Punto y seguimos | Trump y el pensamiento único
Mono con cuchillos al mando
22/04/2025.- Cuando, abrevando del buen Antonio Gramsci, nos referíamos al pensamiento hegemónico para señalar al conjunto de ideas y valores que son comúnmente aceptados sin muchos cuestionamientos, en una suerte de consenso mayoritario sin aparente imposición que los normaliza convirtiéndose así en hegemónicos respecto a otros, lo hacíamos para explicar – en parte – la supremacía de ciertas ideologías políticas o sistemas dentro de grupos humanos que consideramos sociedades estructuradas. Desde la izquierda, por ejemplo, es más que común la referencia constante al pensamiento hegemónico si se analiza alguna sociedad en particular como la estadounidense, cuya innegable hegemonía irradiada hacia el resto del mundo se constituyó en norma de pensamiento, acción y valor en muchos lugares, aun y cuando quedara claramente establecido que, como opción general, no era la única.
El pensamiento único, por otro lado, refiere a la imposición de un conjunto de ideas y el rechazo; ignorancia deliberada e incluso erradicación premeditada de otras formas de pensamiento. Si bien no son lo mismo, la existencia de un pensamiento hegemónico puede favorecer la aparición del pensamiento único, toda vez que privilegia y establece como la “mejor opción posible” a una sobre todas las demás. Desde una perspectiva “educada” o de alguien con capacidad para el pensamiento crítico, resulta evidente la gran dificultad de que el pensamiento único sea norma, dada su rigidez en un mundo naturalmente diverso y complejo; sin embargo, y en lo que seguramente se constituirá en tema de estudio de las universidades de hoy y del futuro, en los Estados Unidos de Norteamérica, en el año 2025, la ciudadanía eligió como presidente a un señor que –cueste creerlo o no– se maneja bajo esta lógica.
Donald Trump pareciera rebasar los límites del pensamiento hegemónico para cruzar a la peligrosa acera del pensamiento único, en el que confluyen razones como la falta de información (no es Trump un estadista o un personaje particularmente estudioso o educado en historia, política o economía; no importa cuánto se jacte de decir que sí lo es), la visión sesgada y arrogante del mundo (no necesito conocer nada más, porque lo único que conozco es lo mejor), el miedo y/o desprecio a lo diferente (todo lo que no es como yo creo, es una amenaza) y la falta de pensamiento crítico (no cuestiono mis propias creencias, no hay nada de que dudar). Prueba de ello es la recurrencia impositiva a leyes anacrónicas, la actitud de irrespeto y la falta de independencia de los poderes del Estado (ni los conoce ni los quiere entender), la propensión a actuar bajo la ley del Oeste, la deshumanización de todo lo que no se inserta en su ideal de “América”, la presión contra todo aquello que potencie el libre pensamiento y las artes (cierre de librerías públicas, baneo de libros, recorte e imposición de políticas partidistas y personales a universidades), aplicación de aranceles y sanciones al resto del mundo (¡porque puedo!) y así, una lista de decisiones tomadas con el convencimiento de que su pensamiento es el que debe prevalecer en el planeta, aun a costa de todo lo demás.
Los nuevos y grandiosos Estados Unidos de los que hablan Trump y sus seguidores y colegas no son más que el ejemplo clarísimo de la estrechez, el conservadurismo y la ignorancia en el poder. Por la naturaleza humana, es imposible que se permita que el pensamiento único sea la nueva norma, pero estén seguros de que Donald J. Trump lo va a intentar. Está peligrosamente convencido de ello.
Mariel Carrillo García