Xin chào | Rebeldes de alto vuelo
Dos intrépidas acciones con similares anhelos: librar al pueblo de gobiernos represivos
02/12/22.- Dos 27N, dos rebeliones de esperanzas y sueños libertarios: en 1961, una unidad de la Juventud Comunista, integrada por cinco jóvenes, se aventuraron en una operación aérea para recordar el sacrificio de la estudiante universitaria Livia Margarita Gouverneur Camero, quien fuera asesinada el primero de noviembre en el este de Caracas por bandas batisteras al servicio del gobierno puntofijista de Rómulo Betancourt. Tres décadas después, el 27 de noviembre de 1992, centenares de militares de los cuatro componentes, hicieron armas en solidaridad con los patriotas del 4F, que 10 meses atrás habían acompañado al comandante Hugo Chávez Frías en una rebelión militar contra el gobierno déspota y corrupto de Carlos Andrés Pérez.
Dos intrépidas acciones, pero con similares anhelos: rescatar al pueblo de las garras de gobiernos abominables, corruptos, represivos y entreguistas, liderados, además por el mismo partido, Acción Democrática, que traicionó las conquistas de la lucha popular que había hecho posible el derrocamiento de la dictadura perezjimenista.
Los aguiluchos
Cinco días después del asesinato de Livia Gouverneur, Teodoro Petkoff, para entonces integrante del Comité Central del Partido Comunista, convocó a cinco miembros de la Juventud Comunista: Rafael Bosque, German Bracamonte, Rubén Palma, Antonio Paiva y Efraín León, para comunicarles que habían sido designados para integrar una unidad que ejecutaría una operación de propaganda política en homenaje a la mártir Livia Gouverneur.
La operación, que llevaría el nombre de la estudiante asesinada, consistía en secuestrar el avión DC-6, siglas YV-C-EUG, de Avensa, el lunes 27 de noviembre, que tenía como destino la ciudad de Maracaibo, y que partiría desde Maiquetía, a las 10:00 a.m.
Como estaba previsto, ese 27N, el grupo abordó a las 9:30 a.m., y siete minutos más tarde, cuando la tripulación había estabilizado la nave, Paiva y Bracamonte, penetraron en la cabina de mando para abordar al piloto Juan Nolck, ante quien se identificaron como miembros de una organización revolucionaria y los objetivos de la operación “Livia Gouverneur”, que consistía en lanzar propaganda sobre Caracas. Simultáneamente, el comandante de la operación, Rafael Bosque, ubicado al fondo del pasillo del avión se dirigió a los 43 pasajeros, a quienes dirigió una arenga política, para justificar el operativo.
El piloto había tratado de persuadir a los muchachos sobre las dificultades técnicas que impedirían el lanzamiento de propaganda por las ventanillas del cuatrimotor Douglas, pero Paiva y Bracamonte, convencieron a Nolck, que sabían lo que estaban haciendo. Ipso facto el piloto bajó la altura y despresurizó la nave. La ventanilla fue abierta sin problema y los paquetes de propaganda iniciaron su danza sobre calles y avenidas de la “Sultana del Waraira Repano”, incluyendo el Palacio de Miraflores.
Fue una operación limpia, pero cuando el avión aterrizó en Curazao, como estaba en los planes, una comisión de la Digepol, encabezada por el sanguinario Atahualpa Montes, detuvo a los Aguiluchos rojos, quienes fueron recluidos en el Pabellón Nuevo de la cárcel Modelo de Caracas, donde pudimos conocerlos, sobre todo al compa Braca, quien años después fuera corrector de textos en varios diarios y luego reportero gráfico en el Correo del Orinoco.
Unión cívico militar
A 31 años, del ligero vuelo de “Los Aguiluchos” bajo el cielo de Caracas, una acción de mayor envergadura militar conmovió a la capital venezolana, el viernes 27 de noviembre de 1992, entre las 4:30 a.m. y 12 del mediodía, cuando se produjo el rendimiento de 800 militares y 40 civiles rebeldes.
Los habitantes de los estados centrales, sobre todo de Aragua, Carabobo y Miranda, fueron despertados sin previo aviso, a las cinco de la madrugada, por el ruido de cinco aviones Bronco, tres Mirage y unos cuantos Tucanos C-27, dos de los cuales fueron derribados por la artillería de las fuerzas militares leales al gobierno.
En 1961, solo fueron cinco veinteañeros comunistas que regaron propaganda a través de las ventanillas de un Douglas de Avensa, en una operación impecable, pero en 1992, fueron 800 militares de las cuatro fuerzas con apoyo de varios grupos de izquierda, que en nombre del Movimiento Cívico-Militar 5 de Julio, encabezados por Hernán Grüber Odremán, Francisco Visconti Osorio, Luis Reyes Reyes, Luis Enrique Cabrera Aguirre, Eliecer Otaiza y Jesse Chacón, entre otros oficiales, intentaron correrle la silla presidencial a Carlos Andrés Pérez, quien fuera uno de los ministros preferidos del Rómulo Betancourt que había presenciado la lluvia de volantes “subversivos” sobre Miraflores.
“Los Aguiluchos” habían volado alto, para denunciar desde las nubes, que Venezuela andaba por mal camino de la mano de los gobiernos punto fijistas, pero debieron transcurrir tres décadas para que se produjera el Caracazo (1989) y las dos contundentes rebeliones cívico-militares de 1992, que abrirían las alamedas hacia Miraflores al pueblo venezolano, bajo la égida del comandante Hugo Chávez.
Cerramos este artículo, con una expresión del ingeniero Juan Vicente Cabezas (comandante Pablo), pionero de los primeros grupos guerrilleros de occidente, desde La Azulita (Mérida), El Charal (Barinas), los Humocaro (Lara), o la Sierra de San Luis, en el estado Falcón.
Cuando el gobierno de Raúl Leoni (1964-1969), el más sanguinario de la era punto fijista, inició su gestión con una brutal ofensiva antiguerrillera, las paredes de varias ciudades del país mostraron una expresión de Juan Vicente Cabeza, que pareciera tener vigencia en la Venezuela bolivariana.
Nos quieren destruir, no por lo que somos hoy, sino por lo que seremos mañana.
Comandante Pablo
Fuentes:
Milano, Andrés Eloy. (s.f.) “Los aguiluchos con una carga de coraje secuestraron un avión de Avensa”, radiocomunaelhatillo.blogspot.com
Beaumont Rodríguez, Octavio. (2007). “Por qué fue derrotada la lucha armada en Venezuela”, Ediciones UBV.
Harnecker, Marta. (2003). “Hugo Chávez Frías, un hombre, un pueblo”. Editorial: Tercera Prensa, San Sebastián, España.
Ángel Miguel Bastidas G.