Estoy almado | Cosas de perros y gatos (II)

Se dice que un perro vende píldoras milagrosas que los gatos necesitan

10/12/22.- Gatos y perros han mantenido una relación más por conveniencia que por empatía. En la vida de uno y otro son un mal necesario; una de esas incomodidades en la vida con la que se tiene que lidiar para evitar que el odio no decida por encima de la intolerancia. 

Esta vez los gatos, por extrema necesidad, acudieron al perro portador de unas presuntas cápsulas de confianza.

Se dice que un perro, entre callejones oscuros y una neblina densa y fría, vende píldoras capaces de devolverle la confianza hasta al gato más escéptico; píldoras que pueden convertir a un felino timorato en un conquistador empedernido, irresistible a las gatas. 

El detalle es que las píldoras milagrosas no son baratas, por lo que no todos pueden acceder a ellas todo el tiempo que quisieran. 

Apenas 5 % de la población gatuna tiene el privilegio de comprar el anhelado frasco de píldoras. El resto de los gatos vive limitado, presos de su inseguridad, de la carestía y de la incertidumbre de vivir en automático sin lograr nada de lo que se proponen. Con un futuro incierto.

Los gatos privilegiados cuando compran las píldoras reciben el mismo consejo del perro: “Trituras una de las píldoras y echas el polvillo en la taza de la gata”.

Los gatos se van emocionados con las píldoras creyendo que el cortejo esta vez funcionará, que el amor renacerá y apareamiento por fin sucederá. 

Y, como las cosas inesperadas en la vida, así sucedió.

Pronto se escuchó la historia del primer gato que vertió pedacitos de la pastilla triturada en la taza de una gata a la que cortejaba.

—A los días tuvimos un revolcón, funciona, eso era lo que faltaba —dijo emocionado en alusión a la píldora.

Un segundo gato confesó que en la misma noche cuando le puso la pastilla a una gata, temblaron las paredes. 

—Es muy efectiva —soltó con una confianza que rayaba en la pedantería y la prepotencia. 

La buena nueva se supo muy rápido y todos los gatos querían su respectiva píldora; hacían lo que fuese para tener su frasco de píldora de confianza. 

El perro no hacía más que ladrar y ladrar de emoción, pero por un instante se preocupó cuando las autoridades gatunas lo convocaron a una reunión. 

El Consejo Federal Gatuno le preguntó al perro cuál era el origen de las píldoras. El canino contestó que un primo se las envía desde el Norte. 

A los gatos les satisface todo lo que venga de afuera. Es como una tara cultural inoculada desde siglos: todo lo que sea extranjero (incluyendo las píldoras) es valorado por encima de sus propias hechuras, que su propia esencia. 

De modo que la respuesta del perro estaba más que justificada, aunque la píldora no fuera tan milagrosa como se creía, parecía ser otro vicio sembrado en el alma de los gatos, de esos que típicamente aturden a los humanos.

¿Cuál es el secreto de la píldora del perro que tanto quieren los gatos? En la próxima columna.

Manuel Palma


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