Trinchera de ideas | Sucesión papal...
¿Continuidad o regresión conservadora?
21/04/2025.- Francisco se estaba preparando desde hace mucho tiempo para su fallecimiento. No lo tomó por sorpresa. Su salud se venía quebrantando paulatinamente y, a pesar de su gran esfuerzo, constancia y perseverancia, se tuvo que rendir a lo inevitable. En los últimos meses, se propuso hacer algunas transformaciones que no quería dejar truncas. En este contexto, en el Vaticano se daba inicio a una brutal "guerra" por la sucesión. Como dice Jaime Escobar Martínez, director de la revista chilena Reflexión y Liberación y tal vez el más destacado vaticanólogo latinoamericano, "cuando un Papa está muy enfermo, ingresamos en territorio desconocido e incierto".
Autorizado por Escobar y tras una conversación sostenida con él dos meses atrás, tomamos los elementos principales de su análisis sobre la sucesión papal. Afirma que la enfermedad de Francisco y su debilitamiento físico aceleraron desde hace meses los debates internos del Vaticano en torno a su sucesión. Así, se comenzó a vivir un tiempo de precónclave, de lo cual no había por qué sorprenderse, toda vez que es una tradición centenaria que cuando se deteriora la salud del Pontífice, se comienzan a realizar movimientos cardenalicios para buscar un sucesor ideal para la Iglesia.
En este año 2025, el mundo está enfrentado una difícil coyuntura política, económica y social, además de guerras y el auge de un conservadurismo que parecía superado a inicios del siglo XXI. En esta turbulenta coyuntura global, fue normal escuchar en variados círculos vaticanos que no pocos cardenales habían iniciado consultas internas para examinar nombres disponibles para nominar a un nuevo Papa durante el próximo cónclave.
Los procesos internos en la curia romana son lentos y poco visibles. Cada una de las acciones, normas o iniciativas de conducción y poder son estudiadas sin apuro. Para el Colegio Cardenalicio se trataba de no llegar desprevenidos o desinformados para las votaciones. Todos los electores coincidían en que había llegado el tiempo de discutir acerca de nuevas líneas pastorales, diplomáticas y de acción de la Iglesia católica para estos nuevos y complejos tiempos.
Desde ya se debe advertir que el sector más conservador de la Iglesia y los que se han opuesto a muchas de las iniciativas y directrices de Francisco, encabezados por los cardenales de Estados Unidos, hoy envalentonados por la avalancha conservadora encarnada por Trump, se afirmarán para sus falsos propósitos "aperturistas" en el próximo cónclave, señalando que el Vaticano II (vigésimo primer concilio ecuménico de la Iglesia católica, convocado en 1959, iniciado en 1962 y concluido en 1965 y que tenía por objeto principal establecer la relación que debía tener la Iglesia con el mundo moderno), en su Constitución sobre la Iglesia (n. ⁰ 22), señala que "el Papa es el sujeto de suprema y plena potestad en la Iglesia", pero agrega a reglón seguido que también "tiene esa potestad, junto con el Papa, el episcopado mundial"… Toda esta estrategia de cálculo y poder ya en curso se estableció para asegurar votos que eviten la continuidad de Francisco con un Papa restaurador elegido con los votos decisivos de los cardenales de África y Latinoamérica, quitándole definitivamente el poder omnímodo que tenía Roma y los cardenales italianos en el control del papado.
Los vaticanólogos expertos consideran que no existe preponderancia de alguna de las corrientes internas (conservadoras, reformistas y progresistas) para imponerse, porque ninguna tiene el respaldo suficiente para asegurar la mayoría de dos tercios necesarios a fin de elegir holgadamente a un nuevo Pontífice en el próximo cónclave, aun considerando que Francisco nombró un total de 140 cardenales. Hasta ahí, los elementos fundamentales del análisis de Jaime Escobar.
Para lograr una correlación de fuerzas favorable, Francisco nombró a su fiel amigo, el díscolo cardenal argentino, prefecto para el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Víctor Manuel "Tucho" Fernández, quien realizó un arduo trabajo ad hoc, aunque bastante desconocido fuera de los muros del Vaticano. Asimismo, Francisco le encargó al obispo estadounidense Robert Francis Prevost la tarea de designar la mayor cantidad de obispos. El hoy cardenal Prevost, quien siempre mostró absoluta lealtad hacia Francisco, fue retirado por este del obispado de Chiclayo en Perú para llevarlo a Roma y nombrarlo prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, es decir, es quien recibe las propuestas para obispos y hace recomendaciones al Papa.
En ambientes vaticanos ya suenan nombres de probables Papas: Pietro Parolin, actual secretario de Estado de la Santa Sede; Matteo Maria Zuppi, arzobispo de Bolonia y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana; Timothy Michael Dolan, cardenal arzobispo de Nueva York; Mario Grech, cardenal de Malta; Peter Turkson, natural de Ghana, canciller de las Pontificias Academias de las Ciencias, quien sería el primer Papa africano; Luis Antonio Tagle, nacido en Filipinas, exarzobispo de Manila, proprefecto para la Evangelización, quien en caso de ser elegido sería el primer Papa asiático; Pierbattista Pizzaballa, Orden de Frailes Menores, Patriarca Latino de Jerusalén; y Giorgio Marengo, misionero del Instituto de Misiones Consolata (IMC).
Otros nombres que han comenzado a "sonar" son los del húngaro Peter Erdö, conservador; Willem Eijk, de los Países Bajos, conservador; el español Juan José Omella, progresista; y el mexicano Carlos Aguiar Retes, también progresista, aunque difícilmente sea nombrado otro Papa latinoamericano, por lo menos en este cónclave.
