Tejer con la palabra | Mudar la casa, de Esmeralda Torres
La casa: metáfora del yo
La palabra hábito es una palabra demasiado gastada para expresar ese enlace apasionado de nuestro cuerpo que no olvida la casa inolvidable.
Gaston Bachelard
12/03/2025.- Desde que supe del Premio Internacional de Poesía Ciudad de Mérida que ganó Esmeralda Torres en México 2024, quise leer este libro. Había leído Callejones sin salida (2019), Diario de una tormenta (2013) y Resplandor de Pájaro (2020). Leí Mudar la casa el año pasado y escribo estas líneas porque su escritura me ha resultado fascinante, de una feroz intimidad, impecable: de una gran certeza al nombrar los espacios íntimos de lo humano.
Desde su título Mudar la casa articula un discurso en el que la palabra nombra el espacio privado: la casa, el poseerla, el perderla, el habitarla siempre en la memoria. Una clave para la lectura de este libro puede hallarse en La poética del espacio: “La casa es un cuerpo de imágenes que dan al hombre razones o ilusiones de estabilidad. Reimaginamos sin cesar nuestra realidad: distinguir todas esas imágenes sería decir el alma de la casa; sería desarrollar una verdadera psicología de la casa” (Bachelard, p.37):*
Demolición
Soy un sollozo bajo el dintel
eso soy
el cuerpo de estos objetos me posee
soy el alero de esta casa
su alacena
el brocal que la rodea
(…)
la herrumbre de sus grifos
el filo sangrante de un vaso roto
eso soy… (p. 9)
Como puede observarse en este poema-umbral, casa y sujeto se identifican, la casa no es solo un espacio material, es también una metáfora del yo. El yo se construye en el espacio metafórico de esta caja de resonancia poética, como el eco de una memoria que se desvanece, que es borradura y rastro, perceptible en lo móvil, en lo que va sucediendo. Continúa el poema anterior:
…el alacrán y su gota de veneno
el rastro azul de una comadreja
el traquetear de sus vigas y puntales
soy un sollozo bajo el dintel
cuando la estremecida
no me da tiempo a otra reforma
y se cae
repetidamente se cae
definitiva cae
intento salvarla
mi mano descompone el espejismo
en la superficie del agua
de esta casa sin diciembre ni veranos. (p. 9 y 10)
La casa cae, cae el sujeto que es yo-la-casa, es movedizo el rastro del alacrán y de la comadreja, móvil también el sonido de un dintel. Imágenes todas asimilables a lo contingente, a lo que no es una monolítica realidad, sino que va sucediendo en el pasar de los días.
En cuanto a la forma, en este libro pueden verse claramente definidas dos partes, aunque no estén separadas explícitamente. Una primera que inicia con el poema citado y termina con el poema que le da nombre:
Mudar la casa
El tren de la noche pita
entre mis manos el asa de mi bolso
lo aprieto y se borra
Hace frío
los brazos al pecho, el pan también se borra
los pies mojados se escurren por las hilachas del abrigo
las manos gruesas ahora vacías
el tren sigue, aúlla.
Cómo es grotesca la noche. (p. 38)
En este poema el sujeto lírico ha abandonado la casa, se observa en un no-lugar, el tren, todo en este espacio contingente está relacionado con el cuerpo: el tacto, la temperatura, el sonido. Los sujetos en trance de disolución y de reconfiguración identitaria suelen aferrarse a lo más inmediato, los sentidos.
A diferencia de la primera parte, en la que los poemas son breves, en la segunda encontramos poemas largos como “Mujer vainilla”, “Hospitales de paso”, “Refugio para perros” y “Mujeres imposibles” que abordan otros espacios del Ser (no-lugares) el hospital, el tren, la pantalla.
De este conjunto resalta por lo diferente “Mujer vainilla”, único poema que rompe la unidad del libro tanto por extensión como por temática: podemos entrever crítica social, que toma como apoyatura rítmica el verso Where are my children? Es un canto a la mujer marginada en todos los países y de todas las maneras posibles:
V
Pero qué voy a contarles a ustedes señores jueces copetudos
soy sólo la mujer de vainilla que se arrastra en su oscurana,
soy la mujer de las piernas marcadas, supurantes,
de las uñas de cartón piedra y mediaslunas de brea,
soy la que llora en todos los idiomas.
Where are my children? (p.42)
En este libro encontramos la voz de una escritora en plena madurez, con una poética definida, precisa, dueña de una expresividad que le da hondura espiritual en la cual nos reconocemos humanos, contingentes, lugares de la memoria y del olvido. C
omunidad de autoras Tejer con la Palabra:
Esmeralda Torres (Ciudad Bolívar, 1967).
Narradora y poeta venezolana. Licenciada en Castellano y Literatura por la Universidad de Oriente. Es promotora de lectura, con más de veintiséis años de ejercicio. Ha sido merecedora de importantes premios literarios dentro y fuera de Venezuela. Además de los libros mencionados, ha publicado: Historias para Manuela (2009), Cuentos de última noche (2010), Un hombre difícil (2011), El canto de la salamandra (2013) y El libro de los tratados (2022).