Letra veguera | De cuando Argentina hacía gimnasia

26/03/2025.- Este amanecer del 25 de marzo he recordado una ceremonia cuya constancia y carácter político fueron haciendo, sin duda, una expresión y un ser cultural casi mítico en el país, durante y después del atroz golpe de Estado que sufrió la República Argentina bajo la presidencia de María Estela de Perón.

Las Madres de la Plaza de Mayo, que así comenzaron a llamarse, se concentraban en la plaza de la ciudad de Buenos Aires de ese nombre todos los sábados desde el 30 de abril de 1977 para manifestar su horror y su dolor por sus hijos y familiares desaparecidos.

Durante algún tiempo, sentadas, expresaban sus quebrantos y desconcertantes meditaciones sobre lo que ocurría, y rezaban a la Virgen de Luján, hasta que Videla declaró el estado sitio y la policía las expulsó de la plaza. Así fue como surgió el emblemático pañuelo, no solo en Argentina, sino en el mundo, cuando, un año después, todos los jueves, a las tres y media de la tarde, hacían un círculo silencioso alrededor de la Pirámide de Mayo, con el pañuelo blanco en la cabeza, convirtiéndose en una arma de guerra.

Durante los años de la dictadura militar argentina (conocida en ese país como "el proceso"), dice Mariana Mariach, "se opusieron constantemente a las medidas tomadas por el gobierno, sufriendo una constante persecución, incluyendo secuestros y desapariciones". En 1979, dejaron de manifestarse en la Plaza de Mayo debido a la represión, pero volvieron a partir de 1980. En los primeros días de diciembre de ese año realizaron la primera Marcha de la Resistencia, consistente en caminar alrededor de la plaza durante veinticuatro horas.

A pesar de la llegada de la democracia al país, en 1983, continuaron con sus marchas y actos, pidiendo condena para los militares que participaron en el gobierno. Han recibido apoyo y reconocimiento de gran cantidad de organizaciones internacionales, y dado su apoyo a otros tantos grupos de lucha por los derechos humanos, como lo reseña la periodista.

Tomar café con pan árabe se volvió para mí un hábito cuando viví en Buenos Aires durante mi estadía en esa enigmática, política y culturalmente privilegiada ciudad mientras cumplía labores en nuestra Embajada.

Hablo de la época de Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula; de lo que llamábamos "la integración latinoamericana" propuesta en el Mercosur, el ALBA-TCP, la Celac y el Congreso de los Pueblos; de la adhesión de Maradona a ese proceso y de los más importantes y masivos actos antiimperialistas contra Bush, el ALCA, el FMI y las agresiones contra Venezuela.

En los cafetines, a primeras horas, llegaban de hacer gimnasia, sobre todo las mujeres, y los maridos se quedaban leyendo Página 12 y organizando reuniones.

"Hoy está muy difícil moverse. 'Por suerte', dice una chica a su compañera", menciona la periodista Mariana.

La frase parece un poco incoherente. Son las dos de la tarde y no estamos ni cerca de Plaza de Mayo, pero la conclusión es obvia y la dice ella: "Hay muchísima gente". Hay ganas de marchar y se nota. Desde la vigilia de la noche anterior a hoy, que parece que la gente almorzó temprano y vino o, directamente, se guardó el hambre para comer algo al paso y de pie. Hay ganas de salir a la calle: este 24 de marzo llega con el impulso de la Marcha Antifascista, del 1.° de febrero, del 8M, de los miércoles de lxs jubiladxs —sobre todo el 12 y el 19 de marzo—. "Y las ganas de salir a la calle no vienen solas, vienen con la bronca porque está difícil", dice MM.

Más cerca de la plaza se oye: "¡Abran paso, llegamos las maricas!". Es la columna mostri que despliega la bandera antirracista, antifascista, anticapitalista. Una nenita con remera de San Lorenzo agita un Pequeño Pony. La fachada de la catedral está de blanco y celeste con la cara del padre Mugica y un cartel con los desaparecidos que "desde la fe, lucharon por la justicia". Una memecoin de Norita es la única moneda de peso fuerte, hoy que Norita nos falta por primera vez un 24M.

Yo no estoy en el cafetín, Leo. Mi imaginación es como la rayuela de Cortázar, mientras los recuerdos se amontonan como piedras.

 

Federico Ruiz Tirado


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