Retina |Princesas, envidiosas y sapos

Portamos unas ideas básicas que nos sirven de guía para ubicarnos y ubicar a los demás

05/12/22.- Hay quien dice que la ética no sirve para ir a comprar al supermercado. Es una afirmación triste y muy peligrosa porque parece sabia y racional. Es también eficaz porque es capaz de mantener a ritmo industrial la producción de esas personas que nosotros llamamos “malagente”.  Sin embargo, nadie tiene un vacío ético. Todos portamos unas ideas básicas, unos valores, que nos sirven de guía para ubicarnos y para ubicar a los demás.

Cuando se arma la tángana entre equipos deportivos rivales, nadie soporta a quien no sale de la banca, pues se asume que es un deber hacer masa y mostrar fuerza ante la banca rival. Entre delincuentes, los “sapos” no pueden alcanzar ninguna forma de respeto.
La moral y la ética están en todas nuestras acciones, pero no toda moral o toda ética son, en términos humanísticos, caminos hacia mayores niveles de felicidad. Hay convicciones que terminan por dañar profundamente a millones de seres humanos. Hay ideas morales y éticas, valores aceptados como universales, que abren la posibilidad de que se cometan crímenes brutales en nombre del bien común o de un bien mayor.

Tomemos como ejemplo la discriminación patriarcal que se ejerce en contra de las mujeres. Su base fundamental es la negación de ciertas virtudes que se otorgan solo a la condición masculina. El discurso misógino asume que la mujer no es valiente, no es equilibrada, no es sabia y no es justa. La óptica patriarcal pregona que es cobarde, histérica, necia e interesada.

Para que todo no parezca tan malo en las mujeres, el patriarcado les otorga ciertas virtudes de segunda categoría. Las mujeres aparecen como hacendosas, castas, sentimentales e intuitivas.

El discurso clasista también se sustenta en valores que, discursivamente, otorga las virtudes a la clase dominante y presenta al pueblo como carente de ellas. En las sociedades europeas feudales esto era tan claro que a la élite dominante se le llamaba “nobleza”, mientras que el resto era la plebe.

Es un error pensar que estas éticas de la discriminación son propiedad exclusiva de los sectores dominantes. Somos permanentemente inundados por esos valores. Educamos a nuestras niñas con cuentos de princesas débiles y cobardes que requieren de la ayuda de un príncipe para salvarse de la maldad de otra mujer que envidia su belleza. Hay quien se presenta como “pobre pero honrado”, cuando de quien se debería sospechar es de los ricos.

Para poder ser revolucionario o revolucionaria es obligatorio tener conciencia de nuestra ética. No basta con el sentido común, pues el sentido común es el sentido dominante.
Lo bueno es que existen diversos caminos éticos que son complementarios, hay para escoger de acuerdo a nuestro propio temperamento. Sin embargo, debemos tener presente que, en términos básicos, despojados de todo adorno, la ética debe apuntar a prolongar la vida, en tiempo y calidad, de todas las personas. Dejar vivir, ayudar a vivir, mantener en vida, obstaculizar, todo lo que se pueda, a la muerte.

Digamos que entendemos como malo todo lo que acorta o daña la vida. Es bueno todo lo que aleja a la muerte. Por ejemplo, calumniar, humillar o marginar está mal porque daña el deseo de vida de la víctima. El egoísmo es malo porque rompe la solidaridad que debería unir a todas las personas para hacer frente a la muerte. Vivimos porque de niños nos cuidaron. Tenemos esa deuda original.
Que nadie diga más: “Primero yo, segundo yo, tercero yo, y si queda algo es para mi familia”. Hay mucho mal en esa frase.

Freddy Fernández | @filoyborde


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