Hay que decir que Pietro Parolin, a pesar de haber sido designado como segundo del Vaticano por Francisco, no es un cardenal "francisquista". Responde a la curia italiana. En una decisión propia de su habilidad para el manejo de las contradicciones y las diferencias, Francisco lo trajo al Vaticano desde Caracas para neutralizar a esa poderosa instancia.
Según Jaime Escobar, hoy es comentario obligado en Roma la preocupación fundada del sector progresista de la Iglesia, cercano a Francisco, de que poderosos grupos —religiosos y laicos— de alta influencia en los episcopados europeos vienen trabajando para designar un candidato, aun secreto, que contaría con el beneplácito y decisivo apoyo del Opus Dei, Comunión y Liberación, Camino Neocatecumenal, Caballeros de Colón (Estados Unidos) y Orden de Malta (Roma), es decir, de toda la iglesia de extrema derecha conservadora.
En el contexto, no hay una mayoría de cardenales habilitados para votar que favorezcan a la extrema derecha formada por el Opus Dei y la iglesia estadounidense. La derecha controla Estados Unidos y Europa, pero los sectores progresistas controlan la mayoría de América Latina y África, habiendo un cuasi empate entre los dos sectores. Se supone que en el cónclave que defina al nuevo Papa serán decisivos los votos de los cardenales de Oceanía y Asia; vale decir, que la peor enemiga interna de Francisco fue, en toda situación y en todo momento, la Iglesia católica de Estados Unidos.
A lo largo de los últimos años, Estados Unidos siempre ha intentado interferir en el nombramiento del nuevo Papa. Sin embargo, la injerencia no se produce de manera directa desde el gobierno, sino desde la presión de los cardenales estadounidenses que tienen una gran alianza con la ultraderecha conservadora. Aunque la Iglesia católica estadounidense no es la más numerosa, sí es la más poderosa, porque está configurada por las diócesis más ricas. En esa medida, ejercen gran influencia, sobre todo las de New York, Boston y Chicago, donde participan católicos blancos ricos.
Otras diócesis, como Los Ángeles, San Diego, Miami, San Antonio y Houston, están básicamente conformadas por católicos de origen latino que no tienen mucho dinero. En este momento, hay una fuerte relación de la Iglesia católica con el gobierno de Trump. Varios católicos, como J. P. Vance, vicepresidente; Marco Rubio, secretario de Estado; Richard Grenell, enviado especial para Venezuela y Corea; Elise Stefanik, embajadora en la ONU; John Ratcliffe, director de la CIA; y Sean Duffy, secretario de Transporte, tienen altos cargos en la administración Trump. Tal vez nunca antes en la historia había ocurrido esto.
Estados Unidos va a pugnar para que Michael Dolan, arzobispo de Nueva York, o Raymond Leo Burke, exprefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, sea elegido como Papa. El primero fue nombrado como arzobispo de Nueva York en 2009 y cardenal en 2012, y el segundo como cardenal en 2010. Ambas designaciones fueron hechas por el Papa de ultraderecha Benedicto XVI.
Francisco siempre tuvo una visión estratégica para el manejo del poder que genera la jefatura de la Iglesia católica. Desde hace más de un año, sabiendo que estaba enfermo y que su muerte era cosa de tiempo, estuvo preparando su sucesión. Mucho tiempo antes, comenzó a tomar medidas para intentar sanear el Vaticano y la Iglesia católica. Hizo un gran esfuerzo en el último tiempo para que su sucesión fuera la continuidad de los cambios emprendidos durante su papado.
Una de las medidas más trascendentales tomadas por Francisco en el último tiempo fue destruir el Sodalicio de Vida Cristiana, formalmente una sociedad de vida apostólica de derecho pontificio, es decir, una comunidad perteneciente a la Iglesia católica compuesta por fieles laicos o clérigos. En realidad, bajo este nombre, se organizaba una estructura de extrema derecha con sede en Perú, pero con raíces en muchos países de América Latina, financiada por millonarios que manejaban los gobiernos de Perú y tenían tentáculos en otros de la región. A comienzos de este año 2025, en una de las últimas tareas que se propuso Francisco, disolvió el Sodalicio, excomulgando a sus miembros y traspasando todos sus bienes a la Iglesia católica.
Vale decir que buena parte del dinero que manejaba el Sodalicio provenía del dinero de la logia mafiosa P2, disuelta en 1982. Previo a ello, sacaron todos sus recursos de Italia y los diseminaron por varios países, entre ellos Brasil, Uruguay, Argentina, Nicaragua y Perú.
Tal vez, como nunca antes, la elección de un Papa tenga un trasfondo político. Lo que está en juego es dar continuidad a la obra de Francisco o producir una regresión, incluso mucho más conservadora y reaccionaria que en el pasado. Pareciera ser que en el primer grupo se encuentran Zuppi, Turkson y Tagle, y en el segundo, Dolan y Burke. Los otros, y algunos otros no mencionados, seguirían una línea tradicionalista, que trataría de mantener el poder del Vaticano más allá de quién sea el Papa. Tal vez la tarea más trascendental del nuevo Papa sea el establecimiento formal de relaciones diplomáticas con China.
Así, los 138 cardenales menores de 80 años con derecho a voto se aprestan, en pocas semanas, a celebrar el cónclave que elegirá al sucesor de Francisco. La gran duda es si lo harán por la continuidad de su papado o por la subordinación del mismo a los poderes globales del planeta.
Sergio Rodríguez Gelfenstein