04/12/22.- Los  medios occidentales no han descrito en su exacta dimensión lo ocurrido en la Asamblea General de las Naciones Unidas  (ONU) el pasado 2 de marzo, en la que casi un centenar (99) de sus países miembros no asistieron o abandonaron el salón de sesiones y 35 se abstuvieron. El resultado final fue: 139 naciones convocadas para condenar a Rusia no votaron y la propuesta ganó por apenas dos votos de diferencia: 141. 

La estampida abstencionista está precedida por un liderazgo hegemónico digno de Ripley:  una democracia mundial amordazada a cañonazos y sin contrapesos políticos;  una sociedad global inerme y acrítica, fragmentada, sin definición ideológica, aislada y a la vez explotada por un pequeño grupo de naciones desarrolladas.

Por ironías de la historia, la fuga de aliados la encabeza  China, fundadora de la ONU, expulsada de la organización durante 22 años, hoy en compañía de muchos de los 50 países invadidos o atacados militarmente por Estados Unidos desde 1945, como Vietnam, Irak, Siria, Pakistán,  Nicaragua y Cuba, y otros por diferencias ideológicas como Bolivia, México y Colombia;  países latinoamericanos con los cuales la nación asiática mantiene estrecha relación política y comercial. 

El episodio en la ONU encuentra a Estados Unidos sin el auxilio de líderes anticomunistas de alto vuelo como el presidente Ronald Reagan, la Primera Ministra de Gran Bretaña, Margaret Thatcher, y el Papa Juan Pablo II, que tendieron puentes de diálogo con el Kremlin tras la desintegración de la URSS. 

Hoy la  convivencia es difícil, incluso entre los aliados europeos duramente golpeados económicamente a causa de la errática estrategia energética contra Rusia; mientras

Putin, después de enfrentar sin desventajas el ataque militar de la OTAN y sus 30 países, ha demostrado ser un líder global de peso contra el sistema unipolar de Estados Unidos… si es que China no se le adelanta. 

Raúl Pineda