Micromentarios | Dos pruebas científicas de la fraternidad humana

11/03/2025.- La fraternidad ha sido proclamada como dogma religioso en el Antiguo y Nuevo Testamento; como principio filosófico en Grecia y Roma; como divisa en la República Francesa, y como aspiración por el ideario socialista.

La genética ha probado que es una realidad.

Todos los seres vivos que existimos actualmente y los que existirán hasta que los humanos algún día tengan intimidad con integrantes de cualquier cultura extraterrestre provenimos de antepasados comunes. De antepasados que, si no hubieran existido, no viviríamos nosotros ahora.

El más antiguo de ellos, para mayor molestia de quienes se sienten superiores a los restantes organismos vivientes —incluyendo los otros seres humanos—, era unicelular y microscópico.

Vivió en el caldo hirviente, espeso y maloliente que eran los mares hace 4 mil 200 millones de años. Prueba de ello es que compartimos gran parte de nuestros genes con todos los demás seres vivos. En la expresión "todos los demás" incluyo no solo a los animales, los hongos y las plantas, sino también a las arqueas, los protistas, las bacterias y los virus.

Y es que, mientras más complejos son los organismos, mayor proximidad tenemos con ellos. Dos ejemplos bastan para mostrar esta familiaridad: compartimos el 30% de nuestros genes con las sequoias y el 98,4% con los chimpancés. De hecho, solo el 6% de los genes que poseemos son exclusivamente humanos.

Si lo anterior nos hermana con todos los seres vivos del planeta, hay otro suceso genético cuyo hallazgo solidifica nuestra fraternidad con absolutamente todos los humanos.

Al rastrear los genes de la humanidad actual —tanto de las personas que vivimos en grandes ciudades, como de los de quienes habitan en los lugares, culturalmente hablando, más remotos del planeta—, se ha podido determinar que todos los humanos descendemos de una única mujer.

Esta mujer vivió en la parte oriental de África hace más o menos 200 mil años. Al comparar secuencias del ADN mitocondrial de los diversos grupos humanos que existimos hoy día, se ha descubierto que todos los hombres y mujeres que existimos en este tiempo provenimos de esa misma abuela genética.

El ADN mitocondrial es el material genético de las mitocondrias, los orgánulos que proporcionan la energía gracias a la cual la célula se mantiene viva. El ADN mitocondrial o genoma mitocondrial, como también se le llama, solo se hereda de la madre.

Lo anterior no quiere decir que en su tiempo ella fuera la única mujer que vivió, ni tampoco la única con descendencia. Por supuesto que había otras mujeres que también tuvieron hijos y múltiples generaciones de nietos. Pero, en algún momento, el linaje de estas desapareció debido a que, en alguna de esas generaciones, no hubo descendientes femeninos que transmitieran el ADN mitocondrial.

El descubrimiento genético y antropológico de la llamada Eva mitocondrial ha constituido la prueba más contundente contra el racismo. Si todos —negros, blancos, amarillos y mestizos— descendemos de la misma persona, nadie es mejor o superior a los demás porque su piel sea clara.

Se ha comprobado científicamente que la diferencia de color de piel entre los seres humanos solo determina los lugares donde vivieron nuestros antepasados. Los que transmitieron tonalidades más oscuras lo hicieron en los territorios soleados, próximos al Ecuador. Quienes legaron tonalidades más claras, en las regiones frías, cercanas a los polos.

 

Armando José Sequera


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