Micromentarios | Este mundo absurdo (II)
29/04/2025.- Desde la semana pasada inicié una serie de cuatro notas consecutivas en las que estoy ofreciendo algunas de las informaciones curiosas que constituyeron mi libro Vine, vi, reí, publicado por la editorial Random House Mondadori en 2006.
Tal obra dejó de circular poco tiempo después de su nacimiento, debido a que dicha casa editorial abandonó el país y dejó en el aire su muy buen catálogo.
La de hoy es la segunda de tales notas.
Una amenaza muy seria
En febrero de 1965, la Central de Trabajadores de Nigeria —una especie de CTV de ese país— se negó a recibir en la institución a un pequeño sindicato que habían constituido doce invocadores de lluvia.
La razón era que tales "profesionales" se dedicaban a una actividad que fue catalogada entonces como "poco seria".
Los invocadores de lluvia se reunieron y amenazaron al organismo con hacer llover el 1.° de Mayo, justo cuando se iniciara el desfile anual por el Día Internacional del Trabajo.
Los dirigentes de la Central de Trabajadores de Nigeria también se reunieron, alarmados por la amenaza, y decidieron, por unanimidad, admitir en la institución a los invocadores de lluvia.
Ladrón a cuentagotas
En febrero de 1962, un meteorólogo francés de apellido Lecerf, que residía en el Congo, pidió asilo en un puesto de las Naciones Unidas, alegando ser perseguido por el ejército congolés.
En efecto —averiguó el representante de las Naciones Unidas en ese país—, el ejército le había enviado al meteorólogo Lecerf una carta en la que se le ordenaba presentarse en el cuartel general de la región de Bunia, para ser azotado.
También averiguó el representante de la ONU en el Congo que a Lecerf se le acusaba de robo en gran escala y se le responsabilizaba del mal tiempo que había reinado en Bunia, tal como lo había pronosticado unos días antes.
Dicho robo consistía, según el ejército, en la concentración de la lluvia, que debía caer en todo el Congo, en una única región.
Uso comercial
En junio de 1969, un mes antes del primer viaje a la Luna, un tribunal de la ciudad inglesa de Braintree dio un veredicto de lo más llamativo.
Además de condenar a prisión a dos delincuentes que cometieron un hurto menor, el tribunal les impuso una multa porque el automóvil en que se habían desplazado estaba mal asegurado.
Al vehículo lo cubría una póliza de seguros que especificaba que solo se utilizaba para "paseos", pero, como se empleó para el robo, el juzgado dictaminó que, antes de cometer el delito, debió habérsele asegurado como un auto de "uso comercial".
La razón de ello, según adujo el juez que firmaba el veredicto, era que el rollo de alambre que fue robado se vendió inmediatamente después de cometido el hurto.
Armando José Sequera