Micromentario | Identificación con el héroe
Lo ocurrido con Alonso Quijano nunca ha sido para mí una situación ficcional
22/11/22.- La tercera vez que leí El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, hace algunos años, quedó rondándome una idea, tal como un satélite o un insecto fastidioso.
Esta idea tiene que ver con lo que, para mí, simboliza Sancho Panza en la obra. Aclaro que se trata de mi punto de vista particular, pues sería irresponsable de mi parte aseverar que el rol que Cervantes asignó al campesino escudero es el que percibí en esa tercera lectura.
Leer, igual que la vida, nos permite adoptar uno entre numerosos puntos de vista, según nuestra formación intelectual, nuestros intereses y el modo en que lo leído o vivido nos afecta. Por eso, ante un mismo libro o suceso, se suscitan diversas posiciones personales, algunas de ellas diametralmente contradictorias entre sí.
Volviendo a la novela y desde una perspectiva sociológica, es obvio que Sancho representa al pueblo llano. Cervantes lo contrapone al grupo social de los dueños de tierra. Sancho debe trabajar de sol a sol para su sostenimiento y el de su familia, en tanto Alonso Quijano vive de las rentas de la tierra y disfruta de largos lapsos de ocio.
Gracias a la frecuencia de estos períodos, el futuro Quijote se sumerge tan profundamente en las novelas de caballería que, a partir de cierto momento, confunde la ficción propia de estas con su realidad.
Este trastorno de la psiquis no es infrecuente. Aparte de las numerosas noticias que me han llegado sobre niños, jóvenes y adultos que lo han sufrido, hubo un caso en mi infancia que me tocó de cerca, el de un amigo y compañero de estudios con quien compartí un pupitre de doble asiento en tercer grado. Se llamaba José Manuel. Ambos teníamos ocho años y éramos admiradores de Supermán.
Un día, José Manuel no fue a clases. A media mañana, mi madre fue a buscarme al colegio y, camino a casa, me expuso la razón de la ausencia de mi amigo. Al comienzo de la noche anterior, se había atado una toalla de baño al cuello, a manera de capa, y se había lanzado al vacío, desde la azotea de su casa.
Fuimos a la mía para cambiar mi uniforme escolar por ropa oscura y luego nos trasladamos a la funeraria donde velaban al que entonces era mi mejor amigo. No recuerdo haber llorado, aunque estaba consciente de que jamás lo volvería a ver.
Quise asomarme al ataúd y me permitieron hacerlo. José Manuel estaba muy maquillado, supongo que para disimular los hematomas, ya que según oí decir cayó de cabeza. Para encubrir el exceso de polvo facial, le pintaron los labios, lo cual hacía que su rostro luciera grotesco.
Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue que colocaron a ambos lados de su cuerpo unas 10 revistas de cómics protagonizados por Supermán, entre ellas, dos que yo le había prestado.
Quise reclamarlas, pero mi madre me indicó que no era adecuado.
Debido a esta experiencia, lo ocurrido con Alonso Quijano nunca ha sido para mí una situación ficcional, sino algo que sucedió y podría volver a suceder.
Armando José Sequera