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La copa, al fin, vuelve a la casa grande, y vuelve bien

20/12/22.- Hace 20 años que Suramérica no ganaba una Copa del Mundo, Brasil lo hizo en Corea-Japón 2002, convirtiéndose en la única selección heptacampeona de la historia del fútbol, y desde entonces este continente vio pasar cuatro mundiales seguidos de sequía, una sequía en la que Europa aprovechó para pasarnos en títulos (12-9) y afianzarse dominadora del balompié, en una rivalidad histórica en la que el mero fútbol no ha sido nunca lo único importante. 

En los inicios de las copas mundiales, la situación de los equipos era más pareja, ya que las ligas internas de los países no presentaban diferencias económicas tan marcadas. El juego, menos profesionalizado que el actual, nos ofrecía un terreno un poco más nivelado. El fútbol de ahora, altamente tecnificado y con ligas muy competitivas es un negocio de miles de millones de dólares y los clubes -en muchos casos- dejaron de ser esas instituciones locales impregnadas de la mística y la tradición de sus fundaciones para convertirse en los feudos de corporaciones y/o magnates que entienden bien el rédito que otorga ese deporte pasión de millones de personas; y para muestra, el botón del famoso Paris Saint Germaine francés donde hoy juegan Lionel Messi, Kylian Mbappé y Neymar Jr, un equipo fundado en los años 70 y con éxitos recién en la década de los 90, adquirido por el fondo de inversiones Qatar Sports Investments en el que se sospecha es dueño el ministro de Finanzas catarì. ¿Le va sonando por qué la FIFA organiza un mundial en la poco futbolera Qatar? 

Este tipo de ejemplos sobran, con particular énfasis en la histórica y antigua liga inglesa de fútbol, cuyos clubes emblemáticos como el Arsenal, Liverpool, Manchester City, Totenhamm y otros son ahora propiedad de fondos de inversiones en deportes de Estados Unidos , China y más; y aunque la liga española sigue conservando (mayormente) su estructura de socios y el calcio italiano está en manos de familias poderosas; de algo se han asegurado, invertir y ganar en la maquinaria del fútbol mundial, fortaleciendo las ligas, armando clubes y, sobre todo extrayendo talento humano, no solo de sus propios pagos (enriquecida con las migraciones africanas, por ejemplo), sino de la cantera natural de Suramérica, donde el estado de bienestar es marcadamente menor que en Europa y donde los clubes no tienen el mismo poderío económico para mantener a los jugadores de sus semilleros haciendo carrera en el fútbol profesional local. 

Así las cosas, no extraña en lo absoluto que en la Argentina campeona del mundo, 24 de sus 26 jugadores se desempeñen en equipos europeos después de haber sido formados en las canteras de los clubes locales del Río de la Plata. El incentivo económico y la posibilidad de jugar en espacios con mejores equipamientos y estadios es, en muchos casos, la oportunidad de que esos chicos de barrio accedan a una vida de dinero y lujos que el fútbol latinoamericano no alcanza. Lo mismo ocurre con Brasil, una mina de chicos talentosos herederos del jogo bonito que parece existir solo en esa parte privilegiada del mundo, y esa mecánica de “extractivismo” se extiende por el continente. El dinero europeo compra la mejor materia prima del mundo en materia de fútbol, y la pule en sus ligas. 

Aún con este escenario, lo cierto es que en América Latina, y especialmente en Suramérica, el fútbol es una pasión indefinible y los clubes y ligas locales siguen existiendo, compitiendo y formando jugadores. Las competiciones como la Copa Libertadores o la Suramericana continúan siendo una tradición y la esperanza de miles de niños de todos los rincones de nuestro extenso territorio. Los colores del club se llevan en el corazón y constituyen una expresión de idiosincrasia  y de pertenencia. Quienes logran ser fichados en Europa, triunfen o no, nunca olvidan los trapos de sus clubes de origen, ni el sueño de defender la camiseta de sus selecciones nacionales o jugar un campeonato del mundo. Cuando la estrella francesa Kylian Mbappé señaló que los equipos de Suramérica no ganaban finales de mundiales porque no estaban al mismo nivel que Europa, no solo demostró la típica soberbia eurocentrista de siempre, sino que pareció olvidar que no hay plata que haga que los Maradonas, Pelés, Ronaldinhos, Ronaldos, Messis dejen de nacer y aprender a jugar fútbol en esta Suramérica tan “vulgar” y tan sin nivel. 

Tres países suramericanos acumulan 10 copas del mundo, 8 de ellas ganadas en finales a equipos europeos. Ellos, de sus 12, nos han ganado apenas tres, y, sin negar jamás lo que el fútbol de Europa nos ha dado a quienes nos gusta el deporte, también es cierto que en cuanto a selecciones, no ha habido fútbol más bello, alegre y lleno de vida que el suramericano. La copa, al fin, vuelve a la casa grande, y vuelve bien. Ni la veloz máquina Mbappé, con su soberbia opinión y sus cuatro goles pudieron evitar que el mago Messi y su equipo de sudacas la trajeran de vuelta. La alegría es toda nuestra, y el nivel también. 

Mariel Carrillo García


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