Psicosoma | Séptimo sello efervescente (segunda parte)
22/04/2025.- Las guerras por el poder ideológico —que siempre se están uniendo— son expansivas. Hoy, como ayer, la dualidad platónica de cuerpo y alma le ha servido al poder religioso. Sin embargo, este ahora se reinventa para cazar nuevos creyentes y ponerlos al servicio del poder político religioso papal, convirtiéndolos en "peregrinos de la esperanza" en medio del terremoto geopolítico económico. La procesión de sátrapas espera, "como caimanes de pozo", el sacrificio de los corderos. El caos por venir revienta conciencias. ¿Será que los castigos por la "ira de Dios" alimentan uniones emergentes? ¿Qué será lo “quiere” el tirano emperador? Nada es casual… Una vez incluso me mentaron la madre por recordar que Santa Rosa de Lima fue la santa más imperialista… Pobrecito "el santo negrito", San Martín de Porres…
Se me hace difícil no estar permeada por la formación religiosa que nos adoctrinó con su goce cruel y sus culpas, que nos exige tener fe, que nos obliga a creer. Cuando reconsidero ideas como el azar de la vida, el código genético o las epidemias, concluyo que somos apenas un instante, un reflejo de otros, meros fluidos en explosiones constantes. Por el contrario, la religión se dedica a inundarnos de olores de sahumerios, hostias, castidad, el lenguaje tramposo de las oposiciones, la limitación de los binarios y las certezas absolutas sin porosidades. El poder que se apropia del habla, de la escritura y se reinventa siempre en tiempos de invasiones.
Aumentan los peones en este tablero de ajedrez que es el sistema. Se vive, se muere y se renace con nuevas luces y oscuridades. Por estos días de abril, siento que "vivo" las catedrales de Lima, de Sigüenza, las procesiones de Toledo y Granada con la Virgen de la Dolorosa. En Perú, este es el mes morado del Señor de los Milagros. En Venezuela, los fieles contritos acompañan, descalzos o de rodillas, ataviados con vestiduras púrpuras, al Nazareno de San Pablo, y esperan que el salvador resucite al tercer día, como nosotros, el Día del Juicio final.
En la película El séptimo sello no podía faltar el fondo tenebroso con las brujas poseídas por el diablo, que son las culpables de la peste negra. Para limpiar el mal y la plaga, aparece el fuego, el humo y las cenizas que sanan el alma. La bruja, de belleza virginal y ojos transparentes, no se queja. Pareciera que duerme y cuando habla, su voz es dulce y serena. Acepta las cópulas con Satanás y la posesión. Cuando el caballero Antonius Block —interpretado por Max von Sydow— la interroga, ella manifiesta que no arderá en la hoguera porque el diablo la protege, vive en ella. Luego, agrega: "Mira mis ojos. ¿No lo ves?".
Este caballero, al principio de la película, juega una partida de ajedrez con la misma Muerte —personificada por Bengt Ekerot— donde, si pierde, morirá. Block regresa de las Cruzadas, donde siente haber perdido diez años de su vida, que pudo haber compartido con su esposa. El miedo a perderla lo hace reflexionar. Lo atraviesan las dudas. Se pregunta: "¿por qué no logro matar a Dios en mí? ¿Por qué sigue habitando en mi ser? Yo quiero entender, no solo creer…".
En ese regreso, dialoga con la Muerte en varias ocasiones. Su camino se suaviza por los encuentros con el juglar José —Nils Poppe—, María —Bibi Andersson—, el bebé Mikel y el comediante Jonás. Ellos representan las posibilidades del mundo del siglo XIV al mirar la vida a través del arte, las alegrías y las tristezas, los días y las noches con sus diferentes realidades. Se apoyan a través de la compañía familiar, de pareja, la comunidad artística, aunque son conscientes de la posibilidad de morir debido a la plaga que azota esos pueblos. Sin embargo, viven y comen mientras ven pasar penitentes, soldados, hombres portando la cruz, la hechicera…
Parece que pensar sin vivir, o hacer por hacer, obedeciendo a otros, imposibilita mover todo el cuerpo, nadar en danzas o alzarse en vuelos poéticos. Un colega me decía una vez: "No se trata de escribir sobre el amor. Es vivir. Es hacer el amor". Cuánta razón tenía. Cuán cierto es el disfrute de compartir, como en la escena inolvidable de las enormes fresas recogidas por María, el ordeño de las vacas y la toma de esa leche en el cuenco comunitario, las miradas enamoradas y el cuido del niño por el padre. Todas esas imágenes nos muestran la alegría del instante de seres que viven de manera genuina y espontánea en medio de los conflictos. No sabemos si este puede ser el final, pero tampoco importa, porque a veces los días oscuros pasan y se iluminan con bocanadas de aliento. A veces hay granizos que ciegan el corazón y ratos de lluvia, pero luego sale el sol. Así como pueden ser de contrarias las estaciones, lo somos también los seres humanos.
Esas imágenes inolvidables que conservamos nos ayudan a vivir, incluso a los moribundos o los que están prestos a huir, como el caballero filósofo que ya, muy orondo, siente ganas de vivir gracias a ese instante contemplativo que comparte con la sabia María —¿acaso un símil con la propia Virgen María?— y el poeta vidente José, quien describe sus visiones celestes e infernales del sadismo religioso a María, y ella las escucha riendo.
"Itaca te regaló un hermoso viaje. / Sin ella, el camino no hubieras emprendido. / Mas ninguna otra cosa puede darte" (Kavafis).
Rosa Anca