Araña feminista | Reflexiones de una mujer...

En tiempos de imperios y púlpitos

10/03/2025.- La historia, cuando la observamos con detenimiento, revela patrones inquietantes, alianzas que se repiten a través de los siglos. La conexión entre el poder imperial y la influencia religiosa no es una mera coincidencia, sino una estrategia calculada para mantener el control sobre los pueblos. Desde la astucia de Constantino, que supo ver en el cristianismo una herramienta para unificar un imperio en decadencia, hasta la expansión de las iglesias evangélicas en la actual América Latina, la religión ha servido, con demasiada frecuencia, como un instrumento de dominación.

En la antigua Roma, la institucionalización del cristianismo permitió legitimar el poder imperial, otorgándole un aura divina. La Iglesia se convirtió en un pilar del orden social, imponiendo una moral que reforzaba la autoridad del emperador y, por extensión, del patriarcado. Este modelo se replicó durante la expansión europea, cuando la cruz acompañó a la espada en la conquista de nuevos territorios. En América, la evangelización fue un arma de sometimiento cultural, destinada a borrar las tradiciones indígenas e imponer una cosmovisión extranjera. Los templos se erigieron sobre los cimientos de los antiguos centros ceremoniales, y los dioses ancestrales fueron reemplazados por un Dios ajeno y castigador.

Hoy, observamos, una vez más, un fenómeno similar en América Latina. El vacío dejado por el declive de la Iglesia católica ha sido llenado por las iglesias evangélicas, casi todas ellas con fuertes vínculos con Estados Unidos, ¿casualidad? Estas iglesias, con su discurso conservador y su énfasis en la moralidad, se han convertido en un poderoso actor político, influyendo en la legislación y en las políticas públicas de casi todos nuestros países. Su agenda, que se centra en la oposición al aborto, al matrimonio igualitario y a la igualdad y equidad de género en general, resuena con sectores de la sociedad que se sienten amenazados por los cambios sociales que impulsaron los pueblos en las décadas próximas pasadas.

Y en este entramado de poder, el papel de la mujer es crucial. Se nos quiere relegar al ámbito doméstico, se nos impone un modelo de feminidad sumisa y abnegada. Se nos dice que nuestra función principal es la maternidad, que debemos parir hijas e hijos para proveer mano de obra barata y grandes masas de compradores, perpetuando así el sistema de dominación imperial. La restricción de nuestros derechos reproductivos, la negación de nuestra autonomía sexual, son estrategias para mantener el statu quo, para asegurarse de que nuestros pueblos sigan siendo dóciles y obedientes.

Históricamente, los imperios requirieron de poblaciones controladas y reguladas, abundancia de mano de obra para alimentar la producción y una cultura homogeneizada que inhibiera la resistencia. En esta empresa, las iglesias se erigieron como aliadas invaluables, utilizando su capacidad para influir en las conciencias y moldear las conductas. A través de sus prédicas, estratégicamente difunden una moral que robustece la jerarquía social, legitima la desigualdad y desalienta la disidencia activa.

Pero también sabemos que la historia no es estática, que los pueblos resisten, que las mujeres luchamos. Y es precisamente en la fuerza colectiva de las mujeres donde reside la verdadera amenaza para el conservadurismo y, por ende, para el imperialismo.

Cuando nos organizamos, cuando alzamos nuestras voces, cuando exigimos nuestros derechos, desafiamos las estructuras de poder que nos oprimen. Porque una mujer organizada con otras por sus derechos, representa un verdadero desafío. Nuestro poder reside en nuestra capacidad para crear redes de apoyo, para desafiar los discursos dominantes y para construir un futuro más justo, equitativo e igualitario. El verdadero enemigo de los conservadurismos en el mundo, ya no son las llamadas izquierdas, es el poder organizado de las mujeres.

Eduvigis Boada

 

 

 

 

 

 

 


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