territorios federales.

Si la placa iniciaba con la letra A, significaba que el auto era del Distrito Federal. A partir de la B, las siguientes letras se adjudicaron a los estados en orden alfabético.

De este modo, la B correspondió a Anzoátegui, la C a Apure y así, sucesivamente, hasta la V, que tocó en suerte al estado Zulia. Digo que tocó en suerte porque es la inicial del nombre de nuestro país, lo cual de algún modo hizo justicia, pues la denominación Venezuela nació allí.

En tres estados, Miranda, Portuguesa y Trujillo, la inicial de sus nombres correspondió a la letra asignada por la Dirección de Tránsito Terrestre: M a Miranda, P a Portuguesa y T a Trujillo.

Refiero esto porque, durante los años en que se utilizó este tipo de placas vehiculares, observé algunas curiosidades que reseño a continuación.

La primera la noté un día mientras cruzaba la calle, en la avenida Francisco Solano de Caracas. Un auto azul, que estaba detenido por el semáforo en rojo, portaba la placa AGT 007, debido a lo cual pensé que a su conductor lo apodarían James Bond.

Una tarde, mientras viajaba en un taxi por la autopista Francisco Fajardo, nos adelantó un auto que parecía conducido por un recién nacido. Ocupaba la mitad de dos carriles, se movía de un lado a otro como si el conductor no dominara el volante y, para colmo, frenaba cada tantos metros, siendo que iba a más de ochenta kilómetros por hora.

Cuando me fijé en la placa, advertí que esta era IDO 998, esto es, casi el más descuidado de los choferes.

Tres años después, me topé en Caracas, en la parroquia Candelaria, con un Fiat entre gris y azul, con la placa ANT 666, es decir, Anticristo 666. El mismo se hallaba en la calle, frente a la entrada de una venta de víveres. Me pareció que la persona que lo conducía debía ser víctima de numerosas bromas.

Semanas más tarde, fui a la misma parroquia, en el centro de la ciudad, a buscar las pruebas de mi libro Maravillas y curiosidades de la ciencia, en la oficina de las Ediciones Paulinas. Allí me indicaron que, por enfermedad del mensajero, no las habían mandado desde la imprenta, en la urbanización El Hatillo.

Sin embargo, el sacerdote filipino encargado provisionalmente de la editorial me dijo que, si yo tenía tiempo, él me llevaría a buscar dichas pruebas hasta la imprenta y me traería de vuelta.

Fuimos hasta un estacionamiento cercano y, cuando con el auto salió de él y se aproximó adonde yo lo esperaba, observé estupefacto lo que no podía ser sino una de esas ironías que la vida prodiga gratis: el auto de los padres paulinos de Venezuela era precisamente el de la llamativa placa ANT666.

 

Armando José Sequera


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