Vitrina de nimiedades | Los duendes de la comunicación

Si alguien sabe cómo espantar a esas criaturas, que avise

 
Los duendes tienen la culpa de los errores de los periódicos, o eso creía yo cuando de niña los leía y conseguía esa explicación como fe de erratas.
 
Cualquier error se le imputaba a esas criaturas, desde una foto hasta un título fuera de contexto. Hoy, cuando sé que la invocación a esos seres sobrenaturales era la forma elegante de admitir un error, la imagen del duendecillo problemático me sigue pareciendo útil para tratar de entender un poco los problemas que acarrea comunicar. 
 
Quienes trabajamos en ese campo sabemos que es un territorio seductor, por la carga simbólica que conlleva hacerse escuchar a gran escala. Todos tenemos algo que decir sobre la comunicación pública: cómo debe ser, cómo nos gustaría que fuera, qué nos gustaría escuchar. Este asunto va bien hasta que se pasa de la opinión a la acción: decidir cómo comunicar públicamente se convierte en un territorio en disputa.
 
Es muy complejo salir bien parado de esas situaciones. Así como los médicos son sorprendidos con consultas informales en medio de una reunión, o un abogado debe dar opinión de algún conflicto legal mientras hace el mercado, a los comunicadores nos toca enfrentar el cuestionamiento a nuestra labor y, no pocas veces, recibir críticas y consejos furtivos sobre la tarea que debemos cumplir. No dudo que algún duende esté escondido carcajeándose mientras uno soporta ese chaparrón profesional. Unas veces, con razón; otras, no tanto.
 
Aunque puedan mediar las buenas intenciones, sobre la labor comunicacional se posa muchas veces un aura de facilidad, de sencillez, de cosa resulta. ¿Qué hemos hecho para propiciar ese parecer? Podemos alegar que ha sido culpa nuestra, pero también debemos decir que la transformación de los entornos digitales nos hace creer que es una tarea fácil. Y sí, la producción de contenidos en general se ha vuelto más sencilla para la gente. Ese no es el problema principal, sino tener criterios y propósitos claros para comunicar. Donde no se encuentran estos factores, se multiplican a placer los duendes.
 
No hay respuestas definitivas ni manuales que resuelvan todas las dudas que implica este ejercicio. Pero algunas cosas sí parecen estar claras: si no sabemos qué y para qué comunicar, echaremos por la borda todos nuestros esfuerzos. Sin claridad ni objetivos, ni la foto más tierna nos salvará. Tampoco saldremos bien librados cuando la crisis nos toque de cerca: no hay troleo salvador ni silencio favorecedor. 
 
Eso, sin duda, tiene vinculación con otro aspecto esencial: el sentido de oportunidad. Comunicar en el momento indicado es mucho más beneficioso que la mejor campaña de marketing hecha a destiempo. Aplica en todos los sentidos de la vida pública, pero, sobre todo, en los momentos de conflicto. 
 
Llegados a esas circunstancias, también se presenta otro reto: cómo saber si ese público al que queremos llegar realmente nos está escuchando y, especialmente, nos está entendiendo. Es la parte más compleja del proceso, sobre todo cuando se dan tantos intercambios en redes sociales. Esos son los momentos de alegría de los duendes de la comunicación: la tienen fácil para crearnos más problemas. Si alguien sabe cómo espantar a esas criaturas, que avise.
 
Rosa E. Pellegrino
 

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