Estoy almado | Cosas de perros y gatos (I)

Los gatos, desesperados, tuvieron que recurrir a la fórmula secreta del perro

03/12/22.- Una gran comuna de gatos sufre un problema mayúsculo: ya no pueden enamorar a las gatas. Ellos practican el mismo ritual milenario para cortejarlas: levantar la cola y moverla en círculo, y emitir maullidos escandalosos que los humanos suelen confundir con llantos desesperados de recién nacidos. 

Ese ritual antes no fallaba, pero las gatas, por alguna razón desconocida, no responden al llamado; ignoran a los gatos con la fría actitud de lamerse su pelaje mientras revisan las sinuosidades de las patas. Para los gatos es como una tortura contener tanta pasión desbordada; reprimir tanto amor para dar; no ser correspondidos. ¿Qué puede ser peor que eso?

El problema se agrava cuando la indiferencia de las gatas se extiende por meses, años. Los gatos no saben qué hacer, se sienten hundidos en la desconfianza, perdidos en la desesperación de querer y no poder, en el desasosiego de desear algo y no poder conseguirlo de ninguna forma.

La situación preocupa a las autoridades gatunas de la Gran Comuna. Sin amor entre gatos y gatas, sin la lujuria de las parejas que funciona como combustible de la reproducción masiva de nuevos gatos, la indiferencia se naturaliza como el nuevo estilo de vida, y entonces la población comienza a envejecer, sin relevo, sin futuro. 

Ahora, la bajísima tasa de natalidad de los mininos amenaza con frenar la cantidad necesaria de gatos para sostener la economía de la comarca. Sin población productiva de gatos, la comuna no anda. Lamentablemente, a las gatas las tienen excluidas para esos menesteres productivos; las autoridades -todos gatos, por supuesto- creen que ellas no tienen la fuerza, la inteligencia y las capacidades de los gatos para bregar y prosperar. 

Por eso, a las autoridades les alarma el problema que sufren los gatos. Creen que algo les pasó; algo cambió en ellos desde que enfermaron a causa de la pandemia provocada criminalmente por una legión de ratas de cañería. Desde entonces, los gatos no son los mismos, andan lelos, absortos en el miedo, en la duda y en el exceso de escepticismo. 

Desde luego, las autoridades han hecho de todo para que los gatos recuperen el ánimo: desde subvencionar la comida básica como roedores, insectos, pájaros o reptiles; hasta reducir la jornada laboral en la ardua caza de ratones. 

Incluso, recurrieron a las peleas callejeras (antes prohibidas y realizadas clandestinamente). Hoy esas peleas se organizan legalmente encima de tejados y platabandas por doquier. Es la prueba de que la necesidad empuja al cambio de lo que a veces parece imposible. Con esta decisión, las autoridades esperaban que entre arañazos y altas dosis de adrenalina, la confianza retornara en los gatos, casi como una inspiración dormida, como un recuerdo atrofiado, pero que aún estaba ahí esperando ser activado. 

Pese a todo, el resultado no se alcanzó, más allá de colapsar los hospitales con gatos aporreados, heridos y maltrechos. 

Las peleas solo dejaron dolores físicos que no lograron desaparecer la desconfianza intacta en los gatos; es un sentimiento amargo que crece dentro de ellos como gramínea seca en terreno abandonado. 

Con ese problema sin resolver a los gatos solo quedaba utilizar la fórmula secreta del perro, una solución milagrosa, lista para devolverle la vena amorosa a los gatos. 

Los detalles en la siguiente columna.

Manuel  Palma


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