Araña feminista | Los mercaderes de la fe...
Tentáculos imperiales en Tierra Santa y al sur del Río Bravo
31/03/2025.- Dicen que la fe mueve montañas, y vaya que lo creo, aunque a veces me pregunto si esas montañas no se moverán, más bien, al ritmo de los tambores de guerra y al son de las cajas registradoras; esas que repiquetean sin cesar como una letanía profana. Porque, seamos francas, mis queridos lectores y lectoras, la alianza entre el sionismo cristiano y el sionismo israelí en Estados Unidos es un espectáculo que desborda la ficción, una trama tejida con hilos de ambición, donde la fe se prostituye en los altares del poder. Y no es una novedad, no. Las iglesias, desde tiempos inmemoriales, han sido maestras en el arte de bendecir las conquistas, de justificar la opresión, de convertir la cruz en una espada afilada.
Imaginen, si pueden, a esos pastores evangélicos de verbo inflamado y billeteras rebosantes, con sus miradas perdidas en un horizonte bíblico que solo ellos parecen divisar, estrechando la mano de los lobistas de Washington, esos hombres grises que susurran al oído de los poderosos. Y en el centro de esta escena, como un botín codiciado, Israel, o mejor dicho Palestina, la tierra prometida convertida en un campo de batalla donde la sangre riega los olivos milenarios.
Organizaciones como Christians United for Israel (CUFI), con su líder John Hagee a la cabeza, cual profeta moderno que arenga a las masas, se dedican a movilizar a millones de creyentes, convenciéndoles de que el apoyo incondicional a Israel es un deber sagrado, una prueba de fe ineludible. Y lo hacen con una maestría que ya quisieran para sí los mejores publicistas: eventos multitudinarios, campañas mediáticas que harían palidecer a Hollywood, una narrativa apocalíptica que mezcla versículos bíblicos con titulares de prensa, creando una atmósfera de fervor religioso que nubla la razón y anestesia la conciencia.
Por otro lado, tenemos al American Israel Public Affairs Committee (AIPAC), el lobby pro Israel más poderoso de Estados Unidos, una maquinaria implacable que opera en las sombras, tejiendo una red de influencias que llega a los más altos niveles del poder. Donaciones millonarias a campañas políticas, viajes a Tierra Santa para congresistas sedientos de experiencias espirituales, y una propaganda implacable que demoniza a cualquier voz crítica con las políticas israelíes, son solo algunas de las herramientas que este lobby utiliza para moldear la opinión pública y asegurar el apoyo incondicional a Israel.
Pastores y lobistas, en una danza macabra que se repite a través de los siglos. Los primeros aportan la legitimidad de la fe, la pasión de las masas, el fervor de los creyentes; los segundos, el dinero, la influencia política, el acceso a los medios de comunicación. Juntos construyen un relato monolítico, una verdad incuestionable que silencia cualquier disidencia y perpetua un conflicto que desangra a dos pueblos. ¿Acaso no fue la Iglesia católica la que bendijo las carabelas que trajeron la conquista a América? ¿No fueron los misioneros los que, Biblia en mano, sometieron a los pueblos indígenas, borrando sus culturas y creencias ancestrales?
Y la tragedia se extiende, como una sombra maldita, hasta nuestra América Latina. Aquí las iglesias evangélicas, con sus pastores estrella y sus discursos edulcorados, replican el modelo, adaptándolo a las necesidades del imperio. Con un discurso que mezcla la promesa de prosperidad terrenal con la recompensa celestial, logran seducir a millones de fieles, especialmente entre las personas con más desafíos económicos, a quienes la vida ha negado oportunidades, condiciones dignas y hasta consuelo.
Una vez instaladas en el poder, estas iglesias se convierten en un instrumento más de la dominación imperial. Su influencia se deja sentir en las leyes que restringen los derechos de las mujeres, en las políticas que discriminan a la comunidad LGBTIQ+, en la educación que adoctrina a los jóvenes en los valores del conservadurismo. Son los mismos tentáculos, los mismos objetivos, pero con estrategias adaptadas a cada contexto, porque no es lo mismo dominar un territorio a sangre y fuego que colonizar las mentes y los corazones, así se conquista sin que la guerra se acerque mucho a tu puerta.
Mientras en Oriente Medio se blande la Biblia para justificar la guerra y la ocupación, en América Latina se utiliza para moldear las conciencias, para construir un rebaño dócil y obediente, dispuesto a aceptar el yugo del imperio. La fe, un arma poderosa, un instrumento de control social que los poderosos han utilizado a lo largo de la historia para mantener su dominio.
No nos dejemos engañar. No permitamos que la fe se convierta en un velo que oculte la realidad, en una excusa para la injusticia. Cada une tiene derecho a creer en lo que quiera, por supuesto, pero no podemos permitir que las iglesias, como lo han hecho siempre, sean cómplices del poder, instrumentos de opresión.
Porque al final, detrás de los alzacuellos y los discursos grandilocuentes, se esconden los mismos intereses, los mismos apetitos insaciables. Y son las vidas de la gente, las nuestras, las que pagan el precio de su ambición. No nos dejemos engañar por los cantos de sirena de la fe. Y preguntémonos donde está el verdadero enemigo, está aquí en la tierra, encarnado en Elon, Jeff, Mark, Larry, Steve, Warren, y por supuesto, el mismísimo Donald, todos ellos con sus Biblias en una mano y el talonario de cheques en la otra, moviendo los hilos del mundo al ritmo del dólar y la oración.
Son ellos los verdaderos mercaderes de la fe, los que trafican con la esperanza y el miedo, los que construyen imperios sobre la sangre y el dolor ajenos. Y mientras tanto las iglesias, como siempre lo han hecho, les bendicen el camino, les lavan la conciencia y les aseguran un lugar en el paraíso. ¡Qué negocio redondo!
Pero nosotras, las mujeres, las rebeldes, las que nos negamos a ser ovejas del rebaño, sabemos que la verdadera batalla no se libra en el cielo. Y estamos dispuestas a darla, con la fuerza de nuestras convicciones, con la rabia de las oprimidas, con la esperanza de un futuro donde la fe no sea una mercancía, porque la igualdad, la equidad y la justicia no tienen precio.
Eduvigis Boada