Micromentarios | Un episodio racista 

Los racistas son cobardes y solo actúan cuando andan en gavilla o armados

06/12/22.- En la anotación que hice en mis Armandiarios el 8 de abril de 2013, figura la siguiente anécdota, vivida en la tarde de ese día.

Fui a la panadería El Tulipán, cerca de donde vivo, a comprar no solo pan, sino también queso y leche.

Cuando llegué, eran poco más de las 6:30 pm. 

Delante de mí había otros dos clientes: un hombre obeso y barbudo, de piel no del todo blanca, pero menos oscura que la mía. El otro era un individuo delgado que, igual que yo, tenía la piel propia del mestizaje nacional, con el cabello entrecano.

Menos de un minuto después, arribó un cuarto cliente. Otro hombre de unos 40 o 45 años, de piel blanca, con mayor sobrepeso del que yo tenía en ese momento.

Nunca me fijo en estos detalles porque estoy acostumbrado al arco iris de piel que exhibimos los venezolanos. Nuestros colores, tanto de hombres y mujeres, van desde el blanco lechoso hasta el marrón más oscuro, lindante con el morado. Yo puedo pasar por alguien de cualquier nacionalidad del continente americano y también por un ciudadano de la India, Pakistán o Sri Lanka.

Gracias a mis ancestros, tengo piel café con leche, un aspecto del que me siento tan orgulloso como de las personas que amo, de mis libros y de haber nacido en Venezuela.

El cuarto cliente se ubicó a nuestras espaldas y, desde allí, como si los otros tres no existiésemos, hizo un pedido de jamón y queso.

La joven que nos atendía le indicó que los tres que esperábamos habíamos llegado antes, a lo que el hombre respondió, con un estallido de improperios:

–¡Qué país de mierda es este, donde uno tiene que esperar que atiendan primero a los negros!, ¡qué bolas! ¡Mira, mija, deja lo que estés haciendo y atiéndeme a mí porque tengo prisa!

Todos nos volvimos hacia el racista y este dio un paso atrás, como si temiera no una respuesta verbal sino que lo asaltáramos o le diéramos la paliza que nos habría dado a cualquiera de nosotros, si junto a otros como él hubieran estado en ventaja numérica.

Por fortuna, los racistas son cobardes y solo actúan cuando andan en gavilla o armados. Al percibir las miradas de reprobación de la mayoría de los presentes –los clientes de charcutería y seis personas más–, dio la vuelta y subió a una camioneta cuatro por cuatro. Amparado por esta, berreó que si él tuviera una ametralladora, no dejaría un solo negro vivo en su camino. A continuación, abandonó el lugar haciendo rechinar los cauchos de la camioneta.

Episodios similares no son aislados y, si bien no abundan, tampoco son infrecuentes. He presenciado y sido víctima de varios a lo largo de mi vida. Cito este porque lo apunté en mi diario.

Hay personas como el energúmeno de esta nota que se creen superiores al resto de la humanidad, por algo tan poco importante como la baja producción de melanina en su piel. Son más fatuos, por cierto, que quienes se creen a la altura de las estrellas porque tienen dinero, poder o han nacido en una familia de parásitos públicos, al jefe de la cual le dan el título de rey.

Armando José Sequera


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