Crónicas y delirios | Vargas Llosa, entre luces y menguas
25/04/2025.- Mario Vargas Llosa, quien estuvo entre nosotros para mostrarnos su luminoso genio escritural y también aquellas posiciones conservadoras y retrógradas —indignas de un talento como el suyo—, acaba de irse hacia la lejanía de otra dimensión planetaria. Tenía 89 años, moldeados en los últimos tiempos por las refulgencias de la jet set y una enfermedad de síndrome difuso que ya no concierne para el destino eterno.
En aquellos remotos años sesenta de la Escuela de Letras, nos percatamos de su genio creador cuando leímos La ciudad y los perros, segunda obra ficcional de las veintitrés en su haber imaginativo. Era el tiempo del boom de la novela latinoamericana, también integrado por las presencias de García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, irradiando un nuevo temple de escritura que conjugaba lo fantástico y lo real, acentuaba las renovaciones de forma o contenido y discurría sin temores existenciales ni tangenciales. Su vanguardismo podía asentarse en lo urbano o en lo rural, experimentaba con el lenguaje y la sintaxis y urgía a los lectores una lúcida atención de nuevos tiempos.
Recordemos también que Vargas Llosa fue autor de otros 32 volúmenes, entre teatro, intervenciones públicas, recopilación de discursos, artículos y los magistrales ensayos La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary, y García Márquez: historia de un deicidio, cuyo abordaje es singular ejemplo para la interpretación literaria.
El año 1967, bajo el mandato del presidente de Venezuela Raúl Leoni, obtuvo el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos por La casa verde. En el respectivo discurso de aceptación, el autor laureado expresó algo que hoy nos parece inconcebible por su ulterior cambio político e ideológico:
La realidad americana ofrece al escritor un verdadero festín de razones para ser un insumiso y vivir descontento. Sociedades donde la injusticia es ley; paraíso de ignorancia, de explotación, de desigualdades, de miseria, de condenación económica, cultural y moral. Pero dentro de diez, veinte o cincuenta años, habrá llegado a todos nuestros países —como hoy a Cuba— la hora de la justicia social y América Latina entera se habrá emancipado del imperio que la saquea, de las castas que la explotan, de las fuerzas que hoy la ofenden y reprimen. Yo quiero que esa hora llegue cuanto antes y que América Latina ingrese de una vez por todas en la dignidad y en la vida moderna, que el socialismo nos libere de nuestro anacronismo y nuestro horror.
No obstante esta fervorosa declaración de principios, a partir del año 1971, cuando el gobierno revolucionario cubano le siguió un juicio al poeta opositor Heberto Padilla, Vargas Llosa empezó el cambio de su ideario, reprobando visceralmente el modelo socialista global. Lo hizo de manera acerba contra el gobierno de Cuba por el affaire Padilla, y también contra la Unión Soviética y contra China (tildando de "sangrienta" su Revolución Cultural).
Sin embargo, estas señales de un camino en retroceso solo fueron el inicio de la total metamorfosis ideológica del autor de Conversación en la catedral. Más tarde, asumió —"con todos los yerros" conceptuales, diríamos— el fundamento del neoliberalismo y el libre mercado, apoyando a las eternas élites de Latinoamérica y Europa, y arremetiendo contra los gobiernos progresistas de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Entre tales ejecutorias hallamos, por ejemplo, la formación del Frente Democrático en 1980, un aparato ocasional para participar en las elecciones presidenciales peruanas, que finalmente ganó Alberto Fujimori. Tiempo después, sin ningún recato de honestidad política, Vargas Llosa pidió que sus adherentes sufragasen por Keiko Fujimori, heredera de las desvergüenzas del padre.
Asimismo, evocamos el apoyo incondicional a todos los candidatos del statu quo para ocupar la alta magistratura de sus respectivos países: Mauricio Macri en Argentina, Sebastián Piñera en Chile, la fallida aspiración de Carlos Meza en Bolivia y la del ultraconservador José Antonio Kast en Chile, además del aliento demagógico que asignó en Colombia a aquel esperpento llamado Rodolfo Hernández.
Rememoramos del mismo modo la adhesión de Vargas Llosa al fascista brasileño Jair Bolsonaro en el ascenso al poder; su beneplácito por la condecoración Gran Collar de la Orden El Sol del Perú, que le impuso la amañada presidenta Dina Boluarte; y la alabanza fuera de todo equilibrio, sindéresis y veracidad dirigida a Luis Almagro: "Habría que rendirle a este un homenaje porque la OEA, por fin, se preocupa de la democracia de los países".
Se nos quedaron en el tintero virtual de la computadora —según expresamos a menudo— algunas otras circunstancias de este insigne escritor, cuya obra, ideología y actos humanos surcan parajes contradictorios y, a veces, desconcertantes. Por ejemplo, la dualidad entre el solitario trabajo intelectual y el afán público por flashes y alabanzas; la solidaridad con la letra de la creación y el desapego por el sufrimiento de los humildes; el amor incontrovertible de la familia y los resplandores fatuos de la jet set; los simples apellidos de padre y madre ante los honores nobiliarios, concedidos por un rey hueco o una monarquía de teatro del absurdo histórico.
Es todo.
Igor Delgado Senior