Letra veguera | Para recordar a Agustín Goytisolo

09/04/2025.- Después de vivir esa solitaria vida que lo hacía parecer feliz en público —sin serlo— o lo mostraba como un héroe del amor romántico —a un hombre con cara sufrida, propia de los museos de cera— mientras tomaba en los bares del mundo; casi siempre con esa curiosa e infantil ironía que hacía reír a sus más jóvenes lectores, sobre todo los universitarios —más muchachas que chicos progres, porque ellas lo amaban sin prejuicios morales (sexuales)—, JAG regresa de escribir Cuadernos de El Escorial y lo publica en 1995, año de su desplome mortal. Se apartó de sí mismo y no escribió más poesía rimada ni epigramas y se entregó, con una pasión silenciosa y desprendida de planes heroicos, arrastrando una pesadez en el cuerpo y en el alma, a traducir a Pavese y a curiosear, sin ánimos antológicos, la poesía española, particularmente la de muchos poetas catalanes.

A veces me pregunto si esa mirada honda a la poesía de Pavese buscaba los detalles de ese enigma del sufrimiento del poeta que lo movió al suicidio con somníferos en 1950, después de El oficio de vivir, o del invento del diario que alguna vez Vázquez Montalbán le adjudicó como modo de vivir muriendo en Turín.

Una vez Goytisolo dijo en un programa de televisión que toda la poesía de Cataluña estaba silueteada ("tatuada", exactamente) en la historia de España (y sobre todo "en las calles de la vieja Barcelona y el París de los ebrios"), porque su esencia se anidó y alzó vuelo en la modernidad, pero está cruzada por los acontecimientos atroces de la guerra y sus repercusiones en la conciencia del poeta, en su memoria, portadoras (Carmen Riera).

No hay que olvidar que mientras esperaban el pan que traía en sus manos Julia Gay, la madre de los hermanos Goytisolo, estos la vieron desintegrarse por efectos de una bomba lanzada desde un avión de brigada italiana en plena guerra civil española. 

 

Federico Ruiz Tirado


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