Psicosoma | Séptimo sello efervescente (primera parte)
De las siete puertas santas al séptimo sello
Yo soy la puerta; el que entra por mí, se salvará.
Jesús de Nazaret
15/04/2025.- Caminar al paso, libre al viento, me aligera el peso del cuerpo. Se vacían ideas, fuegos y heridas mientras apenas siento las hojas crujientes. Bosque adentro, el solo rumor del río me hace levitar. La necesidad de tomar agua me devuelve al aquí y ahora.
Las horas pasan. Los vientos húmedos acarician los árboles y las piedras del río se enfrían. Ya sin vestigios humanos ni ruidos, arrastro mi cuerpo mínimo hasta la cúspide, donde siempre aparece la imagen de mis alas de niña. Me pregunto cuándo volaré.
La tarde del verano ventoso agita interrogantes, recuerdos, el clamor de un paciente harto de la vida, las almas conflictuadas por micropoderes o suprapoderes que los ningunean y aplastan. Pienso entonces que hasta cuándo seguirán siendo chivos expiatorios los seres diferentes. Tanto en la casa como en el barrio o el pueblo se les imprime el sello del mal, se les sataniza, y a los "elegidos" o "elegidas" se les marcan las horas. Se acelera su muerte psíquica.
¿Qué es la ley 1798? Es una ley creada para tiempos de guerra y para enemigos extranjeros, reactivada ahora en el segundo gobierno de Trump para expulsar y secuestrar a migrantes venezolanos hacia un país extraño, hacia una megacárcel en El Salvador. Se les acusa de formar parte del Tren de Aragua, sin pruebas ni notificaciones. Se les caza por ser venezolanos, por tener tatuajes, por su rostro latino...
El oscurantismo ha regresado en pleno Año Santo del Jubileo, cuyo lema es "Peregrinos de la esperanza". Esta celebración, que ocurre cada veinticinco años, abre las Siete Puertas Santas de Roma para promover la reconciliación, la fe y la esperanza.
Por más santas y santos que promulgue el papa Francisco, no hay excusas para la caza de migrantes, ni para las limpiezas étnicas, hambrunas o guerras en complicidad con la ONU. Todos tenemos derechos humanos, derecho a migrar, a reconstruir la vida en cualquier punto del globo terráqueo. La civilización se formó con hordas de migrantes, nómadas que luego se convirtieron en pueblos sedentarios.
Es terrible la percepción de sospecha y el menosprecio hacia seres humanos dentro del mismo país, o en otros, por sus gustos e ideologías: a poetas, librepensadores, personas LGTBIQ+, por el color de piel, la religión, por pertenecer a comunas hippies, por sus modas, tatuajes o escritos en la piel, por sus vestimentas…
El linchamiento, el bullying, la violación, el asesinato y la acusación injusta se han puesto de moda bajo la consigna de "Disparen primero y averigüen después". Ante la crisis del capitalismo, pagan justos por pecadores y las personas se aferran al individualismo, a la comunicación digital, a la asepsia del sexo, a perversiones del inconsciente colectivo en este mundo al revés.
Tras el Miércoles de Ceniza se inicia el ritual de la Cuaresma, inevitable en una familia católica practicante, pecadora, cargada de culpas que pronto serán redimidas por el Salvador crucificado, Jesús, quien resucitará al tercer día. Con el dogma de la fe, se vuelven imposibles las discusiones, las reflexiones o los diálogos, pues todo se percibe a través de la religión y la historia. Se toman por verdades absolutas mitos, leyendas, creencias personales y culturales bajo el manto de lo divino, de los simbolismos y de interpretaciones cada vez más retorcidas o pervertidas que acomodan las leyes divinas. Todo ocurre "... porque Dios lo quiso así" y se asume que "sin culpas no hay paraíso".
Las mujeres atrevidas, curiosas —como las Magdalenas—, plañideras, filósofas, librepensadoras, curanderas y artistas vivimos en el pecado, pues se nos percibe como livianas de carnes, con "vocación puteril". Se nos prefiere "calladitas [porque] nos vemos más bonitas" y se nos somete con cuentos, incluso ahora mediante la supraestimulación endoneuronal vía inteligencia artificial.
La historia de la religión católica se institucionaliza con el emperador Constantino el Grande, de visión expansionista, quien integra a paganos con cristianos para unificar y engrandecer su imperio. La teología y la política convergen. Él mismo se convierte al cristianismo, fundando así el catolicismo. La teocracia otorga estabilidad a su gobierno mediante la comunión con la nueva fe de "San Constantino", venerado por las iglesias ortodoxas orientales y por la iglesia católica bizantina griega. El cristianismo se establece como religión oficial, con libertad de culto y fe en un solo Dios, nacido de la Santísima Trinidad.
En el preludio del Domingo de Ramos, alejada del "mundanal ruido", comulgo con la Pachamama y, con nuevos ojos, vuelvo a mirar la inutilidad del castigo al cuerpo. Recuerdo cómo, por presión familiar, se usaban valores como el respeto, la confianza, la unión, el amor y las creencias para justificar castigos corporales y psíquicos. Durante la cuarentena, se imponían dietas especiales con "dolor de conciencia", en medio de oraciones, aromas benditos, música sacra y silencio absoluto. En plena Semana Santa, los azotes familiares eran motivo de júbilo, pues se creía que ayudaban al Salvador en su sufrimiento. La penitencia y el castigo dieron frutos dislocados…
En este mes de procesiones del mundo occidental, muchos andan de cacería, y a la "chica de rojo" la visten de morado por contestona. Aparecen visiones, voces, y se celebra el "goce" en la procesión de penitentes, como en la película El séptimo sello (1957) del cineasta sueco Ingmar Bergman. Esta obra me transporta a la cruz tenebrosa de los colonizadores vándalos, al peso inevitable de ser quien soy. No puedo dejar de verla cada vez que escucho recitar el versículo del Apocalipsis de Juan:
"Y cuando el cordero abrió el séptimo sello, en el cielo se hizo un silencio que duró treinta minutos. Y los siete ángeles, que tenían las siete trompetas, se dispusieron a tocarlas".
Inmóvil, en la penumbra, en blanco y negro, las imágenes fluyen: obscenas, grotescas. Surge esa lucha interna entre creer en Dios y negar la muerte. Los discursos de los personajes revelan contrastes intensos, afanes existenciales y el miedo persistente a la muerte, al juicio, al alma. Esa nefasta dicotomía nos desgarra y no nos damos cuenta, o no queremos hacerlo. ¿Dónde está la integración del alma y el cuerpo como una misma moneda, como defendía Aristóteles?
Rosa Anca