Vitrina de nimiedades | Los rastros de la pandemia
15/03/2025.- Muy probablemente, las redes sociales revivieron en algunos desprevenidos los recuerdos de 2020, cuando el mundo asumió que la covid era una pandemia. A mitad de marzo de aquel año, muchos países lidiaban con una enfermedad que parecía el fin de los tiempos, como si se tratara de la típica película hollywoodense que anuncia una peste de la cual solo se salvan dos o tres afortunados. Cinco años después, en un mundo que ha vuelto a sus modos habituales (porque la "normalidad" siempre ha estado en discusión), podríamos pensar que es una historia superada. Los efectos, sin embargo, están ahí, latentes y sigilosos, listos para reiterarnos cómo el panorama cambia con algo en apariencia imperceptible.
En lo económico, la pérdida masiva de empleos puso en jaque un sistema productivo que parecía listo para todo, menos para maniobrar con la propagación global de una enfermedad desconocida. Entre los primeros afectados estuvieron los trabajadores informales: para abril de 2020, la crisis sanitaria ya había provocado la caída en 60% de sus ingresos, según estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Para la misma fecha, más de 436 millones de empresas afrontaban el riesgo de interrumpir sus actividades por medidas de confinamiento. Semejante cuadro empujó buena parte de las medidas de adaptación que muchos trabajadores aplicaron: emprender por cuenta propia, entrar en el mundo del teletrabajo o salir a la calle para laborar en condiciones especialísimas, como en el caso de los trabajadores de áreas priorizadas.
De estas medidas, sobrevivieron emprendimientos que hoy son proyectos sostenibles; el home office resiste con dignidad ante los afanes de la presencialidad y los niveles de empleo prepandemia ya se alcanzaron. Sin embargo, los mismos vacíos jurídicos desvelados por la pandemia se resolvieron medianamente: algunos países avanzaron en la generación de normativas sobre el teletrabajo, pero quedan pendientes discusiones más estructurales sobre la protección de la fuerza laboral en situaciones extremas.
En el caso de la educación, los efectos fueron más pronunciados por la norma fue seguir adelante con un esquema de enseñanza-aprendizaje que no conocíamos. El paso del salón a la soledad del hogar, con las herramientas disponibles —donde las hubo—, significó un duro impacto en las dinámicas familiares. Los resultados son discutibles, pues distintos estudios sostienen que el retroceso en los niveles de aprendizaje fue significativo debido, entre otras razones, a las dificultades para incluir a toda la comunidad educativa en este proceso. No hace falta mirar lejos para entenderlo. De acuerdo con Educación en América Latina y el Caribe, en el segundo año de la covid, un estudio hecho en 2021, el "79% de los países de la región afirmó que las propuestas de enseñanza remota no habían llegado a la totalidad de estudiantes de primaria y secundaria".
Los retrocesos de la educación nos enfrentan al gran problema que nos dejó la covid-19: hasta qué punto podemos entender que jamás se trató de volver a la "normalidad", si no de comprender efectivamente el mundo que resultó de este proceso. Hasta nuestro cuerpo, ese que pasó del movimiento al encierro, y que muy probablemente combatió el virus, lo sabe. Nuestras ansias de "avance", no.
Rosa E. Pellegrino